BLOC PARTY & ARCADE FIRE
Las dos bandas del “art rock” ya no son proyectos hypeados por la prensa extranjera sino que se consolidan siguiendo caminos paralelos (que cada tanto se tocan). Bloc Party acaba de publicar A Weekend in the City y Arcade Fire está a punto de lanzar Neon Bible, ambos sin salida programada en la Argentina, pero que ya fluyen en la blogósfera.
› Por Roque Casciero
¿Se acuerdan de 2005? No fue hace tanto, vamos... Fue el año en el que James Blunt nos quemó la cabeza a puro ringtone beautiful, el que encontró a Coldplay convertida en la banda más grande del mundo, el que terminó de marcar la importancia de Franz Ferdinand. Y también el momento en que dos bandas muy disímiles entre sí, pero que podrían encajar bastante bien bajo la etiqueta “art rock”, aparecían en la estela generada por Alex Kapranos y compañía. Una, Bloc Party, compartía en Silent Alarm esa urgencia cruzada con instinto pop que caracterizaba a los Ferdinand, aunque estaba más cerca de Pixies y Gang of Four que de Talking Heads. La otra, Arcade Fire, se vestía de negro para un Funeral en el que, pese a la temática oscura, brillaba un pop de cámara construido tanto con guitarras como con violines, violas, cornos y xilofones. Ninguno de los discos fueron editados en la Argentina, pero hace rato que eso no supone que no vayan a llegar a los oídos de los potencialmente interesados. Y ahora se repite la situación, porque Bloc Party acaba de publicar A Weekend in the City y Arcade Fire está a punto de lanzar Neon Bible, ambos sin salida programada aquí, pero que ya fluyen a través del download.
Arcade Fire, un septeto canadiense en el que cualquiera puede tocar (casi) cualquier instrumento, desafía en cada canción los límites de su propio asombro. Y, en la tarea, deja babeando a próceres como David Bowie o David Byrne, quienes han corrido a colaborar con el grupo, acaso viéndose reflejados como en el espejo de Dorian Gray. La banda se formó en Montreal a mediados de 2003, con Win Butler y su esposa Régine Chassagne como cerebros, y al año siguiente ya tenía el magnífico Funeral para mostrar. Claro que no iba a ser fácil hacerlo: había firmado contrato con un sello independiente sin demasiados recursos. Y entonces Internet hizo el milagro: una crítica en el influyente sitio indie Pitchfork (www.pitchforkmedia.com) en la cual le otorgaban al disco 9,7 puntos provocó que la discográfica se quedara sin existencias y debiera mandar a fabricar muchas más copias que las que había soñado vender alguna vez. Al final, la venta de Funeral superó los 500 mil ejemplares, cifra nada habitual en el rock independiente.
Después de abrir conciertos para U2, de ver cómo se agotaban las entradas para ver sus shows vibrantes y de escuchar a Chris Martin llamarlos “la mejor banda de la historia”, Arcade Fire se guardó para imaginar su segundo álbum. Neon Bible, cuya fecha oficial de salida es el 6 de marzo, es un disco con nombre de libro (La Biblia de Neón, del malogrado y genial John Kennedy Toole) y una lógica que no responde a la lógica: Butler y Chassagne se alternan frente al micrófono para cantar oscuridades como “mi cuerpo es una jaula que me impide bailar con quien amo, pero mi mente tiene una llave” (My Body is a Cage) o “espejo negro, mostrame dónde van a caer sus bombas” (Black Mirror). Que nadie diga que ellos no avisaron: “Intentamos hablar de cosas tristes y oscuras de una manera alegre... Como Woody Allen”, había dicho Butler en tiempos del primer álbum.
