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Jueves, 22 de febrero de 2007

EXCLUSIVO: COMO FUNCIONA LA UNION DE MUSICOS INDEPENDIENTES

“Juntarse estaba visto como algo que demoraba”

No existen muchos antecedentes sobre proyectos de unión de músicos que logren tanto en tan poco tiempo. La Unión de Músicos Independientes tienen mil setecientos asociados, que ya editaron más de un millón de copias. Diego Boris y Cristian Aldana, principales fogoneros, hacen un balance sobre los seis años de batalla.

 Por Cristian Vitale

“Dimos respuesta al tiempo que nos tocó vivir.” Diego Boris contempla el gris de las nubes que oscurecen el sábado y trata de sintetizar la obra de la Unión de Músicos Independientes durante sus seis años de vida. Saborea unas empanadas, bebe gaseosa y trata de reordenar el discurso buscando no irse por las ramas. Al lado tiene a Cristian Aldana, su otro yo. Juntos fundaron la UMI cuando nadie daba un mango por la gestión colectiva. Corría el 2000 y Aldana, ahora con una de pollo entre manos, evoca el momento fundacional. “Yo había formado parte de un proyecto que fracasó: Discográficas Independientes Argentinas. Con Besótico, el sello de El Otro Yo, tratamos de unirnos con Frost Bite, Mentes Abiertas, Random, Nems, etcétera. Pero, salvo excepciones, los productores tenían una idea pirata onda ‘te pongo el contrato y te ato como a un perro’. Pensaban en realizar un negocio. Me di cuenta de que así no funcionaba, porque primaba el interés individual. Cuando me llamó Boris, cuatro años después, yo estaba medio reacio, pero me convenció. Es un gran convencedor”, ríe Aldana.

La insistencia de Boris, presidente de la Unión desde sus inicios, rindió frutos. Bastaron tres reuniones y un puñado de voluntades para que en un par de meses se gestara la organización que hoy resulta medular para la escena del rock independiente (ver recuadro). En la primera reunión, junto a Carlos Alonso, Osvaldo Padrevechi, Gustavo Zabala y Ulises Butrón, se dieron cuenta de que todos hacían discos en la misma fábrica a precios distintos. “No había una política desde las fábricas hacia los músicos independientes. Y no tenía que ver con la cantidad, porque Cristian fabricaba más que yo, y yo tenía mejores precios. El primer objetivo, entonces, fue armar un bloque de negociación apoyado por una figura legal: cualquier músico tenía que poder juntarse con nosotros para obtener los beneficios generales”, dice Boris.

Foto: Cecilia Salas

Al segundo cónclave se decidió que la Unión debía ser una asociación civil sin fines de lucro. “Una organización que representa los intereses de músicos independientes no puede tener beneficios económicos de gobiernos o partidos políticos, para poder tener libertad de acción”, insiste el presidente, músico y docente en un colegio del conurbano.

Hoy, la UMI cuenta con más de mil setecientos asociados, una revista (Unísono), un programa de radio (La Unión hace ruido) y más de veinte convenios firmados que favorecen materialmente la edición de discos. También funciona aceitadamente el carácter informativo-pedagógico a través de charlas semanales, que orientan a los músicos sobre cómo moverse con los organismos de recaudación: Sadaic, AADI o Capif. Y un poder de negociación y movilización sorprendente que, no sólo logró una mejora notoria —pese a las contrariedades contextuales— en las condiciones en que se hace música en la Argentina sino que mostró su poder de convocatoria durante las acaloradas asambleas del Hotel Bauen, que derribaron el decreto 520/05, aquel que reglamentaba la vetusta ley 14.597.

Pero los comienzos fueron duros. “Antes de diciembre de 2001, juntarse estaba visto como algo que demoraba. Durante años nos habían hecho creer que uno se salvaba solo. Se nos había inculcado un individualismo muy fuerte. Entonces no había muchos que expresaran una voluntad de juntarse”, dice Boris. “Pese a que estaba medio desilusionado —vuelve Aldana—, volví a creer en algo colectivo, porque cuando iba a Sadaic me sentía como un puntito de arena mínimo tratando de convencer a un monstruo que me explicara cómo era y no recibía ninguna respuesta. Y nunca la iba a recibir estando solo.”

Pese a las complicaciones estructurales, la UMI se hizo camino al andar. Primero funcionó en una sala de ensayo de Belgrano y Entre Ríos. Cuando llegaron a 300 asociados —a cuatro pesos por cuota—, alquilaron el departamento en que funcionan hoy; a los 500 contrataron un empleado (Fabián); y a los 800 una segunda empleada (María Claudia), que se encargan diariamente de dar charlas informativas, cobrar las cuotas y asociar a todo músico que desee recibir los beneficios de la UMI. “Lo más contracultural que tuvo la Unión no fue haber logrado juntar a los músicos sino vencer las trabas burocráticas que impone el sistema —sostiene Boris—. Nos organizamos para saber cómo hacer un recibo, llamar un contador para hacer un balance, confeccionar actas o sacar la personería. Fue algo contracultural para los músicos, que siempre éramos los loquitos del sistema, que nunca se ponían las pilas.”

Los objetivos que figuraron en el primer boletín informativo siguen intactos. Como se proponía, la Unión logró mejores precios en todas las instancias de producción musical. A Master Disc, por ejemplo, lograron bajarle el precio por unidad de 48 centavos de dólar a 31. Firmaron convenios con cuatro estudios de grabación y mezcla, tres de masterización, una disquería virtual, cinco pymes de diseño gráfico, service de equipos, venta de cuerdas, estudio jurídico, realización de videos, merchandising, clases de canto, púas, publicidad en medios y ¡odontología! También concientizaron sobre cómo cobrar derechos en Sadaic o AADI. En suma, se optimizó la producción, distribución y difusión de las producciones independientes. “Después de la crisis, el precio de los discos se fue a las nubes y ahí estuvo la UMI para resolver el problema: las bandas llegaban a ahorrar 2 mil pesos por tirada. Otra de las cosas que rescato es haber cambiado el “contra de” por el “a favor de”. Por ejemplo, el slogan “Destruyamos Sadaic” era algo erróneo; la onda era buscar la forma de que se nos tenga en cuenta. Encontramos un camino que nos llevó a construir algo”, afirma Aldana.

Las respuestas coyunturales al tiempo que le toca vivir hoy ubican a la UMI frente a dos problemáticas graves: la falta de espacios para tocar que detonó Cromañón y las lagunas legales sobre la actividad musical. Sobre la primera, luego de neutralizar el decreto que obligaba a los músicos a pagar una matrícula y rendir un examen de idoneidad, la organización está trabajando, como parte de Músicos Convocados, en la redacción de una nueva ley, que sería presentada en la Legislatura en abril. Sobre la segunda, la UMI acaba de enviar una demanda al gobierno de la Ciudad (ver aparte). “La Unión es una cuestión política. Un músico independiente es una cuestión política, por más que sea apartidista o le hayan dicho que la política es mala palabra. Por eso nuestro mayor logro fue que el músico tenga una pertenencia más allá de un proyecto individual”, epiloga Boris.

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