Tarde pero seguro, recién en su segundo episodio La guerra de las galaxias vuelve a ser una digna space opera. Después de haber presentado convenientemente tanto el trasfondo de las crisis del Imperio como al niño Anakin, George Lucas soltó su mano para este segundo film de la multimillonaria trilogía digital, que es heredera de aquella otra trilogía con Princesa Leia, Harrison Ford, Darth Vader y Luke Skywalker. Pero que sucede antes, a no olvidar. Con mucho más humor, mucha acción y un crecimiento de los nuevos personajes que permite acercarse bastante más a ellos, El ataque de los clones no deja de ser un film camp, ideal para los iniciados –los fanáticos se babearán por lo que les ofrecerá la pantalla–, aunque esta vez mucho más disfrutable para quienes no lo sean. No hay aún, eso sí, un Harrison Ford. Pero al menos ya no está Jar Jar. O sí, pero apenas aparece. Y el buen Ewan aparece haciendo cosas que cuando sea Alec Guiness ya no podrá hacer. La historia sigue la caída de Anakin, aquí un adolescente en plena efervescencia hormonal, así como la militarización de la democracia celestial, con un Palpatine que incluso puede llegar a recordar a cierto cabezón presidencial oriundo de Lomas de Zamora. “Seguramente que podés tipiar esta mierda, pero es imposible decirla”, dicen que Harrison Ford le dijo a Lucas durante el rodaje de La guerra de las galaxias, en la crítica más frontal que el buen George ha recibido con respecto a sus diálogos cinematográficos. Pero mientras haya acción todo se olvida. “Con Episodio I estábamos aprendiendo a manejar este nuevo medio. Y ésta es la película en la que decimos: ‘Ya aprendí a hacerlo, ahora miren’”, declaró un entusiasta Lucas, que luego confesó: “El mayor desafío para esta película fue hacer una réplica digital de Yoda, algo que no pudimos hacer para Episodio I, por lo que debimos volver al muñeco. Pero si no lo hubiésemos podido lograr para este film, el final hubiese sido mucho más tonto y aburrido”.