› Por Eduardo Fabregat
Reflexionar sobre los 15 años del NO obliga a algo que el responsable de estas líneas suele evitar como a la peste: el texto en primera persona. Sí, claro, tipos como Hunter Thompson la utilizaban con naturalidad, pero uno no es Hunter Thompson, aunque vivir en la Argentina de los últimos 39 años sea un asunto bastante gonzo. Como sea, cuando Blejman convocó a quienes pasamos por estas páginas para aportar un texto sentido, evocativo, idiota o lo que nos saliera, me pareció muy adecuado, acepté con entusiasmo... y empezaron los quilombos. ¿Qué se escribe, con qué tono, de qué anécdota de tantos años de laburo colgarse para pelar algo entrador, qué corno significa que el NO cumpla 15 años, sin haber querido ser nunca una niña bonita? El entusiasmo se diluye en la indecisión, te empiezan a correr los tiempos y te colgás un poco y otro poco también y escribís un par de líneas, pero enseguida emblocás y borrás y encontrás otra cosa en qué ocupar la atención, y en el diario te cruzás con el Gavilán y caés en la inevitable pregunta de qué vas a escribir y charlás un poco sobre el asunto pero no demasiado, porque tampoco es cuestión de andar regalando conceptos que pueden servir para llenar esas putas 50 líneas que anda pidiendo el rompepelotas de Blejman con sus ideas de que escribamos algo.
Mi primer laburo para el NO fue una cobertura de Kreator en Halley. Parece la prehistoria, aunque Kreator sigue tocando y anuncia una gira europea presentando Enemy of God - Revisited, mientras que Halley terminó teniendo menos vida que sus vecinos del Cosmos (es curioso, porque sigue habiendo más metaleros que psicobolches). Seguramente Halley no tenía los matafuegos en regla, pero a nadie de los que agitaba la cabeza con la banda de Millie Petrozza, jevis de verdad y con más aguante que un motoquero ugandés, se le ocurría prender bengalitas para agregar espectáculo propio. En ese cacho de historia sobre la avenida Corrientes presencié shows demoledores, rockerísimos —Kreator, Sepultura, Ratos de Porao, Riff—, pero también algún choreo tipo LA Guns o los oxidados Saxon que demuestran que la viveza criolla no es cosa de la semana pasada. No había Internet, ni MTV Latino ni Ticketek, y el cuartito donde funcionaba el NO —que un filetero vocacional había adornado con esa imagen de Emmanuel Horvilleur pateando el aire que ofició como uno de los primeros símbolos— se convertía en un quilombo cuando las tres Olivetti disponibles funcionaban a la vez. No se podía editar sin liquid paper, y a las Q, VOX, New Musical Express y Melody Maker en los quioscos de Florida nunca se les caía el servidor: Google era el sonido que hacía tu garganta cuando entrabas al baño de Cemento mientras Attaque seguía atronando al grito de guerra de Edda Edda, Bustamante.
Escribir para el NO, y darme el gusto de entrevistar a Daniel Ash, y a Adrian Belew y a Robert Smith y los Beastie Boys y Massive Attack y Mark Sandman —y la lista sigue y sigue—, y luego editar el NO durante dos años, fue un honor, un desafío y un orgullo. Un día de 1997 hubo que tomar otro camino, porque no se puede ser joven por toda la eternidad. Pero todavía me resuena en los oídos aquella tormentosa, prehistórica noche de presentación de Coma of Souls con cuatro cavernícolas cantando en alemán. No es sólo cuestión de heavy metal: debe ser que este suplemento sigue haciendo ruido.
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