LAS GROW SHOPS CRECEN EN EUROPA
La aparición y multiplicación de las “tiendas de cultivo” de marihuana no hacen más que normalizar una práctica naturalizada. En Barcelona hay más de 20 tiendas que caminan por el sendero de lo “alegal”.
› Por MARTIN CORREA-URQUIZA, desde Barcelona
A veces la duda da más chances, al menos no condena. Con el cannabis en España pasa algo así, mientras la permisividad se respira y el debate social se ha ido abriendo con el paso de los años, en realidad aún no surgen desde el gobierno políticas que promuevan el diálogo profundo sobre el tema. Más bien sólo existen campañas esporádicas que alertan sobre todo del crecimiento del consumo entre adolescentes y hablan de las preocupaciones legítimas que surgen a consecuencia. Sin embargo, el asunto deambula por esa especie de limbo legal, que hace que ciertas cosas estén “permitidas”, otras “bien no sé sabe” pero “más o menos sí” y entonces pasa que el humo está en la calle y las plantas en los balcones. “Todo es confuso, pero justamente es en esa confusión, en plena niebla, en donde se camina mejor –dice Carlos K, dueño de una de las primeras tiendas de cultivo de Barcelona–. Cuando algo no está del todo claro en su legalidad es mejor que las luces sean tenues para que se pueda andar relativamente tranquilo.”
Digamos que legalmente el autocultivo es alegal, es decir, aún no existe un marco jurídico que lo condene, y al mismo tiempo, aunque el consumo público esté prohibido, con el privado no sucede lo mismo. Es decir, la gente no fuma en el colectivo, pero sí en casa. Fumar en la calle puede ser objeto de multas de más de 300 euros, pero eso no implica necesariamente una persecución constante, ni mucho menos. La policía suele mirar para otro lado, de alguna manera se hacen los distraídos.
Y en ese hilo de circo es por donde deben pasearse los Grow Shops (tiendas de cultivo), quizás uno de los símbolos más representativos del hecho de que el mundo cannábico aquí ha perdido alguno de sus demonios. Para muchos: un síntoma de madurez social. Hay más de veinte tiendas de este tipo en Barcelona y varias centenas a lo largo de la península, así que puede decirse que ya son parte de lo cotidiano. Se trata de un espacio en el que está permitido la comercialización de todo lo vinculado con el cannabis, excepto el cannabis. La ley sólo prohíbe el THC o TetraHidroCannabinol, componente de la planta de la marihuana en estado de madurez, así que por eso incluso las semillas pueden comercializarse libremente. Por otra parte, hay un gran mercado de subproductos del cáñamo que son legales y, con eso como carta de presentación, los Grow Shops han aprendido a moverse en una nebulosa que implica hacer del mundo de la marihuana un negocio legitimado socialmente e incluso rentable.
Desde mediados de los ‘90 tomó cuerpo en España lo que se ha dado en llamar la lucha antiprohibicionista. Fomentadas desde las decenas de agrupaciones reunidas en la FAC (Federación de Asociaciones Cannábicas) y desde los medios especializados como la revista Cáñamo, las acciones comenzaron al hacerse evidente la necesidad de abrir nuevas líneas de diálogo con el fin de conseguir cambios legislativos en la situación del cannabis en el Estado. En esos tiempos, y casi en simultáneo con el nacimiento de Cáñamo, nacieron los primeros brotes de Grow Shop. Hoy todos son socios en el negocio y la batalla.
“Con los Grow Shops hubo un intento de persecución –comenta al NO Gaspar Fraga, director de Cáñamo–, y fue a finales del 2003 cuando el anterior gobierno del Partido Popular estaba en su salsa, pero, con la llegada al poder del Partido Socialista, por ahora, eso ha quedado aparcado. Aunque nunca se sabe; el poder tiene siempre empuñada la espada de Damocles. Hoy, la situación es estable. Al fin y al cabo es un establecimiento comercial legal que vende legalmente y tributa con sus impuestos, como cualquier otro comercio legal.”
Casi como un sex shops de avenida escondida. Como si alguien dijese que está bien que exista, pero que tiene que estar fuera de la vista de niños y abuelitas. Otros están más abiertos a que uno se los encuentre sin buscarlos. Hay uno por ejemplo en pleno Barrio Gótico de Barcelona, que expone su colección de cactus como quien abre su biblioteca a los amigos. Y es luminoso y está bien señalizado e integrado con el paisaje urbano; hay una tienda de ropa “de autor”, una carnicería paquistaní, un locutorio, una verdulería y, como quien no quiere la cosa, un grow shop. Al igual que todos, adentro es un laberinto de pipas y utensilios, de semillas en bolsita y paquetes de tierra especialmente acondicionada para el cultivo. Hay medidores de acidez, fertilizantes, esporas de hongos, cactus, bebidas afrodisíacas y galerías de libros y revistas de divulgación vinculadas con el tema. Hay cien variedades de papel de fumar, boquillas, cervezas y galletas de cannabis sin THC.
“La gente viene buscando sus ‘cosillas’ –comenta Xavier S. desde su tienda en el Gótico–, y si bien al principio les daba cierta vergüenza y era como cuando uno tenía 14 años y debía ir a comprar su primer preservativo, ya con el tiempo todo se fue naturalizando. Creo que eso es algo que tiene relación con el hecho de que la sociedad en general ya no condena tanto, ya se ha enterado de que el cannabis no produce monstruos.”
Pero aquí no sólo se encuentran utensilios para fumar. Existen más de 30 mil productos derivados directos de la planta de cáñamo que son aplicados en casi todos los sectores industriales. Así que también uno puede encontrar camisas, pantalones, alpargatas, carteras y bolsos, artículos de cosmética, papelería, pintura y alimentación, todos confeccionados a partir de las fibras o el aceite de la misma planta. Todos ellos elementos que entran sin problema en el marco legal.
Si bien España ha estado más ligada históricamente al consumo del hachís que llegaba desde el norte de Africa, en los últimos años el autocultivo se ha transformado en una alternativa legítima para hacer frente a ciertas dificultades de abastecimiento y al descenso en la “calidad” del producto. A eso se debe también el furor de las tiendas. A este lado del mundo, la siembra comienza aproximadamente en marzo; la cosecha es en septiembre/octubre. Entre esos dos polos las terrazas, jardines y balcones se llenan de matas verdosas, y de jóvenes y adultos que las cuidan como quien cuida a su mascota.
El “perfil del consumidor/cultivador” también es difuso, no existe un prototipo, básicamente porque por un lado el fumador de cannabis no es necesariamente un adicto, y por otro existe un gran porcentaje de la población para la cual fumar es una costumbre habitual, normalizada, como beber vino. Así que de presunto escándalo social, el cannabis ha tomado un status más normalizado. Al mismo tiempo el aumento de las investigaciones que hablan de sus usos terapéuticos y la realidad de los ensayos prototípicos que ya se están llevando a cabo en algunos hospitales de Barcelona contribuyen a este panorama. “Comprendo que los Grow son un paso adelante en la lucha antiprohibicionista –afirma Xavier S.–, pero aún siguen existiendo tabúes al respecto que hacen que uno tenga necesariamente que fumar, o gozar de su libertad real en la clandestinidad. Y eso produce paradojas democráticas: la libertad aún sólo se disfruta clandestinamente.”
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