Jue 14.12.2006
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HISTORIAS DE SURFISTAS

La vienen remando

El mar, las olas, el viento, el sucundum. Todo parece ideal. Pero cuando los surfistas deciden subirse a un rulo, antes deben tener en cuenta una serie de códigos para ganarse el derecho a disfrutar la adrenalina marina.

› Por Facundo Di Genova

Desde Mar del Plata

“El único peligro para surfear acá es la sudestada”, dice el dos veces campeón argentino de surf Maxi Siri (24), y avisa que sí, que hay tiburones en estas playas, “pero no atacan”. Por eso, como no es época de sudestada y el último caso de ataque fue en Miramar en 1954, cuando un tiburcio blanco perdido se masticó a un nadador, el NO se puso a barrenar historias adentro del agua, luego de una recorrida playera que partió desde el surf camp de Quiksilver: un hostel que brinda cátedra (cuyo titular es el mismo Maxi Siri) a los que quieran aprender, o perfeccionar, el arte de correr olas.

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Hay varios personajes ligados al surf, que ya lleva cuarenta años en esta ciudad, hoy legendarios, muchos exaltados por la cultura oficial, como Daniel Gil (ver aparte). Están los campeones Martín Passeri y Daniel Gil Jr, están los que en invierno se van hacia México y Brasil a buscar aguas cálidas y mejores olas; están los corredores de olas gigantes, como Santiago “el Aguja” Di Pace y Diego “el Foca” Conti; están los que aterrizan en el País Vasco y los que, con mucha suerte, llegan a Hawaii, meca del surf mundial. Hay otros que son más bien poco conocidos, quizá por haber abandonado este mundo antes de tiempo —y por circunstancias ajenas al surf— o porque están lejos del país. No hay surfista que no conozca la historia de Alejo Abramidis, gran corredor de olas que, cuando murió a principios de los ‘90, inspiró a un amigo, Rubén Muñiz, a bautizar a su primer hijo con el nombre de Alejo. La historia viene a cuento de que hoy el “heredero” de Abramidis, el marplatense Alejito Muñiz, que vive en Bombinhas (Brasil) desde que sus padres se radicaron allí, surfea que da miedo, y que en el último mundial de California, y con sólo 16 años, salió subcampeón, lo que llevó a las autoridades de Florianópolis a declararlo ciudadano ilustre.

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Ale Carricart (27) es marplatense pero vivió y surfeó muchos años en México, bajando “olones” impresionantes y rompiendo una cantidad de tablas que ya perdió la cuenta. Tenía 17 años cuando empezó a repararlas por su cuenta, hasta que sin querer se hizo shaper (hacedor de tablas). “Los materiales son importados”, dice Carricart y cuenta que fabrica cerca de 25 tablas por mes que van desde los 700 hasta los 1300 pesos, aunque se puede negociar una usada por mucho menos. “Lo más caro es el foam (especie de telgopor comprimido) que viene de afuera. A nadie le da el bille para traer un contenedor entero y bajar los costos.” Vale decir que existe un foam —Elova, de diseño estadounidense— que ya se está fabricando en Argentina y exportando al exterior. En el taller de Carricart, una casa toda grafiteada del barrio San Carlos, hay cientos de tablas nuevas y usadas, y mucho, pero mucho de verdad, polvo blanco, fibra de vidrio y resinas voladoras. La piel pica. “Vi en el Discovery que este es uno de los oficios más sucios que hay, y tienen razón”, dice el surfista, que trabaja con máscaras, y que además de fabricar tablas nuevas, también las repara (una punta rota puede costar 70 pesos). Atención: si es un día de buenas olas en Mar del Plata, difícil encontrar a Carricart en su taller.

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En marpla, igual que en California o Sydney, existe un encuentro para nada amistoso entre surfistas locales y foráneos llamado localismo. Cada uno surfea en su playa y es muy difícil que surfistas del centro vayan a surfear al norte, y viceversa. “No lo comparto pero existe, igual no es tan pronunciado como en California, donde podés tener 60 personas corriendo las mismas olas”, dice Maxi Siri. “Hay localismo a morir”, dice apenas sale del agua en Playa Grande, la tabla bajo el brazo, Sebastián Galindo (37), surfero de la vieja escuela y creador de la marca Camarón Brujo, y recuerda que para evitar enfrentamientos -–que al menos en Argentina nunca pasan de insultos y piñas, aunque en las grandes olas del mundo muchas veces los lugares se disputan a balazos limpios–- existe un protocolo que hay que respetar si se quiere surfear de visitante. “Es una cuestión de respeto por las prioridades. La prioridad la tiene quien está más cerca de tomar la ola, del lado de la espuma.” Si un local tiene la prioridad y un visitante la desconoce, habrá problemas.

Pero además, las diferencias no sólo se dan entre foráneos (sobre todo surfistas porteños) versus locales sino también entre surferos del norte y surferos del centro-sur de Mar del Plata. “Esa rivalidad existió siempre. Si hasta se agrupan en distintas asociaciones (ASA, FAS, SRFA, de corte ecologista). En el norte dicen que los del centro y sur concentran todo: que están las marcas, que les hacen notas, que se hacen los programas de surf... pero en el norte también hay olas”, dice Oscar Iriarte, editor del surfero.com donde se puede chequear la ficha técnica de todas las playas surferas, cómo vienen sus olas y el grado de localismo de cada una, clasificado como “bajo”, “mediano” o “intenso”.

