Jue 15.06.2006
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INVESTIGACION: A LOS BALAZOS EN EL MUNDO DE SUPERMERK-2

“¡Corré guachín!”

Un hombre discute con unos chicos que organizan una fiesta, se pone pesado y recibe una paliza. Les jura venganza. Horas después, el bajista y co-fundador de Supermerk-2, Alejandro Mamani, de 21 años, amenaza con su 9mm a alguien adentro de la fiesta y comienza a disparar. Alguien le responde con dos tiros al pecho. Y el justiciero queda protegido por el silencio del barrio.

› Por Facundo Di Génova

Adrián cumplía 19 años y pensó que era un buen motivo para armar una joda en su casa y que todo el mundo vaya sin invitación formal, como se acostumbra en el barrio. Y fueron todos: amigos y amigas, conocidos de la cuadra, del colegio, de la Iglesia, de los barrios vecinos. A las dos de la mañana del primer domingo de junio, la fiesta de Adrián explotaba, había más de sesenta personas en el living y el garaje, y otras tantas en la vereda y la calle. La música se escuchaba hasta la otra esquina y los pibes del barrio seguían arrimándose. Pero la joda que tenía como base la casita de concreto sin revocar de la calle Almeira al 5900 del barrio Alem de La Matanza se dio vuelta como una media cuando el bajista y miembro fundador de la banda de cumbia Supermerk-2, Alejandro Mamani, empezó a los tiros sin importarle nada. Y entonces hubo más de diez disparos de dos pistolas diferentes. Tres heridos, uno sin identificar. Y tres muertos, dos de los cuales eran amigos del cumpleañero: Bernardo “Berna” Florentín y Esteban “Ity” Sosa, quienes cayeron sin haberse enfrentado con Mamani y sin siquiera saber bien qué era lo que estaba pasando.

Andamos meta vino y porquería

Alejandro “El Ale” Mamani tenía 21 años y había llegado a la fiesta en su Fiat Palio azul junto con tres amigos, que no eran músicos ni miembros de la banda de cumbia conocida por la frase “corré guachín” y los hits Triste, La lata y Qué calor. Entró y salió de la fiesta con sus tres amigos en dos oportunidades: la primera fue para comprar vino, cuando promediaba la madrugada. Y la segunda porque había matado dos personas y alguien le había devuelto dos tiros en el pecho. Cómo pudo ser que un “pibito diez mil puntos”, según le dijo al NO un allegado a la banda, que hasta hace unos meses “tenía una conducta intachable”, se convirtiera en un asesino capaz de matar, es la pregunta que hasta hoy se hacen varios miembros del universo tropical.

“Sólo se puede explicar por la conjunción de las drogas y el alcohol”, le dijo a este Suplemento el fiscal de la causa, Gustavo Barco, quien ya tiene probado que Mamani había dejado de ser ese “pibito diez mil puntos” para andar todo el día enfierrado, que se había ganado el apodo de tiratiro y que además en los últimos meses venía sacado con alcohol y porquería, o sea cocaína.

La anécdota

Antes de que empiece la fiesta, a eso de las diez de la noche, en la puerta de la casa de Adrián, un vecino del barrio apodado El Indio, un ex convicto de unos 45 años y con fama de pendenciero, discutió con los chicos que estaban preparando la fiesta. Y terminaron a las piñas. El Indio se fue golpeado. Y se las juró.

Quizá por eso cerca de las 3, cuando la fiesta estaba a pleno y el entendimiento comenzaba a turbarse, Mamani le apoyó la 9mm que guardaba en su cintura a alguien que bailaba en el living –y que un vecino entrevistado por el NO prefirió no dar su nombre– y le dijo: “Si no vas a saludar uno por uno a mis amigos, te meto un tiro”. El amenazado cumplió y saludó con la mano uno por uno. La familia de Bernardo (uno de los asesinados) vincula este hecho con la golpiza que recibió El Indio, que sería un allegado a Mamani y sus amigos. ¿Quién fue el amenazado? Pocos lo saben, nadie lo dice.

Luego, el ambiente en la casa de Adrián no era el mejor, pero cuando Mamani y sus amigos salieron, se subieron al Palio y se perdieron en la oscuridad de la noche, parecía que lo peor había pasado. Fue por un rato nomás. El Palio frenó en un almacén del barrio para comprar vino y cerveza y, luego de una hora y media, retornó por el camino que había venido. Yllegó de nuevo a la casita de concreto sin revocar de la calle Almeira. Y entonces el bajista se bajó, sacó el arma y empezó disparar.

