Jueves, 7 de septiembre de 2006 | Hoy
DEVENDRA BANHART, EN LA CRESTA DEL FOLK EXPERIMENTAL
El cantautor texano es un claro referente de la actual música popular norteamericana. Junto con figuras como CocoRosie, Wooden Wand & The Vanishing Voice o Six Organs of Admitance, forma parte de una tendencia que lleva al folk hacia instancias extremas de creatividad.
Por Yumber Vera Rojas
“Aló, ¿estás en Argentina?”, pregunta Devendra Banhart del otro lado del teléfono desde su casa en Nueva York. Y, sin dejar espacio más que para el saludo recíproco, consulta: “¿Hay chance de conseguir en Buenos Aires vinilos de Atahualpa Yupanqui?”. Ante tal interrogante y la posible respuesta negativa del receptor de su hesitación, para quien sería difícil explicarle que habría que ir hasta Parque Centenario o Parque Rivadavia para ver si por suerte se puede encontrar alguno en un estado medianamente digno, él mismo se adelanta y cuestiona: “Lo que he visto y experimenté es que en América latina no hay mucho interés por las cosas antiguas. La gente trata a los años ‘60 como si fuesen la prehistoria. Para mí, encontrar un vinilo de Simón Díaz o de Atahualpa sería increíble. Es una locura que casi no existan. Muchos argentinos y venezolanos que conozco adquieren todo por Internet. He comprado discos de Atahualpa, pero me salen caros. Si lo hago es porque es uno de mis héroes. Es más: tener un álbum autografiado por él sería algo tan preciado que no te lo podrías siquiera imaginar. Es de esos músicos que cuando lo escuchás la primera vez, jamás podrás olvidarte de él”.
Su atónita pregunta fluye en un acento venezolano tan bien conservado que, salvo por las típicas muletillas yanquis y algunas construcciones que no puede flexionar en español, es posible identificar la ciudad donde lo aprendió. Y es que el cantautor texano, uno de los mejores y más claros referentes de la actual música popular norteamericana ajena al aparato mediático y al mainstream nuestro de cada día, antes de ascender al status que hoy ostenta, y de transitar el intrincado camino que lo empujó progresivamente hasta el podio del reconocimiento mundial, experimentó la transición hacia su pubertad en los tiempos de la Venezuela del neoliberalismo salvaje. Devendra, quien en mayo alcanzará su primer cuarto de siglo, recuerda: “Cuando tenía cuatro años me fui pa’ Caracas. Comencé a tocar con mi primo Bernardo Rísquez —quien fue miembro de los grupos caraqueños Sur Carabela y Pacífica—. Estudié en el Jefferson —colegio típico de la elite capitalina—, que es muy sifrino (concheto). Pero por lo menos ahí aprendí inglés y me dieron una educación buena. Casi me botaron a los ocho años por una travesura que cometí porque quería llamar la atención. Y me mudé a California a los 13 años, a mediados de los ‘90. Toda mi familia está en Venezuela. Los visito cada vez que puedo”.
Y es que desde la aparición en el 2005 de su sensacional disco Cripple Crow, su tiempo ya no le pertenece. Si bien es un consecuente practicante del nomadismo, ahora no siempre puede decidir cuánto tiempo estará lejos de casa. El gourmet de este larga duración pasa la página lo-fi que lo distinguió luego de su debut en el 2002 con el disco Oh Me Oh My... No obstante, se ajusta a la flamante ola experimental del folk norteamericano, de la que es uno de sus principales actores, e incluso aborda la psicodelia orquestada. Después de encarnar el papel del cantautor solitario, en su nuevo trabajo se respaldó en una banda. Banhart reseña: “Mis discos anteriores estaban más abajo del lo-fi pues trabajaba de una manera súper rudimentaria. En esta ocasión conté con más herramientas. Ahora tengo una banda de seis personas que llamaremos Las Putas Solas. Hubo mucho apresto para este disco en todo sentido. Preparamos vino de miel, el trago más viejo del mundo, un año antes de hacer el álbum. Y las canciones no comencé a escribirlas sino un mes antes de grabarlas. Les dijimos a todos nuestros amigos los días que íbamos a estar en el estudio. Pero no fue un disco ideal. Tenía 45 canciones y sólo pudimos grabar 35, y eso es demasiado para un álbum. Así que tuvimos que reducir el repertorio a 22 temas e igualmente era largo. No quiero que eso vuelva a suceder”.
—De todas formas, no es la primera vez que te quejás de tus discos. ¿No te parece que sos implacable cuando te referís a ellos?
—Tengo una perspectiva sobre el disco que se acaba cuando concluye la grabación. Ese registro es un documento de Devendra en ese momento. No soy la misma persona luego y lo miro de otra manera. Eso, a su vez, me hace feliz porque me estimula a seguir grabando. Cuando escucho Cripple Crow hay tantas cosas que me gustaría cambiar...
—Si en tus trabajos anteriores impregnás mucha melancolía, en Cripple Crow ofrecés una alegría relativa. ¿Qué te motivó a cambiar de estado de ánimo?
—Tiene que ver con la participación de la gente y con el vino de miel. Tomábamos desde que salía el sol hasta que nos íbamos a dormir.
—Tus canciones encierran un espíritu bien punk en su duración, que puede oscilar entre uno y dos minutos. Pero en tu nueva producción te explayaste un poquito más.
—Son así porque trato de llegar a una esencia. Es lo que me interesa. No me gusta la poesía larga, a menos que tenga que ser larga. Ni me gustan las canciones extensas, a menos que lo ameriten. Es cierto que hay temas un poquito más largos en Cripple Crow. Pero esos temas para que tuviesen una duración de cuatro o cinco minutos inicialmente fueron de 20 y les tocó atravesar un proceso de edición.
