Jueves, 29 de marzo de 2007 | Hoy
A 25 AÑOS DE MALVINAS: CURIOSAS RELACIONES ENTRE EL ROCK ARGENTINO Y EL BRITÁNICO
La prensa británica dio el primer aviso: existe un argentino que por amor a los Kinks dejó Buenos Aires y se radicó en Londres para cumplir un sueño: formar una banda a imagen y semejanza de los geniales hermanos Davies en los ‘60. O sea, merseybeat, guitarras directas al amplificador y una voz enérgica y contagiosa conduciendo el timón. El grupo se llama The Draytones y es noticia no sólo porque acaba de sacar un muy buen primer EP que hace honor a sus influencias mod, o porque firmaron contrato con James Endeacott, del sello 1965 Records, quien descubrió para Rough Trade a The Libertines y The Strokes, sino también porque cuenta con Gabriel Boccazzi, un argie (como lo calificó cariñosamente la revista NME) que se animó a subrayar su origen de la mano de un logo tan audaz como —para algunos— provocador.
La historia dice que después de partir del país en plena crisis de 2001 y tras un fallido intento en la Royal Academy of Music de Londres (donde supuestamente iba especializarse en violín), Boccazzi jugó la única ficha que le quedaba: formar una banda ciento por ciento inspirada en el brit de los ‘60. “Aunque parezca mentira, en la mismísima cuna del merseybeat, no hay bandas haciendo lo que hacemos nosotros. Algunos hasta se asombran cuando conecto la guitarra directamente al amplificador, limpia, sin pedales”, le dice al NO en una charla por teléfono desde Inglaterra. “Amo los Kinks, de verdad los adoro. Incluso vivo en Muswell Hill, ¡el mismo barrio donde crecieron los hermanos Davies! Y tengo mucha influencia de Dave Davies en la forma de tocar la guitarra. Una vuelta lo encontré tomando una botella de agua en una esquina de Tottenham CT Road y pude darle la mano —la misma mano que crearon los más influyentes riffs de la historia— y hablar un rato con él”, se emociona.
Pero, sin dudas, parte de lo más interesante fue lo que vino después: cuando la banda adoptó un logo que fijó posición sobre la doble pertenencia de los integrantes. Pero también sobre un tema largamente tabú en el rock: la conflictiva relación (a veces folklórica rivalidad, a veces lisa y llana tragedia) entre la Argentina e Inglaterra. Al respecto, Gabriel escribió en el fotolog de la banda: “Me enorgullezco de presentarles el logo que distingue a The Draytones: las dos banderas unidas, mis dos amados países en perfecta armonía, unidos por la música, más allá de políticas y estúpidos prejuicios. Eso que ven ahí en el bombo de la batería significa The Draytones... Les guste o no”. Pero el asunto no quedó allí. El trío insistió con la idea en el primer simple de la banda: otra vez las dos banderas, pero ahora con los mástiles inclinados en señal de amistad y los colores —tantas veces enfrentados— flameando juntos. Aunque, por ahora, su próximo disco no se editará en la Argentina; en noviembre, la NME lanzó un CD gratuito incluyendo el catálogo completo de 1965 Records, donde se incluía su tema Time. El London Lite, periódico de distribución gratuita en Londres, hizo una reseña con el siguiente título: “Argie with Kinks in the right places!”.
—¿Cuál fue la reacción del público con relación a las dos banderas?
—Positiva, no hubo ningún tipo de quejas o nada parecido. Aunque sí es verdad que despertó curiosidad: muchos se preguntaron cuál era la conexión entre los dos países.... Después, en la Argentina, es cierto que impactó más. Pero todavía nadie me comentó algo negativo.
