FESTIVAL DE VILLA MARIA
› Por Julia Gonzalez (desde Villa María)
Por la plaza principal va caminando alguna que otra remera negra. Llama la atención la limpieza de las calles. La tarde del sábado previa al festival de Villa María Rock transcurre calma en esta ciudad cordobesa donde se duerme siesta, como en otras tantas. La noche rockera arranca pasadas las 19, y las bandas locales Mr. Mojo y Motorblues hacen su set prolijamente. Llega Jóvenes Pordioseros regando el predio de rock stone y Memphis, la banda macrista por excelencia, los sucede con su avalancha de hits. El público canta su oda a la avenida Corrientes, Moscato, pizza y fainá, aunque estén a 800 kilómetros. A77aque toca una hora y hace pocos clásicos, como Donde las águilas se atreven, en donde Federico Sica, de Jóvenes Pordioseros, los acompaña en los coros. Entre las butacas hay algunos sub-12 que conviven pacíficamente con los más grandes que portan cartones de vino Toro. Pero se nota que en la provincia no existe esa paranoia festivalera. Los pocos grandotes de seguridad están bien esparcidos por el campo.
El anfiteatro Municipal de Villa María ya es famoso por haber recibido a las bombas pequeñitas seguidoras de Patricio Rey, cuando a éste se le ocurría deambular por el país, huyendo de la escena cosmopolita. Una década después, la ciudad sigue apostando al rock, más allá de que su fuerte sea el Festival de Peñas, por el que desfila un puñado de artistas heterogéneo y donde los alrededores del anfiteatro se llena de luces, carpas y folklore. Recordar las visitas de Los Redondos a Villa María es pensar en detenidos y heridos como consecuencia de los enfrentamientos entre las bandas que rajaban del cielo y la policía. Pero hoy el panorama es otro. Todo confluye en una calma digna del post-Cromañón.
A77aque se despide con No me arrepiento de este amor, la versión eléctrica del tema de Gilda, y sube varios grados la temperatura. Los pibes aplauden en ritmo de clave de son mientras esperan que llegue La Bersuit a los saltos, enfundados en sus piyamas. La banda del Pelado Cordera toca prácticamente Testosterona entero y también temas infaltables como Perro amor explota, Murguita del Sur o Danza de los muertos pobres, canción en la que el Pelado no se olvida de bajarse los pantalones y mostrar la cola pa’cá balanceando, para el deleite (¿o el desagrado?) del público. Cerca de las 3 de la mañana se acercan los dos bises: Señor Cobranza y las puteadas a destiempo a Menem, y La Bolsa. La Bersuit se despide triunfal, fiel a su estilo payasesco, y la desconcentración del anfiteatro sucede en un pacífico ritual. Algunos de los pibes peregrinan hasta la estación de ómnibus, bajonean facturas o siguen tomando vino. Así fue como el Villa María Rock se presentó como el próximo festival políticamente correcto del país.
“El anfiteatro se fue transformando en una especie de catedral del rock”, dice Horacio Lucero, organizador. La Renga también fue parte de este escenario y a partir de entonces se generó una comunión entre el rock nacional y el anfiteatro. En el 2004 fue el debut del Villa María Rock con Charly García, Spinetta, Divididos y Rata Blanca. En los alrededores del escenario cuelgan los trapos de Tucumán, Mendoza, Rosario, Neuquén y Buenos Aires. “En el interior del país la gente es un poco más tolerante con respecto a las tendencias y a las diferencias de grupos. Les gusta más y festejan el hecho de que se junten diferentes bandas”, dice al NO Ciro Pertusi de A77aque, quienes aceptaron tocar en Villa María porque estaban grabando su disco de 22 canciones en Córdoba, y no les significaba gran esfuerzo llegarse hasta allí, como sí participar del Pepsi Music.
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