Jue 26.10.2006
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OCASO 2012, EL SECRETO MEJOR GUARDADO DE LOS SUBURBIOS

Aguante, con el pecho inflado

› Por Daniel Jiménez

Día: Miércoles 15 de agosto de 2006.
Lugar: Estadio Luna Park (hasta las manos).
Motivo: Show de Los Piojos.
Andrés Ciro: —Qué linda remera que tenés puesta...
Micky Rodríguez: —Es de una banda que me gusta mucho...
Ocaso 2012 se llama.
Andrés Ciro: —Mirá vos... te queda bien, eh...

La conversación, que bien podría tener como paisaje de fondo cualquier esquina arbolada de El Palomar, se dio sobre el escenario del templo del boxeo en el primero de los cuatro conciertos que los de Ciudad Jardín ofrecieron a lleno total hace unos dos meses. Once mil testigos. Once mil piojosos que escucharon el nombre de Ocaso 2012. No es poco para levantarse con el pie derecho.

Dos meses después, los pibes que estuvieron en boca de todos aquella fría noche en la calle Bouchard se encuentran en un alto del ensayo a pocas cuadras de la estación Martín Coronado del ferrocarril Urquiza. Allí donde el diablo no perdió la cola, pero resignó algunas almas. En la puerta de una sobria casa de dos pisos, un pequeño cartel que cuelga de una reja hace referencia al fiel amigo del hombre. Pero, a diferencia de lo que uno esperaría, no dice “Cuidado con el perro”, o “Perro suelto”, sino que reza de modo imperativo: “No arroje perros”.

Juan sale a abrir y aclara: “Lo que pasa es que la gente veía perros acá y se pensó que todos los que estaban en la calle había que tirarlos adentro para que nos hagamos cargo. También tiraban gatos... una locura. Así que ahora, si caen, los devolvemos para afuera”.

La historia de Ocaso se fue gestando en equilibrio con la edad y la voracidad de sus integrantes (que no superan los veintitrés años de promedio), y su ascenso fue tan veloz que a ellos mismos les cuesta comprender aún muchas de las cosas que suceden a su alrededor.

Desde mediados del 2004 hasta la fecha, Juan Vinnichuk (voz), Nico Aguiar (bajo), Jesús Velásquez (guitarra), Federico Martín (batería) y Fausto Arduino (teclados) han vivido demasiadas emociones. Ese tipo de emociones que muchos combos que recién se inician envidiarían: tocar con una buena aceptación del público en Cosquín Rock y en las ediciones 2005 y 2006 del festival Pepsi Music, grabar el disco debut en la quinta de Los Piojos y ser elegidos por una figura del palo como el Negro Manuel Quieto de Mancha de Rolando como grupo revelación.

“Te mentiría si te dijera que en el Pepsi no nos temblaron las patitas; fue grosso. Todavía nos sorprende la devolución que tuvimos de la gente”, confiesa Juan. Nico suscribe con el pecho inflado: “No hay demasiadas bandas que hayan conseguido tanto en tan poco tiempo, pero es lo que debería pasar, ya que le ponemos toda la pila que esto requiere”. Jesús lo interrumpe: “Pero también hemos llegado a presentarnos varias veces jueves, viernes, sábado y domingo de corrido y quedar hechos pelota; todo es parte de un proceso normal de crecimiento”.

Justamente el guitarrista, quien con absoluta naturalidad se reconoce fan de Superman y de Federico Klemm, abandonó el país en el 2004 para viajar rumbo a México en busca de nuevos horizontes musicales. Durante su ausencia sus compañeros decidieron que había que llenar el vacío instrumental de alguna manera. Y así llegó Fausto, fanático de Pink Floyd y Jimi Hendrix, para aportar nuevas texturas. Pero, a los nueve meses, Jesús regresó a la Argentina y a su tribu de pertenencia para no moverse más.

