Jueves, 10 de mayo de 2007 | Hoy
SOBRE LAS PELEAS HUERGO-VIEYTES
La clase media urbana se enfrenta con el último eslabón de la cadena educativa y se propone como un espectáculo de la tarde para la teleplatea, pero no habla ni explica nada. Crónicas de la futbolización de las relaciones estudiantiles.
Por Facundo Di Génova
Dos colegios vienen batallando desde la noche de los tiempos, en una franca lucha de identidades: el Huergo, de formación técnica, exigente y racionalista, en cuyas filas predomina la clase media urbana, se enfrenta una vez más con el Vieytes, el comercial e inclusivo, último eslabón en la cadena educativa de gestión pública, sobre el que ahora pesa mala fama. Los combates a piñas entre estudiantes de ambos colegios son históricos, como el Clásico de Primavera, que ocurría todos los años en las inmediaciones de la avenida Gaona entre el 1000 y 1500, pleno Caballito. Pero el enfrentamiento ahora se hizo más público que nunca.
Y empezó así: arrancan las clases y a uno del Huergo le arrebatan una gorrita, la respuesta es un cabezazo en la nariz que liga un estudiante del Vieytes que supuestamente no tenía nada que ver; las semanas se suceden, las emboscadas y los combates se generalizan, hasta que una madre de un estudiante del Huergo intercede en el medio de una gresca, mientras llueven piedras. Pum, piedrazo en la cabeza de una madre, Hospital Durán, cinco puntos y el deseo de venganza por parte de los compañeros más cercanos. Se destaca una partida de la Policía Federal y una cuadrilla de la Guardia Urbana para evitar nuevos choques, pero la cantidad de contendientes los descoloca (calculen: 1º año del Vieytes tiene más de diez divisiones) y entonces se aumenta la cantidad de policías, en una especie de futbolización de las relaciones estudiantiles.
Entretanto salen las autoridades y los padres y docentes reclamando una explicación a los especialistas, y los especialistas que no aparecen, acaso porque no hay más especialista que una autoridad, un padre o un docente. Los que aparecen, amplificando la histeria colectiva, son dos docenas de uniformados antimotines listos para actuar, cuatro móviles satelitales, catorce cámaras de televisión con sus asistentes y productores, un par de cronistas ambulantes (entre ellos uno del NO) y algunos sujetos de civil presumiblemente de algún servicio secreto.
“¿Viste que entre raperos y rolingas se llevan mal? Bueno, nosotros nos llevamos bien, aunque seamos de distintas, culturas nos llevamos bien. Lo que pasa es que la prensa vino acá a pegar carteles para que nosotros nos ‘peliemos’ y caigamos todos en cana. Nosotros no nos vamos a tomar el trabajo de hacer carteles con pelotudeces (‘Hay balas para todos’ pegado en la puerta del Huergo, y ‘Los vamos a matar a todos’ pegado en la pared del Vieytes). Y menos los vamos a pegar con plasticola. Yo soy amigo de uno del Huergo que el otro día lo cagaron a palos, pero los mismos del Huergo lo cagaron a palos, y voy para allá, me quedo con él en la puerta, y de paso hablo con las chicas. Con nosotros está todo bien. Ahora estamos juntando firmas para arreglar los dos colegios, vamos a ir a la municipalidad para que arreglen los baños, pinten las aulas, cambien los bancos.” El Borra, rapero, 16 años, 1º 3º turno mañana del Vieytes, recibió un cabezazo que le dobló la nariz hace dos semanas. No guarda rencor.
“Lo que pasa es que el Huergo es muy exigente. Yo acá repetí dos veces primer año y me tuve que ir, y en el Vieytes entra cualquiera, van los que ningún colegio quiere aceptar. Esto no es nuevo, siempre nos tuvimos bronca con los del Vieytes, pero ahora más que nunca. ¿Vos qué hacés si le hacen algo a tu vieja? Yo le vine hacer el aguante a un amigo, ya no estudio más acá, los vamos a cagar a trompadas. Ya sabemos quiénes fueron. La bandita del Peke... ¿Vos viste lo que es ese pibe? No existe. Los vamos a ir a buscar. El tendrá que señalar quién fue el que tiró el piedrazo, o hacerse cargo por su banda y plantarse mano a mano.” El Ale es ancho, tiene 17 años y pinta de hooligan. El viernes pasado estaba entre los setenta del Huergo que fueron hasta el Vieytes para combatirse, sin éxito.
Fue cuando tomaron la calle, a eso de las 12.45, en respuesta a la apretada que habían recibido el miércoles, cuando un centenar de chicos del Vieytes los acorralaron, evitando que pudieran salir siquiera del colegio. Esta vez, el movimiento fue inverso. Casi un centenar del Huergo superó la primera barrera policial, superaron las advertencias del rector y de la vicedirectora, caminaron por una calle interna (Franklin) para encontrarse a las piñas, pero un piquete policial se los impidió. Entonces retornaron sobre sus pasos y fueron directo hasta la esquina, tomaron por Gaona, pero de la vereda contraria al Vieytes, esquivando automovilistas enfurecidos, enarbolando cánticos ofensivos, buscando al Peke. No hubo respuesta.