¿Declaración de principios? ¿Política de shock? ¿Vanguardia? Gabriel tiene una explicación más simple para la adopción de la doble bandera: “Inicialmente nunca fue mi intención explotar esto. Lo que pasa es que cuando vi que el sello lo destacaba bastante y toda la prensa se hacía eco del tema, se me ocurrió que estaría bueno reforzar la idea con unos pins que compré la última vez que estuve en Florida y Lavalle, en uno de esos locales que venden cosas para turistas. Cuando volví, se los mostré a los chicos y al poco tiempo empezamos a usarlos como insignia de la banda”. Y es que tanto Chris Le Good (bajo y coros) como Luke Richardson (batería), son entusiastas de la conexión anglo-argentina.
—Esa curiosidad, ¿ocurre seguido en Inglaterra?
—Sí. Primero porque acá la inmigración argentina es casi nula. En el último censo dio que éramos cerca de 4 mil. Hay gente que por primera vez se encuentra con un argentino. Imaginate... Después también les llama la atención el tipo de música que toco. Me preguntan cómo fue que llegué a escuchar los Kinks, los Who o incluso los Beatles. Yo les cuento de la movida que hubo en la Argentina en los ‘60. O incluso de la fuerte escena psicodélica y garagera de los ‘90 (bandas como The Tandooris, Pescadas, Los Peyotes o The Vulcanos) y no lo pueden creer, se sorprenden.
Y es que, por momentos, el asombro deviene en admiración. “Una vez íbamos con otras bandas a un show en Manchester y, como nadie tenía casetes, me dejaron poner a los Shakers, La conferencia secreta del Toto’s Bar. Se quedaron enloquecidos, hasta les gustaba el acento... Lo mismo Los Mockers: se los hice escuchar a los chicos ¡y se quedaron con la boca abierta!” En un tiempo cercano, la idea es tocar incluso un cover de Los Gatos Salvajes, aquella seminal banda de Litto Nebbia. “Conocía a Los Gatos, pero no la banda previa de Nebbia. Llegué a ellos porque los chicos querían hacer un tema en español y ahí descubrimos La respuesta. Instantáneamente dije: ‘¡Sí! ¡Esto es lo que quiero!’. Nunca una música tan británica me había sonado tan bien en castellano. La idea es que la cante Luke, el baterista.”
—Tu pasión por el merseybeat y mod nació en la Argentina. ¿Cómo fue?
—Cómo llegué a esto, no sé. Porque mis viejos no escuchaban a los Beatles, no tenían ningún disco de ellos. Y tampoco mi hermano: el escuchaba Depeche Mode, Erasure, esa onda. Y a mí nunca me entusiasmó. Lo que sí recuerdo es estar escuchando de chico Radio Mitre y que de repente pasaran Hard Days Night o Help! y yo fuera corriendo a apretar “Rec” al grabador. ¡Así iba haciendo mis compilados!
¿Cómo se entiende que en el país más stone del mundo, uno de los cantos más emblemáticos en los recitales del palo sea “el que no salta es un inglés”? Más allá de episodios folklóricos como la mano de Dios o las propias Invasiones Inglesas (hoy más un evento de Kapelusz que otra cosa), el enojo con los ingleses se arrastra de cuando los anglos eran el primer imperio y su política exterior era tan dañina como hoy la de Estados Unidos. Eso sí: con más delicado humor y estética. Aunque la herida quedó abierta después de la aventura de la dictadura militar, al convertir un reclamo legítimo en un intento de perpetuarse en el poder invadiendo las Islas el 2 de abril de 1982. Scalabrini Ortiz —lúcido ensayista— lo retrató muy bien en Política británica en el Río de la Plata. La Guerra de la Triple Alianza (en la que Argentina, Brasil y Uruguay devastaron a Paraguay instigados por Inglaterra, a fines del siglo XIX) fue prueba anterior a ese libro. Ahora bien: en el plano estrictamente musical (y por qué no, cultural), el rock nacional es, valga la paradoja, uno de los más británicos del mundo (y del bueno). Una presencia que se verifica tanto en los ‘60 con referentes obvios como los altísimos estándares de Litto Nebbia (Los Gatos Salvajes, Los Gatos y Volumen I como solista) o si no, y algo menos conocidos, Los Walkers o Los Knacks: dos grupos de “beat nacional” que hoy está siendo rescatados en Europa y Estados Unidos por haber dado algunos de los mejores brit de los ‘60. La otra gran década para la pata local del brit pop fue la de los ‘90. Juan la Loca abrazó esa elegancia que oscilaba entre Duran Duran y Blur, y Avant Press (de Leo García) le sumó la tradición Tanguito-Nebbia a la melodía brit de chomba y pantalón de feria. Más atrás, pero no últimos, la escena retro beat (Los Grillos), la retro psicodélica (The Tandooris) y hasta el glam tipo Bowie (Babasónicos, Adicta) o puramente pop (los suaves y excelentes Bébete el Mar), entre muchas otras diversas escenas. Hoy, la última presencia estilística importante de las Islas —el melanco pop a la manera de Radiohead (Jaime Sin Tierra y otros)— languidece sin reemplazante definido.
