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Jueves, 9 de noviembre de 2006

SMITTEN HACE PUNK PARA HOY, Y TIENE NUEVO DISCO, Y TIENE NUEVO SELLO, Y SE PONEN UN POCO NOSTALGICOS

“¡Eramos tan chiquitos cuando empezamos!”

La banda más punky-beatlera de la Argentina editó su sexto disco por Iguana Records, subsello de Sony/BMG. “Las multinacionales son un mal necesario”, dice el cantante Chucky, que lleva doce años de remarla en el under.

 Por Cristian Vitale

Cuando el punk se encuentra con Los Beatles, aparece Smitten. El lance al paso de este cronista les parece una exageración. Y de alguna manera lo es. Por eso —sentido común mediante— se transforma en pregunta. “Ahora sí —respira Chucky, cantante y guitarrista— porque, si no, es mucho, y muy de golpe” (risas). Patrick Steve, insuflado, no es tan contundente. O, cuanto menos, le cambia el sentido a la contundencia. “Pensándolo bien, vamos por ese lado. Pero no con el punk de los Pistols sino con el californiano.” Las palabras corren y va prevaleciendo un acuerdo. Claro que al lance, antes, hay que despojarlo de escorias. Limarlo. Primero, recalar en que esto es la Argentina, donde el punk californiano, como dice Patrick, llegó con bastante delay. “Cuando nosotros salimos con el punk melódico nos miraban raro. A ninguno de mis amigos, fanas de los Pistols y el punk bardo, se le ocurría hacer una canción de amor. Nadie conocía a Green Day.”

Segundo, bajar del bronce a Los Beatles. Incorporarlos al llano como seres de esta tierra posibles de ser redimidos en diferentes formas. Patrick, Chucky y Mili —baterista— parecen haberse tomado a los cuatro de Liverpool en un ácido para no regresar más. Desde aquel primer casete (Oscuro sol, 1997) hasta el flamante Smitten, la esencia beatlera subyace en el cosmos de la banda, de una u otra manera. “Para arrancar, Los Beatles nos gustan sí o sí a los cuatro —el otro es Chichu, ausente con aviso—, después, cada uno tiene sus gustos”, dispara Chucky.

Sintonía con el lance primigenio, que aumenta con un escaneo rápido por la carrera del grupo. Cuando arrancaron, en 1994, eran unos adolescentes prodigio del Oeste que ya tenían escuchada casi toda la discografía de Los Beatles. En el disco debut, las letras son links a She Loves you, I Need you, All my Loving, And I Love her o cualquier tema cariñoso pre-Revolver.

Para la época de Después del silencio (1999) ya se animaban a inyectar el viejo sueño de Lennon a la estrofa inicial de Mundo enfermo: “Imagina un mundo en donde no haya odio”. Y en el 2001 arriman al colmo de la adoración cuando editan un EP llamado Let me Be, cuya tapa es ¡igual que la de Let it Be!, pero con la cara de ellos cuatro en lugar de las de George, John, Paul y Ringo. Entre los temas de aquel disco, versionan la mismísima Imagine y Hey Jude. El ácido siguió activo en los sucesivos trabajos (Cambia, 22.30 y Smitten), en los que siempre aparece alguna balada en inglés intentando atrapar jirones de la magia aquélla. La bella My Beer y el trabajo psicodélico de las voces en Ridicul Star (rémora post-Revolver) son ejemplos concretísimos.

En el desgrane, siguen apareciendo nexos. Una de las fotos del último disco, muestra a Patrick abajo de una remera de Los Beatles. Casi todas las canciones se destacan por su cuidado ensamble vocal, que evoca el tándem Lennon-McCartney. Y, por qué no, también a The Hollies. “Nosotros, más allá de la movida californiana, también tenemos mucha influencia del pop inglés de los ‘60. Nos gusta tanto como Nirvana, por dar un ejemplo”, sostiene Mili. Incógnita: ¿y Ramones no? “Sí, ellos tienen melodías muy lindas que van directo al corazón, pero las voces son más oscuras. La voz, en realidad”, ironiza Chucky. Lance aprobado, al fin, aunque con dos correcciones: “Cuando el punk —californiano— se encuentra con Los Beatles —en la Argentina—, aparece Smitten”. “Ahí me gustó más”, jode Chucky.

Otro lance. Luego de aprovechar la independencia como herramienta y, tal vez, como bandera de lucha durante muchos años, Smitten firmó con la multinacional Sony/BMG. Más específicamente, con su subsidiaria rocker Iguana Records, administrada por Pop Art. ¿Contradicción? “No —sostiene Patrick—. Cualquier grupo en cualquier lugar del mundo siempre reparte demos esperando que algún sello les ofrezca contrato. Le pasó a Linkin Park, a The Offspring o al que se te ocurra. Salvo a la Dave Matthews Band, creo que a la mayoría. Sólo en la Argentina existe esa creencia de que si sos independiente la tenés más clara. Es cierto que la banda más popular de la historia, Los Redondos, llegó así. Pero fueron una excepción.”

—¿Cómo fue grabar con Sony/BMG?

Chucky: —Las multinacionales en un mal necesario.

Sony/BMG editó el flamante disco —que presentan el 17 de diciembre en El Teatro de Colegiales— y se encargó de organizarles la prensa, distribuir el material en las provincias, donde los anteriores solían no llegar o llegar muy tarde. Chucky reconoce que están conformes con el contrato y comenta que trabajaron con total libertad en los 14 temas del disco. Incluso, las voces y las guitarras fueron grabadas en Data Rec, su propio estudio. “En este sentido, la pasamos peor en 22.30, porque el técnico nos hizo tomar un rumbo medio raro”, apunta el guitarrista.

—Pese a que es su antecesor, suena bastante diferente a Smitten. Parecen haber trocado despojo por rabia...

Patrick: —Probablemente sí. En el último disco, los instrumentos suenan más nítidos, claros. En 22.30, en cambio, la banda sonaba más violenta. Es cierto. Creo que estamos más grandes y tenemos cada vez más influencias. El otro día estaba escuchando los primeros temas que grabamos, y la verdad es que están buenos, pero son todos iguales... conservan la misma línea. Ahora ya no nos pasa.

Chucky: —Es normal eso de tener 15, 16 años y, por rebelde nomás, no salirte de un género. Siempre querés ser el más punk, el más rocker o el más lo que sea a esa edad. Después se te pasa, por suerte.

Dato insoslayable: la banda tiene 12 años y ninguno de los cuatro asoma los 30. “Eramos tan chiquitos cuando empezamos”, bromea Chucky. Y, por qué no, unos niños valientes por sensibles. A principios de los ‘90, la escena punky argentina estaba poblada de mensajes, poses y actitudes anarco—nihilistas o de fuerte contenido social, contestatario, poco afín a los intereses sentimentaloides del cuarteto. “Nos miraban raro, y un poco nos excluían porque la data punky, por entonces, era la inglesa de los Pistols o The Clash, y no la californiana, más melódica o hardcore, ¿no? Por suerte nos salimos con la nuestra y ahora todas las bandas hacen canciones de amor”, se ríe Steve.

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Imagen: Cecilia Salas
 
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