NOTA DE TAPA
Acciones inesperadas en espacios públicos. Ocupaciones temporales de escenarios con fines lúdicos, y, también, políticos. Internet y los mensajes de texto son el soporte de una nueva manera de interpretación artística que anda entre el snobismo y la vanguardia, y consiste en organizar encuentros espontáneos entre miles de desconocidos.
› Por Federico Lisica
Acaso no haya frase más socarrona y despierta que “I know’it’s only rock and roll... but I like it” para referirse a todo lo que propone de modo manifiesto, y disimula a conciencia, la cultura rock. Con los flash mobs sucede algo parecido. Hay una traducción: multitudes relámpago. Hay una definición: encuentros lúdicos, autoorganizados y multitudinarios, donde prima la diversión y, a primera vista, el sinsentido. Hay una serie de actividades: lucha de almohadas, batalla de burbujas y bailes en la vía pública, algunas de sus versiones más reconocidas. Hay una forma de enterarse: e-mails o SMS. Hay un tiempo de vida: sólo algunos minutos, nunca estipulados; en cuanto la acción se termina, la muchedumbre festiva se disuelve y vuelve a ser masa anónima. Hay más por desentrañar acerca de esta forma de socialización que despierta interés en coolhunters, intelectuales, gurúes tecnológicos y simples buscadores de ocio.
A partir de las 18 del 18 de noviembre, Buenos Aires se sumó a la escalada de flash mobs globales. ¿O no será tan así? (ver “Del cacerolazo a la Xbox”). Pero la memoria colectiva evocará “la lucha de almohadas” como ese puntapié inicial. El evento tenía la esperanza de reunir 100 personas por 15 minutos en la plaza Benjamín Gould, más conocida como “El Planetario”. Un zoom sobre este imperecedero símbolo de la modernidad porteña (desde que Soda Stereo reuniera allí bellas hordas pop) contabilizó alrededor de dos mil personas intercambiando cojines y golpes por más de dos horas. La convocatoria inicial fue obra de Marina Ponzi, una estudiante de comunicación de 23 años, quien tras haber visto en You Tube (¿podría haber sido en otra parte?) un evento del mismo tipo realizado en San Francisco, alentó desde su blog “una movida para salir un poco de la rutina”. Luego de esta acción se han multiplicado los blogs, mails y SMS anunciando más pillow fights (tal su nombre global) en distintos puntos del país; un carnaval carioca en Plaza de Mayo; una reunión en un fast food para pedir comida de otro local, y bailar en plena calle (mobile-clubbing en su acepción original) con invitados muñidos de walkmans, i-pods o reproductores de MP3.
Pero antes de llevarse a cabo el primero de ellos ya habían surgido dudas. ¿Se trataba o no de un flash mob? Para los puristas, definitivamente, no. Marina había caído en el craso error de hacerlo circular por TV, radio y prensa gráfica. “La batalla de almohadas en Buenos Aires no ha sido más que un lanzamiento mediático. Si llamamos a la prensa, obviamente tendremos cinco mil o más personas. Sin publicidad más que la nuestra y de los participantes, así es como se hace”, posteó en Madridmobs.net el colectivo Flash Mob Buenos Aires.
Marina, quien además solicitó la ayuda del Gobierno de la Ciudad al advertir que su idea estaba tomando cauces masivos (lo que le valió más críticas), se planta: “Estuvo buenísimo que llegue a los medios. Es algo muy nuevo. No importa tanto determinar qué es, ni la forma en la que la gente se entera, sino el hecho social de juntarse en la calle a hacer algo distinto”, destaca esta chica movilizada a agilizar la modorra ociosa que percibe en la juventud argenta. ¿Por qué tanta polémica? La presencia de periodistas pervertiría la pureza de un evento concebido para despertar cierta ingenuidad entre los participantes, una nueva forma de interacción y segunda realidad, o mejor dicho, interfiriendo en la cotidianidad preestipulada de asistentes y mirones. “Preguntarse si los flash mobs son inteligentes es como preguntarse si el surrealismo o la patafísica lo eran. Se intenta, eso sí, realizar una acción que contraste con la actividad corriente del sitio elegido”, señala el grupo Madrid mobs en su site. El lema de esta agrupación, una de las más experimentadas a nivel mundial, nace del célebre SMS español que alentó la caída del gobierno de Aznar: “Por la verdad... ¡Pásalo!” mutó a “Pásalo... bien”.
Si el límite entre la distracción autoorganizada y la declaración social se desdibujan, para Howard Rheingold —gurú de los smart mobs— ambas experiencias son parte de las llamadas multitudes inteligentes (ver: “Estamos al borde de una era”). Otro que celebraría a los mobbers es Guy Debord —padre del situacionismo—. Hay una conexión evidente entre aquel movimiento, que sorprendiera en el Mayo francés con su “détourment” (extraer de su contexto original un objeto, símbolo o mensaje provocando un nuevo significado) y los flash mobs.