Maxi Trusso tal vez debería haber nacido en Londres. Pero lo hizo en la Argentina hace treinta y siete años. Aunque la gran parte de su cultura musical la haya incorporado en sus vagabundeos por Inglaterra. Y justamente en la capital británica alcanzaría un sueño privado y particular: grabar para un sello de la isla y dejar su propia impresión del mundo a través de un puñado de canciones. La aventura, que se extendió durante la segunda parte de los ‘90, se llamó Roy Vedas, un dúo deforme y cancionero que deslumbró a los ejecutivos de Mercury y a Cher, quien los invitó para colaborar en su trabajo Believe. Allí compartieron escenario con bandas como Madness, Pulp, Mogwai y Guided By Voices, insertándose de manera infecciosa en la escena alternativa inglesa.
Y de la noche a la mañana, Maxi se encontró conversando largas tardes de música y otras yerbas con Mark Smith, líder de The Fall, o siendo entrevistado por la prestigiosa revista The Face, que eligió su canción Fragments of Life como una de las tres mejores de la década. “Mi próxima gran cosa sería estar entre los diez principales del Top of the Pops (el chart british), donde ya estuve sin buscarlo con Roy Vedas, pero es solamente un deseo íntimo que tampoco me quita el sueño.” Pero todo lo que para cualquier hijo de vecino (argentino) sería el pasaporte a la inmortalidad rockera, es para Maxi Trusso tan sólo una parte del camino. El mismo camino que este cantante y compositor nacido en 1970 cerca de la Plaza San Martín emprendió en su adolescencia hacia Europa en busca de su otro yo —casi sin saberlo— y donde halló refugio bajo el gran paraguas del rock británico.
Hoy, a más de un lustro de su radicación —¿definitiva?— en Buenos Aires, uno de los secretos mejor guardados de la escena pop nacional decidió editar Leave me and Cry, su debut solista; el resultado de un largo viaje a través del tiempo y el espacio para encontrarse con su destino, que en este momento lo sorprende en la Argentina y que mañana puede estar en Ginebra, Tokio o Sheffield.
Su historia no es la típica historia del pibe que armó y desarmó infinidad de bandas en sus años salvajes hasta que creyó que lo más conveniente era buscar nuevos aires en el exterior para su prosa incomprendida. Sus primeros encontronazos con la música los tendría como improvisado DJ en algunos reductos porteños, rol que exploró como fibra nutriente para su inquieto instinto experimental y no como un ejercicio de pinchadiscos. De hecho, la pista de baile no es el mejor paisaje para un fanático de Ray Davies y el rock inglés de los ‘60. “Si escuchás grupos como Sex Pistols, vas a darte cuenta de que aprendieron mucho de los Kinks, quienes hicieron mejores canciones que los Who. Los Kinks eran algo más: una mezcla entre psicodelia, mod y beat”, asegura el músico, quien en su debut interpreta una triste y bella versión folkie de Victoria, aquella joya de Arthur (Or the Decline and Fall if British Empire).