Matador matado

Cuando se supo que Mamani no sólo había matado a dos personas sino que él era el tercer muerto, empezaron a correr las versiones, que en el barrio corren más rápido que Internet: que al bajista le habrían armado una trampa para matarlo y dejarlo fuera de juego. ¿Quién? El otro fundador de Supermerk-2, tecladista y ex socio de Mamani: Sergio Galván, “Fideo” para los pibes.

Fideo y El Ale firmaban todos los temas juntos, aunque la misma fuente cercana a la banda dijo que la autoría le correspondía al primero, que “ponía a Mamani como co-autor por una cuestión de que se bancaban el uno al otro”. Pero la relación entre Mamani, la banda y Fideo no estaba bien. Se habían distanciado. Hacía un mes que Supermerk-2 no tocaba por un problema contractual con Magenta, la compañía que le editó sus dos únicos discos y un compilado. La “mala negociación” del contrato habría desencadenado la ruptura entre Fideo y El Ale Mamani. La separación fue tal que ni el uno ni el otro tocaron las últimas fechas: ambos “mandaban reemplazo” en bajo y teclado.

La versión del crimen mafioso fue sostenida en un principio por la familia de Mamani y por lo mismos vecinos, estos últimos quizá queriendo encubrir a quien le devolvió los disparos a Mamani. Pero la hipótesis del asesinato planificado se cae porque, según una fuente del caso consultada por el NO, “si alguien quiere hacer un hecho de ese tipo le pone un tiro en la nuca en cualquier momento y no dos balazos en el pecho en una fiesta y adelante de todos”.

Cuando el Palio estacionó por última vez en la puerta de la casa de Adrián, Mamani se bajó. El piercing de su nariz le brillaba y contrastaba con la turbidez de su razón. Endemoniado quién sabe por qué, cebado por el vino y la porquería, o por el mismo Indio pendenciero –algunas versiones dicen que habría estado adentro del auto– o quizá por todo eso junto, el bajista sacó la 9mm y gatilló varias veces hacia el piso.

¿Por qué disparó hacia el piso primero? No se sabe. Lo cierto es que alguien gritó “todos al piso”. Esteban “Ity” Sosa fue uno de los pocos que no se tiró. Algunos disparos se enterraron, otros rebotaron en la vereda y salieron para cualquier lado: para el cuello de uno, la espalda de otro, el pecho de un tercero. Fue cuando Jorge Cabral, de 18, el “Juanca” de 17 y otra persona, también compañeros de Adrián, que no tuvo nada que ver según pudo determinar el fiscal, resultaron heridos, pero se salvaron. Entretanto, cuando empezaron los gritos y las corridas, Mamani levantó el arma y apuntó en dirección a la casa y hacia nadie y hacia todos. Y siguió disparando. Bernardo estaba en la vereda, trató de correr hacia la casa y cayó a medio entrar, con un tiro que le agujereó la campera de jean con corderito y le entró por la espalda.

Mamani no llegó a vaciar el cargador. Alguien juzgó justo decretarle la pena de muerte: una persona que tampoco está identificada, pero de la que se tienen algunas pistas, no se sabe si por legítima defensa, para vengar a los caídos o para evitar una tragedia aún mayor, respondió a los disparos con otra pistola, también una 9mm, que tampoco apareció. Dos de los tiros dieron justo en el pecho del integrante de Supermerk-2.

Las ambulancias nunca llegaron. A Mamani y a Esteban –asesino y asesinado– los cargaron juntos en la caja de una camioneta de la policía y los llevaron al Hospital Matanza. Cuando ingresaron al bajista de Supermerk-2 a la guardia, alguien dijo, falsamente, que se llamaba Juan Carlos Barrera. A Bernardo, a quien el tiro por la espalda le había salido por la cabeza, lo llevaron a una salita del barrio y después al hospital, pero no llegó con vida. Los cómplices de Mamani fueron a avisarle a lafamilia. “Está en el hospital con dos tiros en el pecho”, le dijo uno a la madre. “Tuve que descartar el fierro”, le avisó otro a su hermana. Y se fueron.

El autor de la frase habría sido Rubén Galván, conocido como El Sapito, colaborador de Supermerk-2 y hermano de Fideo. El Sapito es hoy el único detenido, aunque los testigos no lo incriminaron como partícipe del tiroteo, ni como asistente a la fiesta, ni como pasajero del Palio. Se habría acercado, pues estaba a unas cuadras, cuando supo de un tiroteo en el que estaba “un amigo”. Así, El Sapito no sólo estaría lejos de ser enemigo de Mamani, como se dijo en un principio, sino que le habría hecho la segunda descartándole la 9mm.