O como afirma Cathy, uno de los organizadores de los colectivos galos “Generación Precaria” (www.generation-precaire.org) y “Jueves Negro” (www.jeudi-noir.org): “El situacionismo es nuestra teta, pero debemos evocar también al dadaísmo como una tetita. Igualmente, no todas las personas que comparten estas experiencias están familiarizados con aquellas vanguardias. Nuestros eventos han sido concebidos, desde sus inicios, como un acto artístico, una escultura social, un trabajo absurdo y hermoso que hace inmenso el hecho de vivir, atrayendo gente de un talento poco común”.
GP puso en evidencia el uso abusivo de los “stagiaires” (estudiantes universitarios —verdaderos, ficticios y hasta graduados—) que trabajan en empresas por salarios inferiores al mínimo, bajo el pretexto de “experiencia práctica”. ¿A alguien le suena parecido?
“Cuando me enteré de los primeros flashmobs, me pareció que podían ser un arma política muy bella: invitar a quien sea para revelar una situación precisa de un modo híper visual. Los nuestros son un mix de lucidez, información mediática, pedagogía y acción concreta. Es una instancia. Un instante. Pueden ser graciosos, son visibles, y simulan no reproducirse jamás”, recalca Cathy sobre sus mitines, en donde las pancartas se mezclan con papel picado, grafitis y demás apropiaciones del espacio público. Casi casi como las actividades que realiza el Grupo de Arte Callejero (GAC) en nuestro país. Pero en vez de referirse a la opresión de las fuerzas de seguridad y la (re)construcción de la memoria histórica, utilizan la comunicación informática (en sus sites pueden encontrarse sus manuales de acción) para coordinar acciones y luego desafiar en la calle “la negación del ministerio por una mayor cohesión social y el abuso del trabajo libre en tal empresa u ONG”.
“Jueves Negro”, una especie de subsidiaria de GP, difunde a través de fiestas móviles en casas e inmobiliarias, el problema (del Primer Mundo) de los contratos de locación exigidos al sector joven. “Tuvimos una respuesta cándida”, afirma Cathy, sobre la repercusión en los medios y sus —cada vez más— populares manifestaciones. Pero también se han topado con críticas furibundas centradas en su estrategia para generar conciencia. Básicamente la tildan de “activismo de robot” y puro esnobismo. Su réplica: “Nuestro impacto más hermoso es revelar los problemas a la opinión pública, y unir lo desunido en jóvenes, que creíamos cada uno en su propia isla. Trastrocar lo que anda mal, agitando un fenómeno de compañía entre las nuevas generaciones”.
Si los flash mobs son “la movida del verano” o manifiestan en la urbe los rizomas organizativos propios de las nuevas tecnologías, aún está por verse. “Yo pruebo, con cosas originales y no tanto. Además no gano plata con esto, y no me lleva más tiempo que el de sentarme en la máquina y subir las ideas al blog (http://luchadealmohadas.blogspot.com). Sé que me gustaría hacer algo que trascienda, que no se quede en tal acción y se disuelva. El potencial está”, señala Ponzi. Cathy, desde Francia concluye: “Es un terreno de experimentación. El componente de la moda no está excluido. El legado de las vanguardias está presente, pero ellas no volverán jamás. Es el debut de algo que naturalmente se transformará en otra cosa”. O como diría un Mick Jagger cibernético: “Lo sé... es sólo un flash mob, pero me gusta”.
Las tipificaciones del siglo XXI, que brotan desde la web como si fueran blogs, burbujas digitales o nodos creativos, son tan atractivas como algo embusteras a la hora de referirse a ciertos acontecimientos. ¿Habrán sido los cacerolazos del 2001 la prehistoria de los smart mobs? La tradición parafutbolera de reunirse en el Obelisco, ¿no calificaría como flash mob? “Del SMS y el e-mail a la calle, y de la calle al hogar”, parece ser la premisa de estos ritos que devuelven la visibilidad al encuentro urbano joven y que, en algunos casos, desprenden un hálito de séquito a atender. No hay por qué organizar una flash mob en una villa del Bajo Flores para demostrar las injusticias sociales. Pero si bien el ánimo festivo, más la filosofía de no ser indiferente al otro (al menos por unos instantes), sirve de interfase a modos de relacionarse más allá de una Xbox, sorprende que en algunos sites haya quienes alerten sobre los “villeros” que se vieron en tal o cual evento.
Justamente un spot publicitario filmado en la estación de Retiro para la consola de juegos Xbox 360 relanzó el furor mobber. En el comercial, que nunca fue emitido al aire (You tube hizo lo suyo), unos simples transeúntes se apuntan con los dedos generando una flash mob espontánea. Pasó de la estación de trenes a los campus norteamericanos. Entonces, si puede resignificarse un anuncio publicitario, también es más que factible direccionar las acciones. En India, al mes de reportarse el primer flash mob, afuera de un centro comercial un grupo de personas comenzó a gritar el nombre de un programa televisivo. Resultó estar organizado por el canal donde lo emitían, al igual que las charlas de compromiso que se hacían en los trenes para fogonear el show.
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