“Al Peke lo echaron. Bah, lo sacó la madre. A él lo usaban de carnada, es un palomita, lo mandaban a pegar y si saltaba alguien los demás se metían. ¿Que ahora va haber paz? No hubo paz en treinta años, no la van arreglar unos guachines ahora.” Sergio, 18 años, 3º turno mañana del Vieytes, es una especie de canciller cumbiero, la gorrita para atrás, la campera de Boca: del Vieytes va caminando hasta el Huergo, se mete entre los que salen, charla con un par, se va sin que nadie lo insulte y vuelve a la esquina del Vieytes con novedades. Tiene un piercing a un costado de la boca, abajo, como la mayoría de los chicos de los dos colegios. Avisa que si se tiene que pelear, antes se lo saca.
“‘Si se la ven jodida, usen las limetas’, me dijo mi viejo. El también venía al Huergo, me contó que nunca corrieron, que siempre se la aguantaron. El Huergo nunca corrió y ahora parece que tenemos miedo, quedamos como unos cagones. ¿A quién le vamos a tener miedo? Si con los del Ciclo Superior (del Vieytes, de 4º a 6º año) está todo bien.” Maxi, 17 años, 4º turno mañana del Huergo, dice esto mientras busca un lugar para descartar la mochila ante posibles enfrentamientos. Se lo ve exaltado.
“Esto para los medios es una combinación de Gran Hermano y 100% Lucha. Las cosas buenas no las pasa la televisión, solamente pasan la guerra. Ahora ya nos amigamos, más de la mitad del colegio ya se amigaron, solamente hay un grupito de treinta contra veinte... ¿Por qué nos amigamos? No sé, a nosotros nos unió la música, nos juntamos entre los de 1º a 3º y nos quedamos tocando la guitarra. Creo que la amistad va a durar; si tenemos dos dedos de frente, va a durar.” Alan Tamay, 2º 9º turno tarde del Vieytes, es de Pompeya y viaja todos los días dos horas para ir de su casa al colegio y viceversa. Toca la guitarra, escucha Intoxicados y Los Redondos, le gusta el rock nacional. Es morocho, de rasgos araucanos y ojos celestes. Los fines de semana trabaja como ayudante de albañil junto con su hermano mayor. Dice que repitió porque no se puso las pilas, que otra vez no le pasa.
“No sé cómo habrá sido la primera vez. Sé que apenas entré al colegio me dijeron: ‘Hay que pegarles a los del Vieytes’.” Lo dice Martín, 3º turno mañana del Huergo. En verdad, la guerra nunca fue permanente entre los chicos de los dos colegios. Cierta vez, una tragedia los unió. Fue en julio de 1999, cuando a Nicolás Oviedo, estudiante del Huergo de 14 años, se le cayó una moneda de un peso en el agujero de una cámara subterránea de electricidad ubicada en la vereda frente al colegio. El chico bajó a buscarla y más de 13 mil voltios lo fulminaron en el acto. Por entonces, los chicos del Vieytes se sumaron a las marchas por justicia.
“Los pibes del Ciclo Superior ni se meten en el quilombo. Los de la noche menos, la mayoría labura todo el día. Es cosa de los pendejos de 1º y 2º de la mañana, que son una banda. Lo que pasa que este colegio es re cachivache, y te lo digo yo que soy del Vieytes. Hay mucho cachivache. Y por ahí alguno roba, nunca vas a saber bien quién fue. Zapatillas, gorras, celulares... son como botines de guerra. ¿Ves esta gorrita?: vale $ 40 nueva, yo la compré a $ 10.” El Chino, 4º turno mañana del Vieytes, cuando no estudia es jugador de fútbol de salón en el club Ferrocarril Oeste. Calza unas llantas de quinientos pesos, dice que todo cuanto tiene puesto se lo gana jugando a la pelota.
“Chicos, no se queden ahí en la esquina, dispérsense... ¿no ven que la televisión los está manipulando? Vamos, vamos...”, les dice una profesora de Literatura del Vieytes a los estudiantes reunidos en la esquina, esperando ver cuántos son los del Huergo que se acercan por Gaona.
Un hombre que vive frente al Vieytes, ex alumno de este comercial, que tiene más de treinta y pide reserva de su nombre, dice: “Siempre fue lo mismo, pero antes eran piñas más limpias, eran grandes batallas, pero siempre a las piñas. Todos los años, en el Día del Estudiante, pasaba lo mismo. Y las minitas ni se metían, no como ahora que van de un colegio a otro buscando no sé qué”. Mientras, a diez metros de acá y a veinte del patrullero que está en la esquina, otros vecinos fuman uno llenando la cuadra de humo loco, se la pasan bien. Están disfrutando del espectáculo.