En los ‘90, sus padres viajaban con regularidad al Viejo Continente, un terreno experimental inmenso y fértil para Maxi, quien carecía de todo conocimiento musical. Salvo una osada y singular presentación amateur. Trusso, al confesionario: “En 1993 fui a una fiesta en la casa de un amigo en Uruguay y cuando llegué estaba tocando Donald. Para impresionar a una chica me puse a cantar Satisfaction. Ese había sido mi único acercamiento a la música de manera orgánica, aunque cantaba realmente mal”.
Saliendo a ver cómo funcionaba el planeta, recaló junto a su familia en Roma, donde se quedaría a vivir casi sin proponérselo. Allí se juntó con unos amigos y se metió en el circuito de la moda alternativa, donde trabajó como buyer de una tienda de ropa hasta que se enganchó con unos compadres dueños de un local y se dedicó a elegir colecciones de pilcha hardcore en París y Milán. “Conocí a un chico que tenía una casa llamada Carpe Diem, donde vendían modelos de rock en cuero”, aclara. “Todo estaba hecho con plata y cuero. Se trataba de algo medieval mezclado con todo el rock de los ‘60 y los ‘70. Así, rudo.”
Pero cuando la casualidad se convierte en amuleto, la vida se ve de distinta manera y el azar puede transformarse en un compañero útil y silencioso. En 1996, caminando por la capital italiana, se cruzó con Manuel Vega, pianista de Compay Segundo y arreglador de varios músicos de Buena Vista Social Club, poco antes de la explosión del fenómeno centroamericano. Y si hay algo que este muchacho sabe hacer a la perfección, es aprovechar las oportunidades. “Nos pusimos a conversar y me confesó que era mago y que había trabajado en un circo con Fumanchú o algo así”, cuenta entusiasmado. “Entonces le dije que quería aprender piano, a lo que él respondió: ‘Venite a casa y te empiezo a enseñar’. Yo no sabía absolutamente nada y mi única experiencia había sido cantar con Donald, pero seguí mi instinto y a la segunda clase compuse un tema, lo que me hizo notar que debía dedicarme a hacer canciones.” En su loco periplo se tropezó con un viejo actor apasionado de la lírica con perfil de personaje, quien le brindó lecciones de canto, aunque el destino quiso que emprendiera un nuevo viaje exploratorio. Esta vez su interés por la moda lo llevó a mover sus huesos a California, donde se toparía con un siciliano sacado con el que formaría una fructífera sociedad musical.
“Cuando me fui a Estados Unidos ya tenía cosas escritas, aunque nunca había editado nada. Hasta que allá conocí a Franceso Di Mauro, un tipo que se ganaba la vida haciendo bandas sonoras de películas eróticas y... pornos”, suelta riendo. Después de una breve estadía en Los Angeles y con las ideas más claras, Maxi partió hacia Italia con su nuevo amigo y la obsesión de armar un proyecto para mixar ambas experiencias. Una vez en tierra de Berlusconi, su iniciático vehículo artístico y profesional comenzaba a tomar forma: Roy Vedas. Establecido en Sicilia, el dúo rápidamente compuso Fragments of Life, pieza que estuvo acompañada por un video casero en plan retro-futurista que la extraña pareja envió al sello inglés Mercury. Y como todo lo impensado pareciera ser un excitante elemento extra en el devenir de nuestro héroe, lo imposible sucedió: “Al día siguiente de enviar el material, la Mercury nos llamó porque nos quería fichar, pero yo ya me había ido a Buenos Aires. Así que tuve que armar las valijas otra vez y volar hacia Londres, donde nos quedamos viviendo y tocando, ya que nos daban guita y estábamos en un lindo lugar”.
Con el simple bajo el brazo, Roy Vedas comenzó a promocionar su composición por toda Europa, más precisamente en el Reino Unido, Escocia e Irlanda. Y como en el Universo Trusso todo funciona a la inversa de cualquier ley preestablecida, lo inexplicable descansa a la vuelta de la esquina: “Recorrimos países como Grecia, Dinamarca, Suecia y Turquía, donde pasaban nuestra canción en la radio. Allí se nos acercó un periodista turco y nos dijo: ‘En noviembre llegan los Rolling Stones, así que si regresan para esa fecha voy a ver si puedo conseguir que sean soportes de ellos’. Así que volvimos y tocamos con los Stones. Yo me había ido medio vestido de astronauta, una cosa muy loca”.