—El prisma temático que manejás en tus canciones es amplio. Hablás sobre eventos de la ciudad, escenarios personales, situaciones que rozan lo político y hasta tenés una historia sobre un hermafrodita. ¿A qué o a quién te interesa cantarle?
—Me gusta cantar sobre todo lo que sucede. En los primeros álbumes sacaba a flote mi mundo interior. Pero con el tiempo aprendí a escribir sobre lo que pasa también en el mundo exterior. Tiene que ver con que no viví en ningún lugar por más de tres años. Toqué en sitios diferentes durante todo ese tiempo, y eso me ayudó a tener una nueva perspectiva de las cosas. La razón por la que hice un cover del tema Luna de Margarita —del folklorista venezolano Simón Díaz— es porque puedo convivir completamente con una canción tan bella como ésa de una manera muy personal. Pasé muchísimas navidades en la Isla de Margarita debido a que mi abuela tenía un departamentico ahí. Bernardo y yo siempre estábamos tocando música en la playa. Asimismo, esa canción me remite al campo porque mi familia tiene una casa en el Junquito —localidad próxima a Caracas—. Y pasaba veranos trabajando en una finca donde limpiaba la mierda de los animales. Puedo cerrar los ojos y regresar a ese lugar.
Devendra, quien confiesa su admiración por Juana Molina y asegura que estará en la Argentina junto a Las Putas Solas en octubre de este año, no sólo rinde pleitesía a Yupanqui o a Díaz. En su rápida verborrea aparecen nombres como Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez y Caetano Veloso. El cantautor norteamericano reconoce: “No puedo decir que son influencias porque soy un músico muy malo. Ellos son los maestros y yo soy un estudiante que saca las peores notas. Pero puedo decirte que son inspiraciones puras”. Su propuesta, como concepto artístico, está iluminada por los tropicalistas —la tapa de Cripple Crow proyecta un cruce de las portadas de los discos Tropicalia: Ou Panis Et Circencis y Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band—. Banhart explica: “Caetano, Os Mutantes, Os Novos Baianos, Gilberto Gil y Gal Costa tenían una actitud como de patriotismo con Brasil, y al mismo tiempo estaban abiertos a otras influencias y otros tipos de música. Los conocí por mi papá. Cuando viajaba, compraba muchos discos. En casa recuerdo que se oía salsa, merengue, Nusrat Fateh Ali Khan y Neil Young. Gracias a mi padre aprendí sobre esa música que te hace bailar y que es muy física. Es música para el corazón y el espíritu”.
—Por otra parte, cuando se habla de vos saltan referentes esenciales del folk como Nick Drake o Woody Guthrie, pero quien te tendió una mano para grabar tu primer disco fue Michael Gira, un baluarte del post-punk y el avant-garde norteamericano. ¿Cómo se dio esa relación?
—Michael es un músico moderno e increíble. Y también me salvó la vida. Tengo mucho que agradecerle. Me sacó el álbum y me dejó quedarme en su casa. Lo conocí pues compartí escenario en un show con uno de los grupos de su sello Young God Records, Flux Information Science. La baterista de la banda y su actual esposa, Siobhan Duffy, compró un disco con canciones mías que estaba vendiendo en ese recital por un dólar. Y luego se lo dio a Michael, quien me mandó una carta de 12 páginas. Cuando conocí sus canciones, sabía que debía trabajar con él. Me mudé a Nueva York y comencé a hacerlo.
—Reivindicaste a Vashti Bunyan, cantautora británica de folk que dejó su carrera en los ‘60 para vivir como hippie. Incluso participaste en su regreso en el 2005 con el álbum Lookaftering. ¿Qué te sedujo de ella?
—Gracias a ella toco música en vivo. Me quedé sin casa en París y cuando escuché sus canciones sentí que tenía un sitio donde vivir, que tenía agua, vino y pan. Le escribí una carta, me presenté, le mostré mi música, le conté que me iba a meter en una situación atípica porque comenzaba a tocar en sitios diferentes. Y ella me respondió que siguiera adelante. Gracias a su comprensión y respaldo pude pasar todo este tiempo tocando en lugares de mierda. Comencé de muy abajo. Fue una prueba de fuego que todavía no ha terminado.
—Participás de una avanzada de artistas norteamericanos, junto con figuras como CocoRosie, Wooden Wand & the Vanishing Voice o Six Organs of Admitance, que llevan el folk a las instancias más extremas de la creatividad. ¿Lo ves consistente como movimiento?
—Todo eso es fabricado por los medios para ponerme en algún lugar. Ni ellos ni yo pretendimos crear un nuevo movimiento. Nos conocimos mucho antes de tocar. Somos como una familia. A las CocoRosie las conocí cuando me mudé a California a los 13 años. Lo interesante de todo esto es que casualmente este pequeño grupo de gente está haciendo cosas interesantes. Pero es una cuestión meramente coincidencial.
—¿Cómo asimilas el éxito que vivís?
—Nunca esperé nada de esto. Siempre supe que lo que estoy experimentando es producto del momento. El punto para mí es hacer música y hablar de ella. Estudié en una escuela de arte (San Francisco Art Institute) donde aprendí todas las disciplinas excepto la música. Pero luego me di cuenta de que en vez de ir a clases prefería quedarme en casa tocando la guitarra. Fue una cuestión muy orgánica. Supe que si no era yo mismo me iba a morir. Si no eres honesto con tus canciones o con lo que le estás dando al mundo, tu cosecha se pudrirá. No importa dónde nazcas, lo que importa es que tú seas tú.
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