ALAN COURTIS Y SU EXTRAÑO MUNDO SONORO
Tocó con Pauline Oliveros, Thurston Moore y Lee Ranaldo (Sonic Youth) y Damo Suzuki, entre otros, pero sus giras carecen de glamour: suele conciliar el sueño en bolsa de dormir. “Con la música experimental no hay descanso ni turismo”, cuenta al NO.
› Por Roque Casciero
Mientras vos leés el NO, Alan Courtis está en medio de su segunda gira europea de este año, la décima internacional que emprende. Los discos que este músico argentino lleva publicados en el exterior son más difíciles de contar, pero deben andar por los ochenta. Y si a eso se le suman los que editó con Reynols –la banda que compartió hasta hace un tiempo con Miguel Tomasín y Roberto Conlazo–, la cifra pasa los doscientos. Con ese trío o por las suyas, Courtis ha compartido grabaciones y escenarios con nombres respetadísimos de la escena experimental como Pauline Oliveros, Thurston Moore y Lee Ranaldo (Sonic Youth), Damo Suzuki (ex Can), Mats Gustafsson y miembros de Boredoms. Sin embargo, desde atrás de una maraña de pelos oscuros, la voz de Courtis cuestiona la validez de estos logros. “Tengo encuentros con gente interesante y eso me da alegría, pero tampoco creo que haya llegado a nada”, explica. “Lo bueno es seguir buscando cosas, porque se trata más de buscar que de encontrar.”
Aunque ahora su nombre sea respetado en varios circuitos de la música experimental, la búsqueda de Courtis comenzó con una formación como guitarrista clásico, de conservatorio. “Ahora no estoy tocando mucho guitarra clásica, pero casi siempre vuelvo”, asegura. “Es como un ancla saber que puedo acceder a ese mundo, aunque no me haya dedicado demasiado a explorarlo. Lo que pasa es que el circuito de la música clásica es un poco cerrado.” Cuando Robert Fripp organizó sus cursos en la Argentina, Courtis se anotó. Y a pesar de que no utilizó demasiado la técnica que proponía el líder de King Crimson, el modo en que éste descubrió su camino fue la utilidad que Courtis le encontró al asunto: “Finalmente, lo que tiene que hacer uno es tomar el riesgo de encontrar lo que tiene ganas de hacer y lo que puede aportar. A mí me quedó claro que no iba a poder aportar mucho queriendo ser Fripp”.
Las giras de Courtis, como las de todos los músicos que se mueven fuera del circuito comercial, están lejos del glamour que suponen los tours rockeros. Pocas veces hay habitación de hotel; por lo general, se trata de llevar la bolsa de dormir y arreglarse en la casa de alguno de los artistas con los que se comparte escenario. “No hay descanso, ni turismo; es bastante duro”, dice el músico. “Hay que tocar todos los días, así que es adrenalina todo el tiempo, de un lado para otro. Pero sí hay mucha comunicación. Lo que más me gusta es tocar y después hacer algo con los músicos del lugar. En Japón, por ejemplo, eso generó una minigira de tocar juntos todo el tiempo. Si no, a veces llego, toco un set de 30 o 40 minutos y después hacemos algún cruce con los músicos del lugar. Eso es lo más interesante, porque pueden pasar cosas de todo tipo. Toco con gente de extracciones: gente que viene del rock, de la psicodelia, del noise, de la improvisación tipo free jazz, o de géneros como laptop o noise abstracto. Hay millones de subcategorías de música experimental. Yo navego en esas aguas, pero no soy adicto específicamente a ninguna categoría. Toco tanto en el museo de arte como en el squat punk. Y me interesa tener cierta libertad para ir y venir por ese lado.”
En esa libertad encontrada por Courtis puede imaginarse parte del porqué del final de Reynols. “Fue una experiencia buenísima, pero me centré en ese único proyecto durante mucho tiempo”, afirma. “Es interesante poder abrirte a hacer cosas con gente diferente, con informaciones distintas, porque se aprende mucho. Y lo bueno es que en este tipo de circuito no se trata de competir; nadie va a ver quién toca más. Es como un diálogo, entonces uno escucha, propone.” Los cruces entre artistas son moneda corriente en la escena experimental. Y para Courtis, las mejores colaboraciones se dan cuando trabaja con una idea que nunca hubiera surgido de él. “Tengo que buscarle la vuelta para que termine gustándome”, reflexiona. Y pone como ejemplo el flamante disco Strountes!, editado en Suecia. “(El saxofonista) Mats Gustafsson me propuso hacer una sesión y cuando llegué estaba Maria Eriksson, que canta en una banda medio pop. Probablemente yo nunca hubiera podido hacer un álbum como el que salió,porque ella cantaba algo como folk, y Mats y yo hacíamos un noise absoluto (risas). Es noise folk o algo así: para el que escucha folk tradicional, es como una tortura; pero el noise puro ya está hecho...”
Puesto más seriamente a hablar del final de Reynols, Courtis menciona el natural cierre de un ciclo. “Están muy bien las relaciones entre todos y probablemente hagamos algo en conjunto”, ataja. “Con Roberto, el año pasado, tocamos con Damo Suzuki e hicimos el Decibel Festival con músicos noruegos. Pero hay momentos en los cuales la energía se congrega y uno trabaja en grupo; y otros en los que se da la multiplicidad de hacer muchas cosas. Tal vez en algún otro momento necesite tener otro proyecto más de grupo, pero ahora estoy haciendo muchas cosas con gente de distintos países. Desde el punto de vista creativo, no saber qué vas a hacer dentro de un tiempo es interesante.”
En una entrevista en la prestigiosa revista inglesa The Wire, Courtis había dicho que las críticas a Reynols también habían ayudado a pensar en el final: “Cuando empezamos, nadie le apostaba una ficha a que tocáramos con Miguel (el baterista tiene síndrome de Down). Y después, cuando hicimos toda una trayectoria, empezaron a decir que sólo podíamos hacerlo porque estaba Miguel. Es algo muy argentino: ante todo, hay que pensar lo peor. Había cosas muy molestas, con una mala intención explícita”. Courtis, que financia las giras con la venta de entradas y de algunos discos, vive de su docencia musical para chicos discapacitados. Y en vivo utiliza conceptos similares a los que usaba con Reynols: instrumentos atípicos, o los convencionales usados de modo poco convencional. Por ejemplo, una guitarra a la que le faltan las cuerdas y el puente (la compró en el Ejército de Salvación en ese estado) para modular los acoples: con ese “nuevo instrumento” hizo toda una colaboración con un músico suizo que trabajaba con tecnología ultramoderna. Y a la gira actual Courtis llevó una “guitarra” que es un rectángulo de madera de unos 30 por 8 centímetros al que le colocó dos cuerdas y un micrófono.
“Sé que la música que hago no es la más fácil y por ahí podría hacer canciones de hit, pero no es lo que me interesa”, se planta Courtis. “Hay un montón de gente haciéndolas, así que no siento que sea necesario, aunque no descarto la posibilidad de hacerlas en algún momento. Muchas veces ir a lo básico –un bombo cuatro por cuatro, un estribillo y un riff– es menospreciar la capacidad del oyente, que puede escuchar un montón de otras cosas. Y si hay una música que hace que te cuestiones tus propios criterios sobre lo que está bueno y lo que no, al menos es interesante”, asegura Courtis. Y cierra, tajante: “Por eso, si mis discos generan alguna pregunta o duda en el oyente, con eso ya es suficiente”.
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