“Nos vamos a quedar acá hasta que los chicos entiendan que tienen que volver a sus casas.” Del comisario Enrique Villar, de la comisaría 13ª, jefe del operativo de seguridad y del piquete policial frente al Huergo, sin parentesco con el comisario triplealiancista de la Policía Federal, Alberto Villar, asesinado por Montoneros el 1º de noviembre de 1974.
“Vino uno del Huergo y me arrebató de atrás.” A Juan, 3º turno mañana del Vieytes, el ojo derecho ni se le ve. Cuando caminaba por Cucha Cucha le dieron un roscazo sin que pudiera advertir quién fue. Quedó desorientado y apuntó hacia el Huergo; los ánimos se caldearon más. Después alguien dirá que el autor del roscazo fue un compañero del mismo Vieytes, pero del turno noche, por circunstancias ajenas a esta nota.
El Borra sale del Vieytes. Se va caminando para la puerta del Huergo, no tiene asuntos que arreglar, ya cobró a cuenta, no le debe nada a nadie; va a ver a sus amigos, quien sabe a las chicas. Antes dice: “Hay discriminación. Voy a la panadería acá tres cuadras a comprar pan y no me abren la puerta, voy bien vestido tipo cheto y me abren la puerta, y le digo: ‘¿Por qué no me abrís la puerta cuando vengo vestido de mi cultura?’. ‘Porque tengo miedo de que me vengas a robar’, me dicen. Es así, si vos venís con una gorra Nike, Reebook, Adidas o con unas altas llantas de seiscientos pesos, dicen: ‘Uh, este negro ya se robó un par de zapatillas y anda bien vestido’, y es mentira, yo trabajo para comprarme la ropa y estoy ahorrando para comprar un ciclomotor. Yo reparto volantes en el delivery de sushi de mi viejo”.
En esta fragmentaria y permanente lucha de identidades, cada bando le enrostra al otro lo que presumiblemente más le duele. A manera de cántico, cuando están en malón —hubo cantos provocadores el miércoles cuando fueron más de cien chicos del Vieytes hasta la puerta del Huergo, y también los hubo el viernes cuando fueron unos setenta del Huergo hasta la esquina del Vieytes, y así—, a manera de gritos desde el colectivo, la bici o el taxi, en un fotolog, en pintadas o carteles de dudosa autoría, las palabras discriminan, y golpean. Conminan a batirse a duelo de puños, a quedar envenenado y esperar la oportunidad quién sabe cuándo, a mirar para otro lado, seguir y pensar en otra cosa. El emblema de la movilidad social de la burguesía argentina contra el comercial inclusivo, ahora más lumpen que proletario. Todos chetos los unos, todos chorros los otros. Y el problema no está en el bando sino en el todos, lo que contribuye a simplificar la compleja trama de identidades, y a aumentar la tensión. Caretas versus negros cabeza. Turritas, zorras y putitas en ambos bandos. Todos cachivaches, todos chicos bien, todos rastreros, todos drogones. Rock y cumbia. Fútbol. “Eh puto, vos corriste en Gaona. Te re cabió, gil.”
Mientras la posibilidad de ascenso social se desgrana, la clase media dice que se defiende de los bárbaros. Ya no usa la calle, los mayores apelan a otros recursos porque la cosa se está yendo de madre. Pero esto no es cosa de padres. Porque los territorios se ganan en la calle, y los alumnos lo saben. La identidad también. La prepotencia se plasma en la blogósfera (eso es nuevo), pero se sigue resolviendo cuerpo a cuerpo. El azar delimita creencias: al pibe le tocó caer en un colegio, y los de enfrente son los jodidos. Porque la “verdad” está siempre más cerca de uno. La clase media urbana (Huergo) se enfrenta a sus miedos, que los otros (Vieytes) los invadan definitivamente. Se queden con ellos. Los otros, en cambio, ya no tienen nada que perder. A lo sumo, con este revuelo, pueden ganar fama y entrar en Gran Hermano. Para variar, la tele no entiende. Se para frente a la puerta y espera la violencia, para indignación de la fascista Doña Rosa que se espanta con el noticiero y “estos chicos”, y cambia esperando a Susana o a Marcelo. Y, sin saberlo, la tele también provoca. Las “autoridades” que no ejercen, intentan resolverlo entre ellos: la escuela, la policía, la guardia urbana, los directores que hablan en los actos para que nadie los escuche. Los padres apenas participan, y a los pibes no les interesa que les resuelvan sus asuntos (“ir a la tele es de cagón”). Pichón de barrabrava. Pichón de mamut. El que “transa” con los grandes es un careta, dicen. Pero, en verdad, la lógica es más de entrenamiento para puntero, dealer incluido. Y que los viejos no se metan. Si está todo bien.
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