Con la formación completa y luego de caminar el under (lo que incluyó diversas actuaciones en pizzerías y tugurios genéricos del conurbano), había que plasmar en una cinta lo que mandaba ese espíritu adolescente. Luego de un demo registrado bajo la dirección de Daniel “Piti” Fernández y Tucán Bossa, llegó la hora del disco. Y así como en cientos de historias con final feliz, los Ocaso estaban en el lugar correcto en el momento indicado.

“Nuestra manager conocía a Los Piojos y por ese medio pudimos acercarles a los chicos un ensayo casero. Ellos se supercoparon y nos prestaron todos los instrumentos para que podamos hacer el álbum en El Farolito, su estudio propio. Fue un flash”, se entusiasma Jesús. Pero los golpes de suerte (o las consecuencias del trabajo) nunca son fáciles. Para Nico, acceder a semejante oportunidad también tuvo sus costos: “El principal problema fue el tiempo, porque es una quemazón grabar todos los temas seguidos cuando ves que los minutos corren. Metimos doce canciones en cinco días; fue una locura divertida. Ver esos equipos juntos y la forma en que se graba a ese nivel fue algo increíble”.

El universo musical de Ocaso 2012 se balancea entre el rock orillero y el gusto por sonidos más orientados al pop de dientes apretados, con una fuerte presencia de la canción beatle como eje central. Definición que se desprende de las once piezas que conforman su homónima opera prima, que recibió su bautismo de fuego ante más de quinientos seguidores en el Teatro Leopoldo Marechal de Hurlingham. Hasta allí parecía que el masterplan ideado por el quinteto comenzaba de la mejor manera. Pero el latigazo implacable que sufrió el rock nacional allá por diciembre del 2004 también los alcanzó, como a tantos otros proyectos que intentaban dejar el color subterráneo para asomar su cabeza.

Dice Juan: “Cromañón cambió todo, aunque nosotros nunca paramos. Para que te des una idea, desde marzo hasta diciembre del 2005 hicimos más de sesenta shows, pero agarrábamos lo que venía porque no había muchas opciones. Es por eso que pasamos de la nocturnidad a la luz participando en festivales y presentándonos en plazas a las cinco de la tarde”. Jesús suma otra queja: “Ahora no es lo mismo porque te cobran mucho más. Ya no hay un Mocambo donde caer. Okey, El Mocambo era rústico, pero no sé si todos los lugares por ser rústicos se pueden prender fuego. Creo que no existió un buen criterio para cerrar los boliches”.

Intentando acomodarse a los grandes pasos que el grupo ha dado desde su nacimiento, Juan, Nico, Fede, Fausto y Jesús saben que el sueño ligero de un conjunto de amigos se va transformando lentamente en una pequeña pyme rockera que depende exclusivamente de ellos. “Hoy son casi quince las personas que trabajan con nosotros, desde asistentes hasta los que disparan imágenes en vivo —aclara el bajista—. Es por eso que montamos los shows de otra manera, tratando de ver cómo se puede seguir sorprendiendo. Ya sea con afiches diferentes, una página web completa (donde cada uno está representado por una animación más que simpática) y una estética distinta, para que se note que nos esforzamos mucho.”

Pero: ¿para qué semejante esfuerzo? “Para no trabajar”, suelta Juan, y agrega: “Vivimos para la banda, por eso le dedicamos todo nuestro tiempo. Un día nos dijimos: ‘¿Queremos vivir de esto?’. Entonces tomémoslo como un trabajo, porque, al menos yo, no me imagino haciendo otra cosa”. El mismo concepto se extiende al resto. “Vamos a decir la verdad: cualquier persona quisiera hacer esto y que encima le paguen. Imaginarme en otro rol que no sea el de músico, me deprime. Quiero vivir de la música, ya sea tocando para un estadio lleno o dando clases. No me veo en una fábrica”, se sincera Jesús. Casi llegando al codo final del 2006, uno de los secretos mejor guardados de los suburbios bonaerenses ya se encuentra demeando los temas de su segundo álbum, que tal vez aparezca en el 2007. ¿Un productor en mente? Juan larga la sonrisa y apunta alto: “Estaría bueno laburar con Santaolalla. ¿Es complicado? Bajemos entonces... llamemos a Mollo”.

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