Jueves, 26 de octubre de 2006 | Hoy
SEBASTIAN RUBIN
Por Julia González
“A mí no me gusta en general esa actitud snob de decir: ‘Los Beatles son John’”, sentencia Sebastián Rubin, ex Grand Prix, cuando trata de explicar por qué en su canción Odio el amor, incluida en su último disco solista Esperando el fin del mundo, él detesta a Sir Paul McCartney. “Entonces es como un guiño, porque, ¿quién escribió los temas de amor más lindos? Paul”, reflexiona. En su caso, las canciones surgen del juego, y las composiciones son absolutamente lúdicas. Rubin dice que es como detectar una antena, captar algo que está en el aire y descubrir que las melodías son algo mágico que lo llegan a sorprender. Y justamente de canciones está repleto su disco. El lo define como un “éxito total” porque transmite todo lo que querían expresar con su banda, además cuenta que quienes lo escuchan una vez se quedan con ganas de más, y ésa es la medida primaria de la victoria de un disco. “Salieron un par de canciones nuevas, pero me falta un tiempito para grabarlas, todavía tiene que madurar Esperando el fin del mundo, que sólo tiene tres meses en la calle. Siempre salen cosas, pero la mayoría son porquerías”, aclara sin pudor.
Su forma de hablar sin pausas y en donde las palabras se atropellan da cuenta de esta personalidad en donde el juego y el niño están presentes. También la forma de evocar el pasado: “De chico ahorraba, no me compraba un helado y me compraba un disco. Por ahí son gustos que están quedando demodé”. O como cuando cuenta por qué eligió ese contraste entre la tapa de su disco, el nombre y la relación que guarda con el anterior: “En realidad pasó al revés que con Viva la vida, mi primer disco solista. En ese disco tenía el nombre y después pensé en la tapa, que es como el contraste con el nombre (N. de la R.: en la foto hay un chico que simula con sus dedos tener un arma en la sien). Y estaba buscando algo que haga ese contraste, siempre como jugando al revés si es una frase positiva, que la foto sea negativa. La de Esperando el fin del mundo es una chica posando feliz y nada indica que estaría esperando que el mundo se acabe. Me gusta jugar con esas cosas”.
Rubin —eximio tenista de polvo de ladrillo— se reconoce como un genuino melómano a la hora enumerar sus influencias musicales. Admira a quienes logran encontrar una melodía con sólo tres acordes, “y no tiene que ver con canciones supercomplejas, no pasa por ahí. A mí, lo que más me gusta son las melodías, desde Cole Porter, pop de los ‘40, hasta lo de ahora, que me encanta. Escucho muchísima música, no te digo que me engancho con el folklore o el tango, pero ojalá pudiera disfrutar de todas esas cosas, sería un tipo con muchos lenguajes”. El ex Grand Prix está contento con su presente y rescata la veta positiva de ser solista.
—¿Te sentís mejor tocando solo?
Rubin: —Disfruté mucho de la banda; igual, la dinámica no la veo muy diferente. A la hora de ensayar tenemos un accionar muy de grupo, obviamente hay grados de responsabilidad distinta. Pero me sorprendo de la dinámica tan positiva que tenemos dentro de la banda. Yo tomo algunas decisiones finales, o tengo la última palabra de algunas cosas, aunque en la práctica tenemos una disposición muy grupal. Estoy muy abierto a escuchar los aportes de todos y lo disfruto muchísimo, tanto como cuando lo disfrutaba con Grand Prix.
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