Si el propósito de Crío era meter una cuña hard-rock en la agitada escena de Morón y alrededores (sale Jagger entra Plant), Cromañón pronto los corrió a objetivos más precarios: pelear por que la caza de brujas desatada después de la tragedia no extinguiera hasta la más mínima expresión de rock. Fue así que nació Músicos en Lucha (MEL), un movimiento de 130 bandas de diverso estilo y factor que puso freno a la clausura indiscriminada de bares y logró que la Municipalidad se hiciera cargo de un festival con “todo incluido” (ambulancias, carpas, baños químicos, sonido, seguridad profesional). Hugo Carrizo (cantante de Crío) está contento con el espacio público, gratuito y seguro que MEL parece haber conseguido para los grupos (hoy la ayuda oficial continúa en un ciclo de shows que organiza los fines de semana en las plazas).

Pero reclama: “Sería bueno que se regularice la situación de los bares, que se los ayude a cumplir con las reformas. Si no, pasa a haber un monopolio, pero al revés: sólo se puede tocar con la Municipalidad”. La reflexión desencadena algunas preguntas incómodas: ¿es posible la rebeldía dentro de un marco estatal? ¿El pogo seguro es un pogo reglamentado? ¿La alternativa es un Estado ausente y neoliberal? Hugo no se propone resolver la paradoja, pero sí llamar la atención sobre lo que considera una cierta constricción de estilos post-Cromañón. “Hoy falta diversidad. Hay un exceso de rocanrol y de pop. En el sonido está todo medio afrancesado”, dispara. Y pone como ejemplo los últimos Pepsi/Quilmes Rock: “Las bandas que entran como relleno en el Pepsi son todas tranquilas. Lo más fuerte que vi es Lovorne. Eso pasa porque los lugares tienen miedo de laburar con bandas de hard-rock. Por eso nosotros venimos a marcar esa brecha que falta. A mostrar el lado salvaje del rock”.