SANTIAGO VAZQUEZ, EL INCANSABLE
› Por Julia González
Tiene razón Santiago Vázquez cuando cuenta que en La Bomba de Tiempo, el grupo de tambores que dirige, se manejan como DJs. La diferencia con cualquier conjunto de percusión reside en que el director usa un lenguaje de señas que va comunicando a los 12 músicos que tocan en semicírculo en medio de una improvisación intensa. Así mezcla ritmos, en vez de bandejas, y los fusiona unos con otros hasta transformarse en otras cadencias. Cada toque puede durar 10 minutos o 2 horas, según lo que su director esté vibrando de espaldas a la gente, que baila frenéticamente como si fuera una rave. La bomba estalla todos los lunes. La idea de Vázquez era justamente que ocurriera lo inevitable: “Quería ritmo, que se pudiera bailar, que funcione en el cuerpo, y me pareció que es algo que a la gente muchas veces le hace falta, o buscan y lo encuentran en la disco cuando van a bailar”. Santiago se entusiasma al hablar de su proyecto de percusión, paralelo a su grupo de mbiras y a Puente Celeste, descontando las fusiones que tiene con el Mono Fontana, Fernando Kabusacki y Alejandro Franov, entre otros.
Pero volviendo a La Bomba, que funciona hace cuatro meses, vale aclarar que subir las escaleras e ingresar a la sala de la Ciudad Cultural Konex implica internarse en otra dimensión. Las paredes húmedas y unas pocas luces rojas y azules le dan el toque de clandestinidad necesario para empezar a vibrar otra realidad. El sentido de que sea esta sala, y no otra, es porque Vázquez auguraba tocar en un lugar crudo donde el sonido y el baile fueran protagonistas. Los percusionistas (“los mejores del país”, según su director) repasan las señas en un ensayo abierto a las 7 de la tarde y entran en calor una hora. Después arranca el toque fuerte y sin pausa, hasta cumplirse las dos horas ininterrumpidas de danza.
–¿Qué te genera estar en el escenario de espaldas al público?
Santiago Vázquez: –(Se ríe) Es raro, se siente una energía muy fuerte, no sólo la que generan los tambores sino también la adrenalina de la improvisación, porque una seña del director puede hacer que algo suene catastróficamente, o que de pronto surja una energía nueva o que brote para bien o para mal. Por otro lado, las personas tienen personalidades diferentes y se mueven ideas fuertes. En general, la noche de La Bomba nos cuesta dormir a todos porque estamos tratando de procesar toda esa vibración. Me parece interesante sobrevivir a eso también, no estar en una catarsis escénica sino tratar de llevar a cabo una misión que es hacer ese viaje durante dos horas, y llegar al final sabiendo que tenemos que repetirlo el lunes siguiente. Toda esta energía es un poco abrumadora.
El rol del director implica estar adelantado al tiempo, para preparar la seña e indicar al grupo qué ritmo tocar. “Esta forma de trabajo exige un compromiso mental constante, porque cada uno tiene que estar atendiendo qué es lo que va a tocar, lo que hacen los demás y las señas del director. Y por otro lado tiene que estar racionalizando todo lo que está pasando. No cualquiera podría tocar en La Bomba.”
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