Aguantar los trapos
PRODUCCION Y TEXTOS: JAVIER AGUIRRE
La argentinidad expresada en el rock a través de la identificación con los símbolos patrios en canciones y recitales tuvo sus momentos de florecimiento durante los noventa, más allá de las diferencias y pormenores de cada caso. Quizás el cuadro de situación nacional planteado desde la caída de De la Rúa, no sólo en términos económicos sino también en todos los demás, tenga su correlato en la próxima escena rockera; o al menos, sea recogida por algunos artistas o rescatada por algunos públicos. Casos testigo: el hard rock folklórico y popular de los tempranos Divididos que vivió sus días de conciertos con banderas y ponchos (1992, con La era de la boludez, título argentino también...). Los Piojos construyendo desde el under buena parte de su conexión con el gran público animándose a “argentinidades” tales como el Himno Nacional o el tango “Yira-Yira” (“Maradó”, por supuesto, también debe contarse). El análisis de la historia argentina inmediata que en letras recientes vienen realizando Andrés Calamaro y Fito Páez. O la fusión pasional entre rock y fervor nacional(ista) que apuntala Ricardo Iorio en el heavy criollo de Almafuerte. Tal vez, un cuchillo de dos puntas y mucho filo. Todos le temen a la palabra “nacionalismo”, aunque lo proclamen o sugieran.
Independientemente de esto, el aura de “militarista”, “facho” o “derechista” que parece envolver al uso de banderas albicelestes o de proclamas nacionalistas afecta directamente al rock argentino, más proclive a alimentar otras banderas aglutinantes (la juventud, la clase social, la bohemia, el palo, el americanismo, la oposición a la policía y demás instituciones, justamente) antes que lo patriótico.
El interrogante toma forma: ¿Y si –como efecto inesperado del auge de la furia, la protesta, la participación y la reivindicación de lo nacional– el rock argentino rescata, reformula y se jacta de su relación con los símbolos patrios?
Juegos de patriotas
Federico Gil Solá, integrante de Divididos a comienzos de los ‘90, cuando las banderas celestes y blancas aparecían en los shows del trío, no mira con demasiada simpatía al fenómeno. “Creo que siempre encierra cierta confusión, que es creer que el problema de fondo es entre intereses argentinos e intereses extranjeros, cuando los militares que mataron 30.000 tipos eran argentinos, y los que nacionalizaron la deuda de las empresas privadas también eran argentinos. Las banderas en aquellos shows de Divididos también eran medio una confusión. Empezó en un recital del ‘90 en Obras, por los seis años de Rock & Pop, en el que tocamos con un bombo legüero y cantamos ‘La balsa’; y siguió cuando hicimos nuestros primeros Obras propios, en mayo del ‘92. En el primer show salimos con caballos y ponchos, medio como una joda antes del 25 de mayo. Pero la gente se puso a cantar ‘¡Ar-gen-ti-na!’, y nosotros nos miramos como diciendo: ‘La puta, hemos creado un monstruo...” Por eso al día siguiente salimos con caballos de peluche, como para demostrar que había sido una joda... Pero bueno, durante un tiempo aparecieron banderas argentinas en los shows, y hasta caían pibes con poncho a la sala de ensayo. Creo que los símbolos argentinos tocan ciertos nervios que están por ahí, y que la gente a veces necesita.”
El contexto de fiesta y de liberación que se genera en las grandes experiencias masivas como los partidos de fútbol o los recitales, es en sí proclive a la exteriorización de sentimientos. El guitarrista de Los Piojos Tavo Kupinski, afirma: “En los shows se vive un microclima de real expresión y libertad, que se asocia no sólo con la música sino también con el país, con las ganas de cambio, con la rebeldía ante esta supuesta democracia que es, en realidad, una dictadura económica yanqui”.
Mi bandera
En Los Piojos la mirada sobre la cuestión político-patriótica es a veces bastante explícita, como en el caso de la “repatriación” del recuerdo de Arturo Jauretche en la canción “San Jauretche”. Tavo lo explica: “El tipo contaba la historia de otra forma, como peronista pero independiente. Era un patriota y un nacionalista, sin que eso signifique facho. Nos inculcaron que patriota es sinónimo de facho, y eso es mentira. Yo me siento re-argentino y me animo a decirlo, no me siento facho por eso.”
Palo Pandolfo –quien en 1988, al frente de Don Cornelio, tituló el segundo disco de la banda con el explícito Patria o Muerte– reflexiona: “El menemismo vapuleó al sentimiento de argentinidad. Y si hoy los símbolos argentinos nos suenan a fachos es porque, justamente, fueron los militares –con su formación prusiana de dominio– quienes los defendieron más a viva voz durante los últimos años. Y trasladaron el estigma militar a los símbolos patrios”.
¿Y cuál es el lugar del rock? ¿El contexto general es proclive a que los artistas se involucren y participen de manera más directa, ya sea a través de acciones políticas o bien a través de la incorporación de la “cuestión patriótica” en su obra? “Las letras de rock siempre reflejan parte de lo que pasa –dice Palo–, aunque, al menos hasta el momento, no parece haber habido grandes modificaciones, a partir de la crisis, en las bandas conocidas; más allá de que todo sea cada vez más luchado, y de que haya que agudizar el ingenio para poder tocar. Estaría bueno que –no sólo el rock, sino toda la Argentina– se preguntara cómo llegó Duhalde al poder, qué hicieron Chacho Alvarez y la Alianza para que todo esto pasara, y por qué hay tanta necesidad de creer que el Gobierno pareciera tener apoyo de Clarín y hasta de Página/12.”
Sobre los símbolos, Gil Solá es cauto. “Me parece oportunista cuando una banda de rock alienta la idea de la bandera, del rock nacional, como si la clave de todo esto fuera diferenciarse de los bolivianos. Salir con la bandera, salvo que sea súper espontáneo, es medio jodido.” Palo, por su parte, es muy crítico sobre el papel del rock en las crisis del país: “El rock nacional es reaccionario. Por supuesto, no es lo mismo la actitud Elvis Presley que la actitud John Lennon, pero en general, el rock argentino pelea por la libertad en el consumo de drogas, por el derecho al reviente, pero no por mucho más. A partir del ‘76, el rock se volcó al jazz rock, se intelectualizó, se dejó llevar por Malvinas... ¡no hubo desaparecidos rockeros! El rock siempre tuvo una gran ignorancia política.”
Para qué
Quizás el presente argentino procree un clima propicio para que broten los símbolos de identidad y los sentimientos argentinistas; y, otra vez quizás, el rock –arte al fin– experimente en carne propia esos brotes. Quedará preguntarse si eso es bueno o malo. Gil Solá reflexiona: “Los chicos en los recitales quieren sentirse parte de algo, identificarse. Si es una forma de generar vínculos entre la gente, está todo bien; mucho mejor que salgan con una bandera argentina y no con una de Estados Unidos. Pero estaría bueno que no quede solamente en el simplismo de la bandera”. Y Palo agrega: “Me gustaría ver acciones directas por parte del rock, como que se generen hechos culturales y actitudes solidarias concretas. ¿Por qué Los Redondos no tocan y hacen donaciones, casi como acto revolucionario? ¿Qué mérito tiene ir a tocar a Ushuauaia si el Estado te paga el cachet? Hacen falta acciones directas y solidarias, como las que sí hacen bandas punk, Los Gardelitos, o hasta Fito Páez, cuando tocó para Unicef. El rock debería juntar guita para escuelas, o valerse del nihilismo político de los pibes para generar cierta evolución solidaria y espiritual. Ahí quizás esté el motor para que surja algo serio.”