UN CRONISTA DEL NO BUSCA JUGUETES SEXUALES EN LA VIA PUBLICA
¿Se pueden comprar vibradores en los quioscos de barrio? Camaleón y Tulipán apuestan a naturalizar el consumo de artefactos que hasta ahora permanecían ocultos en los sex shops. Ya se venden 8 mil por mes.
› Por Javier Aguirre
La llegada a los quioscos de productos destinados directamente al placer sexual derriba tabúes y, a la vez, hace surgir nuevos focos de pudor. Después de más de una década de campañas de prevención del sida, y que parecía que ya nadie tenía vergüenza a la hora de comprar un paquete de forros, la aparición –en quioscos, pero también en supermercados y cadenas de farmacias– de “preservativos con vibrador incorporado” actualiza aquella situación. Es que decirle al vendedor: “Hola, jefe, ¿me da un vibrador?”, puede volverse una frase difícil si no es dicha bajo el halo de seguridad y clandestinidad propio de los sex shops. Y, por otra parte, es esperable que un quiosco lleno de gente, con locutorio y tarima de venta de superpanchos, sea un ámbito más prejuicioso (y más poblado) que un sex shop.
El objeto en cuestión es el “preservativo con vibrador incorporado”, producido por empresas como Camaleón y Tulipán. El adminículo –que cuesta alrededor de 17 pesos– consiste en un pequeño anillo de látex provisto de una batería y unos nódulos, que producen una vibración allí en los barrios genitales. Es descartable e independiente del forro propiamente dicho, y se coloca junto a la base del preservativo, enroscándolo –a decirlo sin rodeos– en la garompa. Además, el instructivo que lo acompaña asegura que sirve para usarse “en soledad por hombres y mujeres” y que “se puede lubricar, mojar, untar con sabores especiales e introducir en distintas zonas del cuerpo”. Y la novedad comercial que implica su presencia en quioscos es que ya no se trata de un producto dirigido específicamente a fines preventivos o sanitarios, como son los profilácticos (más allá de sus mínimas variantes lúdicas ceñidas a colores y texturas), sino que apunta al juego sexual, al fin placentero.
Acción.
El cronista travestido en comprador simula una exagerada duda, casi existencial, entre si llevar pastillas o alfajores; hasta que por un momento, y a pesar del flujo de gente que va, viene y va por Callao, el quiosco se vacía. Es el momento de disparar a quemarropa: “Quería uno de esos Camaleón con vibrador, como el que sale en la propaganda”. O bien, a lo bonzo: “¿Me da un vibrador?”.
Algunos lo toman con naturalidad. “Ya los vendí todos” o “¿Cuántos llevás?”, responden dos quiosqueros céntricos, dándoles a los novedosos juguetes sexuales el mismo trato indiferente que a cualquier otro producto de la oferta tradicional del local. “Mañana me entran más de los vibradores”, asegura una ancha quiosquera de Once, sin miedo al doble sentido.
A otros, en cambio, no parece agradarles el tipo de producto ni –acaso– el target de sus potenciales compradores. “Yo esas cosas no trabajo”, contesta, casi ofendida, una cachetona quiosquera de Congreso. “No, no tengo”, replica uno de bigotes, hiperparco, con mirada severa, y como dando por cerrada para siempre toda relación comercial.
También están los quiosqueros que dudan, como si no tuvieran claro cuál es el producto en cuestión; y agarran la cajita que dice “Camaleón Toys”; la escrutan, intrigados, sugiriendo que no saben nada sobre vibradores, y recién después –al amparo de esa declarada ignorancia– te la entregan, diciendo: “¿Es esto, no?”.
La diversidad de reacciones de quiosqueros contradice la versión oficial que brinda al NO el gerente de marketing de Camaleón, Darío Machado, quien asegura: “No hemos tenido gran resistencia de los quiosqueros, dado que, en ese aspecto, ellos compran lo que sus clientes les piden”. Y documenta un promedio de mensual de 8 mil forros con vibradores vendidos en el último semestre; cifra creíble luego de descubrir varios quioscos que admiten haberse quedado sin stock.A ver, amantes del mercado: ¿la llegada a quioscos y farmacias de objetos dirigidos a la estimulación y el jugueteo sexual representa algún tipo de competencia para los sex shops? Responde Eugenia, de América Sex Shop: “No perjudica ni afecta para nada, porque la oferta de productos de un sex shop es muchísimo más amplia. En todo caso, ayuda a que esté asumido que mucha gente usa productos de esta clase. Y es bueno el hecho de que la gente se anime más a comprar juguetes sexuales, a hablar sobre ellos, o a ver en la calle carteles que los publiciten. De hecho, todavía hoy hay muchos tipos muy vergonzosos a la hora de comprar algo en un sex shop. Ven que la vendedora es una mujer y empiezan a dar vueltas, o a ofrecerme explicaciones que yo no pedí, como detallarme que llevan un consolador porque se los encargó un amigo, y cosas por el estilo. Como si yo les hubiese preguntado algo. Algunos hasta tienen vergüenza de decir la palabra ‘consolador’ y dudan con qué palabra llamarlo”.
En tanto, los quioscos parecen acercarse a una nueva mutación. No es ningún disparate imaginar que, en un tiempo, al lado del estante de los bizcochitos de grasa, los tetrabrick con jugos de soja y las barras de cereales, los quioscos dispongan de una góndola de “productos útiles para la mujer y el hombre”. Hoy vibradores y geles; mañana, ¿látigos, consoladores espinados y muñecas inflables cerca de chupetines y caramelos?
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