En Neon Bible, Arcade Fire te lleva de paseo por un océano de ruido (Ocean of Noise) en el que, en realidad, hay más armonía y belleza que ruido: un piano y cuerdas establecen un crescendo que explota en el estribillo, mientras Butler lucha por hacerse escuchar. Y también puede pegarle a la religión en Intervention, en el que una melodía a lo Springsteen sobrevuela un imponente órgano de iglesia y violines épicos. O, extrañamente, ir más allá en la búsqueda del Jefe —aunque con resultados cuestionables— en Antichrist Television Blues, que encima habla sobre la vida obrera. Todo un contraste con el aura casi floydiana de My Body is a Cage o los dos minutos de Neon Bible, donde parecen estar haciendo fuerza para no estallar. Todo en un mismo disco y con una insólita coherencia.
En 2003, el cantante Kele Okereke llevó copias de She’s Hearing Voices, el primer single de Bloc Party, a un concierto de Franz Ferdinand y pudo entregarle una a Alex Kapranos. Pero, más importante todavía, le dio otra al conductor radial Steve Lamacq, que enloqueció con la canción e invitó al cuarteto londinense a tocar en vivo en su programa de la BBC. Con el hype generado desde ese momento, no fue extraño que el álbum debut Silent Alarm haya llegado al número 3 del ranking británico ni que la fiebre (bueno, fiebre indie) haya llegado del otro lado del océano. Pero si alguien especulaba con una típica historia de bandita inflada por el New Musical Express que da el inevitable mal paso a la hora del segundo trabajo, ya puede ir borrando los malos augurios. A Weekend in the City muestra a Bloc Party intentando nuevos trucos (un sonido más “grande” y lleno de capas de instrumentación, más presencia de electrónica) sin olvidarse del vértigo y la inventiva de las guitarras de Okereke y Russell Lisack, y la energía de la batería de Matt Tong. “Hay ciertos tics musicales que son parte integral de nuestro sonido”, dijo el cantante. “Pero creo que hay más textura y una paleta más amplia en el nuevo álbum. De todos modos, sigue siendo un disco de Bloc Party.”
A Weekend in the City tiene un concepto esbozado en el título, aunque sus canciones hablen sobre diferentes realidades. “El espacio físico de las ciudades es fascinante”, explicó el cantante. “Queríamos que el disco fuera como un tapiz de muchas visiones y problemas para crear una sensación abarcadora de cómo es la vida en una metrópolis en el siglo XXI. Hoy los iPods, las laptops, los viajes a alta velocidad y la tecnología en general son parte de la vida de todos, por eso queríamos usar el sampleo y un sonido sintético para que pudieran coexistir con los sonidos orgánicos tradicionales como las guitarras de rock y las voces. No quería que la electrónica fuera un agregado sino algo integral como la batería, porque así es la vida hoy en día.”
¿Cómo es “la ciudad” en la que Bloc Party pasa su fin de semana salvaje? Racista, sexista, homofóbica, violenta. Okereke asegura estar listo para irse de Londres, pero tampoco reconoce como propia a la tierra de sus padres, Nigeria, de la que sólo recuerda la corrupción. Where is Home? empieza en el funeral de Christopher Alaneme, un adolescente negro al que apuñalaron en la ciudad de Kent en abril de 2006. “Siento que cualquier chico que no sea blanco sabrá de qué hablo cuando digo que hay ciertas avenidas en este país que están cerradas para nosotros. Cada vez que entro a un pub en Londres me siento atemorizado. Hay ciertas actividades que son predominantemente blancas.” En For England, Okereke canta sobre el temor que sentía por sus compañeros en los ómnibus escolares y sobre David Morley, un barman gay que fue asesinado a patadas en Londres por un grupo de chicos que filmaron la escena con sus celulares. Y en SRXT, sobre antidepresivos y suicidios. En alguna entrevista, Okereke hasta dio pistas sobre su sexualidad, que era tema favorito de los medios sensacionalistas británicos. “Hay algunos bisexuales famosos. Brian Molko, supongo. David Bowie. Morrissey. No es que sea un impulso que... Lo siento, ¿podemos dejarlo acá?”, le dijo a un periodista. El cantante asegura que evitó hablar sobre estos temas en la época de Silent Alarm porque iba a desviar la atención sobre las canciones, pero que ahora son las mismas canciones las que le exigen que exponga sus puntos de vista. ¿Nace un nuevo icono?
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