Jue 01.03.2007
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Al semillero con cariño

› Por Mariano Blejman

El espíritu rockero del rock. ¿Hay redundancia? Ese cariño que uno le tiene a eso que descubre de joven. La puerta de ingreso al cuerpo del diario. Con jóvenes que se hacen periodistas, y se hacen colegas de aquellos que leían de más chicos. Un modelo de periodismo, más allá de los vaivenes, de los buenos y malos momentos. Cuando este espacio nació, Internet era un experimento de laboratorio. Este país no terminaba de privatizarse. Las redacciones todavía usaban máquinas de escribir. Los músicos argentinos no formaban parte de un mecanismo casi diabólico prácticamente incapaz de pensar por sí mismo. El CD-rom era pura leyenda. La web... ¿qué web? Fito Páez todavía no editaba El amor después del amor. Charly recién sacaba Filosofía barata y zapatos de goma, y estaba por juntar a Seru Giran. Después del boom del ‘92 con Tango feroz, ni Charly ni Fito pudieron sostener estadios repletos. Los que hoy llenan estadios, apenas agrupaban puchos de gente en los clubes. Cromañón era el futuro de aquel presente que luego sería olvidado.

¿Querés escribir algo?, repitió este editor ante viejos colaboradores y redactores de este suplemento hoy dispersos algunos por el mundo, otros editando revistas, otros editando secciones. Nadie se negó. Nadie dijo no (bueno, uno se negó, pero más por fiaca que otra cosa). Rememorar el pasado, en verdad, era una oportunidad para acordarse de sus propias juventudes. El comienzo de todo. La sensación de pertenecer a un momento iniciático. Año cero, número cero. La vida por oposición encontrando la propuesta superadora. La provocación desde el nombre. Oposición y superación. El 5 de marzo del ‘92 apareció el NO.

A lo mejor, en quince años, las cosas han cambiado un poco. Los libros de periodismo informan que ya no es tan fácil ser independientes. La llegada directa a los músicos es una foto en color sepia, una lucha. Los managers sacan cuentas frías a la hora de editar un disco. Algunos músicos han hecho del valor de su palabra un preciado bien de consumo. Las radios hacen uso abusivo de la payola. Se dejan tocar, callan y hablan a cuentagotas. Hay profesores de managers que enseñan relaciones públicas a los managers para que les digan a los músicos qué decir y qué no. Hay prenseros que parecieran estar trabajando sólo para una corneta. Hay músicos con miedo a decir lo que piensan por miedo... ¿a qué? Vaya uno a saber. Menos verdades, más sponsors.

Y mientras tanto, el semillero sigue dando sus frutos. En un medio donde casi nadie dice lo que quiere, el NO sigue siendo un moscardón molesto y solitario, que pica cada tanto, tratando de pegarle un cachetazo al conductor de tanta monotonía. Una patada en el vientre de la industria, que conoce las reglas del juego, que incluso las respeta, pero cada tanto se cansa, rompe el tablero y vuelve darse un chapuzón de reflexiones. Decir lo que hay que decir, aunque eso cueste enemigos que castigan con el silencio de sus palabras. La crítica, se sabe, no es una declaración de guerra: es apenas un aporte a la decencia. Y siempre es digno, y decente, poder decir que no.

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