Todos los surfistas consultados por el NO reconocen, sin embargo, que se puede ser foráneo al principio y ganarse la condición de local después, como le pasó al ex porteño y ex skater Martín Passeri, quien se acaba de coronar campeón latinoamericano de surf en Puerto Rico y hoy nadie duda en decir que “es local de Biología”, el sector central de Playa Grande.

Por eso, vale decir que para surfear es esencial respetar el localismo y que desconocerlo siendo visitante es, en definitiva, algo así como ser de Saavedra y pretender jugar a la pelota en una canchita de Fuerte Apache sin pedir permiso y sin siquiera saber quién es Carlitos Tevez.

Capital nacional del surf

Hace tiempo que Mar del Plata dejó de ser la ciudad del suéter y el alfajor para convertirse en “la capital nacional del surf”. Desde que Daniel Gil trajo las primeras tablas en 1963 hasta hoy, las cantidad de surfistas ha crecido siempre, y ya se cuentan por miles los marplatenses (hay quien dice cinco mil, hay quien dice ¡20 mil!) que practican este deporte que primero fue un ritual hawaiano, tal como lo documentó el capitán británico James Cook allá por 1779, cuando cientos de indígenas achinados lo recibieron con mucha alharaca surfeando olas gigantes —aunque después lo mataron por pirata y conquistador—. Gil es el prócer viviente y en 2003 fue declarado ciudadano ilustre al cumplirse 40 años de surf en el país, casi tantos como el rock nacional. Quien no lo conozca, puede recordar el muy reciente comercial de aspirinas donde se lo ve a sus 62 años y junto a varios surfistas de una playa del norte llamada La 40, surfeando una clásica y tranquila ola con su longboard. Gil es local en Waikiki, una playa del sur a la izquierda del Faro, adonde también hay un perro llamado Sultán que surfea en la misma tabla que su dueño, el campeón argentino de longboard Martín Pérez.

Historia de un envión

Parte de una gran familia formada por abuelos y nietos surfistas, empleados, obreros y gerentes surfistas y por qué no, delincuentes surfistas, en Mar del Plata este deporte se debate hoy más que nunca entre la competencia y la recreación, entre la falta de apoyo institucional y el “rebusque como sea”. “Como están las cosas hoy, prefiero no hablar del surf competitivo”, dice Alberto Lapenta (43), surfista de la vieja escuela y director del programa Planeta Surf, que puede verse en la tele marplatense. “Por cada surfista profesional hay mil freesurfers (surf recreativo). Ellos son el surf. ¿Cuál es el fútbol? ¿El de los jugadores que ganan millones o el que juegan millones de personas en todo el mundo?”, se pregunta. “Faltan más campeonatos, mejores premios y mayor apoyo institucional”, lanza Hugo Palavecino, especialista en surf del diario La Capital. “Son pocos los esponsors que pueden patrocinar a un surfista para que tenga dedicación exclusiva. La mayoría tienen otros trabajos”, dice.

Siri, por caso, antes de recibir el apoyo de Quiksilver y otras marcas, trabajaba en la panadería de su papá. Así, se entiende por qué Argentina, pese al reconocido talento de sus surfistas, “está muy lejos de Estados Unidos, Australia y Brasil, que tienen los mejores surfistas del mundo”. Un abismo que no tiene que ver con el tamaño de las olas. El caso de las dos mejores surfistas marplatenses de todos los tiempos, las hermanas Ornella y Agostina Pellizari, que tuvieron que correr para Italia durante el último mundial por carecer de apoyo institucional, ilustra la escena competitiva. “No estuvieron bien, me defraudaron totalmente”, dice el surfista Lucas Santamaría (19), miembro del equipo Quiksilver y promesa nacional. “Para mí no estuvieron mal. Ellas la vienen remando desde hace mucho tiempo y son las mejores. No tuvieron apoyo, no hay nada que reprocharles”, defiende Andrés Cianci, los brazos de Popeye, la melena del Diego, guardavidas de Playa Grande y free surfista. Las hermanas “no tienen rival”, coinciden todos, y si se anotan en algún campeonato de hombres dejan pintado a más de uno, como sucedió el año pasado. Ahora, sin embargo, las miradas empiezan a apuntar hacia dos niñas de 14 años, llamadas Maia y María Paz, que surfean como sirenitas —el NO pudo verlas desde dentro del agua—. En breve, no hay dudas, también darán que hablar.

La playa es pública ¿seguro? El Nº60 de la revista surfista editorializó sobre la situación ambiental y la gravísima falta de playas públicas en Mar del Plata a través de una columna firmada por el surfero y biólogo Marino Ricardo Bastida, quien escribió: “El agua de mar, que en mi juventud curaba cualquier herida, actualmente las infecta seriamente”. Más info: elsurfero.com; surfistamag.com; planetasurf.com

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