Si esto les parece una anécdota de valor incalculable, presten atención: “A Keith Richards ya lo conocía porque el chico de la casa de cuero tenía conexiones con tiendas de Los Angeles. Una vez fuimos para allá a llevar ropa para una película que estaba filmando Pierce Brosnan y nos encontramos con él. Nosotros vendíamos una especie de ropa de víbora, algo muy... hard. Y a Richards le gustaban unas camisas de serpiente bordó, así que le llevamos dos”.
Nómade indomable y coleccionista de imágenes paganas, el cantante pareciera estar siempre en el lugar indicado, en el momento justo. Es por eso que cuando las coordenadas correctas se cruzan, uno puede terminar tranquilamente jugando al fútbol con Robbie Williams. “Fui a una peluquería en Londres y la que me cortó el pelo era la novia del bajista de The Beta Band. Un día el flaco la fue a buscar, nos hicimos amigos y me invitó a jugar al fútbol: ‘Venite con el otro chico del grupo que van a estar Robbie Williams y los de Pulp’. Me acuerdo de que también iba a jugar el flaco de Tool, el pelado”, dice Maxi que, como todo buen argento, lleva un técnico en su corazón. “El que mejor jugaba era Robbie Williams, lejos. Hasta hacía jueguitos con el hombro a lo Maradona. Me comentó que estaba en duda de ser actor o jugador de fútbol, porque jugaba muy bien. Eso fue muy poco antes de convertirse en un gran entretenedor de multitudes.”
Anestesiado de emociones violentas, Trusso regresó a Buenos Aires a comienzos de 2001, donde intercambió experiencias con músicos nacionales y se reencontró con el rock de su país, al que había visto (y escuchado) de manera intermitente en la última década. Hoy, trabajando en su nueva faceta de artista solitario, sus días pasan por entregarse en cuerpo y alma a Leave me and Cry, un álbum ambicioso y divertido que remite a la mejor tradición cancionera anglosajona desde los Beatles hasta Ride, al que él define como “una mezcla entre un disco inglés y un disco tradicional americano, medio folk y bluegrass”.
Quien visite por primera vez la web oficial de la MTV Latina —www.mtvla.com— será instado, como en tantos otros sitios “regionales”, a seleccionar su país de origen. Y en este caso deberá elegir entre las naciones de América latina (con la excepción lusoparlante de Brasil), ordenadas alfabéticamente: Argentina, Bolivia, Chile... y así hasta llegar a Uruguay y Venezuela. Pero —¡ups!— en medio de la lista de Estados soberanos de América, justo entre Honduras y México, aparecen... ¡las Islas Malvinas! O sea que los peritos de MTV consideran a las Malvinas como un país independiente, y hasta acompaña su nombre con una bandera. Esta curiosa clasificación adoptada por la web del canal internacional de videoclips no sólo parece ignorar los históricos reclamos argentinos de soberanía sobre el archipiélago sino que también desoye la posición de Gran Bretaña, que las entiende como parte (paracolonial) de su territorio. MTV da por terminada la cuestión y hasta suena más isleñista que los isleños. La Argentina e Inglaterra podrán tener posiciones opuestas sobre el tema; pero algo es seguro: las Islas Malvinas no son un Estado independiente.
Es curioso, también, que esta lista de naciones latinoamericanas según MTV denomina al archipiélago como “Malvinas” y no como “Falklands”. Y que si el internauta decide registrarse a través de la opción malvinense, no sólo va a leer los contenidos del sitio —noticias, foros, concursos— en castellano sino que además notará que son prácticamente los mismos que si se hubiese inscripto a través de opciones tales como “Uruguay” o “Chile”. Aunque con pequeños, pero ricos, cambios: en ese supuesto país que la página de Internet de MTV llama “Islas Malvinas” no existe información sobre, por ejemplo, el festival Quilmes Rock.
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