Hubo algo más que confundió a la policía, a la Justicia, a los medios y a los mismos familiares. Cuando el bajista asesino murió en el Matanza, los médicos anotaron al difunto como Juan Carlos Barrera. Ahora había tres muertos y el culpable no era otro que Mamani, pues era quien todo el mundo vio disparar. La policía lo buscó hasta el lunes al mediodía, sin saber que era el herido que habían llevado al hospital y que después murió, pero sólo hasta que la familia confirmó desde la morgue que el muerto de apellido Barrera era en realidad Alejandro Mamani, 21 años, bajista de la banda que se había hecho un lugar en el podio de la cumbia villera entre Damas Gratis y Pibes Chorros.

¿Quién mató a Mamani? “Nadie lo va a decir, porque por más que se haya hecho justicia va preso igual”, es la frase que escuchó el NO las dos veces que visitó el barrio Alem. Y aunque más tarde alguien aportó algunas pistas sobre el justiciero, el juramento de silencio, por ahora, sigue en pie.

Un mural para un amigo

La palabra “Berna” pintada en negro con letras góticas resalta en una de las paredes de la casa de los Florentín, en la calle Ipela, justo a la vuelta de donde murió Bernardo por los disparos desquiciados de Alejandro Mamani. El mural brilla por su fondo dorado y lleva la firma de todos sus amigos y compañeros, que ahora preparan otro en la esquina con su retrato y otro más a tres cuadras, en homenaje a Esteban “Ity” Sosa, el otro de los asesinados inocentes. Mientras el NO habla con los Florentín, las gallinas y los perros se cuelan por la puerta de alambre y fugan hasta la calle. Viviana está en la vereda y ni los corre para adentro. Tiene 15 años y es una de las cinco hermanas de Bernardo, el mayor y único hijo varón de Sixta Ibáñez y José Florentín. Viviana pone la mirada en un punto fijo y recuerda la rutina de su hermano, el pintor y estudiante en el turno noche de la Escuela Media 24, con quien compartía la misma piecita y la misma cama marinera, las noches de insomnio, las grabaciones casete a casete y la música romántica, sin la cual “no nos podíamos dormir”. Viviana sigue con la mirada en un punto fijo y entonces se recuerda en este mismo lugar pero hace unos días, con Berna, sus hermanas y sus diez, quince amigos, sentados en los troncos sobre la vereda de tierra en esta calle de tierra, tomando jugo, mate o tereré hasta la madrugada.

Un ascenso vertiginoso

Hay una banda de cumbia que quiere vivir de la música. Hay un tecladista y compositor (Fideo) que cede sus temas a otra banda (Pibes Chorros) para hacer crecer a la suya. Y hay, esto es lo que conquista a todos, un cantante desgarbado (Chanchín) que la rompe cada vez que sube a un escenario. La disquera Magenta vislumbra éxito, los edita, los lleva a la tele. Corre diciembre del 2002. Y en menos de un mes, Supermerk-2 recibe el disco de oro por La lata, empiezan a cerrar fechas como loco hasta llegar a las 22 presentaciones por fin de semana y giran por Bolivia, Perú y Uruguay. El éxito es acelerado, pero “los músicos hacía años que venían trabajando”, advierte Sandro, manager de Supermerk-2. Y anota: “El que deslumbra es Chanchín. La actitud de ese pibe cuando empieza a salir en la tele sorprende, canta, agita, no para nunca, nada que ver con los demás cantantes, que tocaban el tecladito y nada más”. Con todo, Supermerk-2 encuentra un hueco entre Pibes Chorros y Damas Gratis, y crece en el subgénero “villero”. Sus canciones no hablan de chorros ni corchazos, pero se sitúan en el mismo espacio, en el barrio pobrísimo, en los alrededores de Crovara y Cristiania, de Ciudad Evita, Laferrère, San Justo y sus cien barrios bonaerenses. Suena el “corré guachín” que encabeza varios temas y que alude al pibito rastrero, suena el “meta vino y porquería” que no quiere que la fiesta se acabe (La resaka), la crónica del viaje con pegamento (La lata), pero también el enemigo policía (Mulo raro), el encuentro sexual en un pasillo (La gorda), la cocaína (Tomando porquería) y el amor, el desengaño, la pasión (Triste), todos temas que son, como dice Sandro, “la expresión del sufrimiento del pueblo”, el mismo sufrimiento que ahora tienen los amigos y familiares de Bernardo, Esteban y, por qué no, Alejandro. No estaría de más, entonces, una canción que cuente qué pasó aquella noche en el barrio Alem.

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