Jue 11.07.2002
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UN ACERCAMIENTO AL MARAVILLOSO MUNDO DE “LOS OSBOURNES”

El valor de la familia

Por tratarse de la vida interior de una familia tipo (padre, madre, dos hijos), no le va nada mal: claro, papá Ozzy es una leyenda rocker, mamá Sharon es su manager y productora del festival metálico más importante del momento, y los hijos... Jack y Kelly hacen lo que pueden y quieren. Todos ellos, con sus locuras y ternuras, son las nuevas estrellas del canal de música más famoso del mundo, y recaudan en consecuencia.

› Por Pablo Plotkin

Los Osbourne se aman, se toleran, se divierten y ganan millones de dólares. Si ése es el modelo de familia yanqui “disfuncional”, ¿qué le queda al resto? Rápidamente: papá Ozzy nació en Birmingham (1948), cantó en una banda de rock muy importante (Black Sabbath), fumó pasta base durante décadas y ahora evidencia algunas secuelas de esos años. Sharon, de 50, es la mujer y manager de Ozzy. En 1989, Ozzy y todos sus demonios (“decidimos que tenés que morir”) intentaron estrangularla, pero eso no volvió a suceder. Ya habían nacido sus tres hijos: Aimee, hoy 18 años, Kelly (17) y Jack (16). Sacando a la autoexcluida Aimee –el gran fuera de campo de “The Osbournes”–, la familia se convirtió en la última maravilla del entretenimiento televisivo, batiendo todos los records de audiencia en la historia de MTV en Estados Unidos y constituyéndose en el único imperio financiero coliderado por un ex masticador de cabezas de murciélago.
En los Estados Unidos, los episodios más vistos de la primera temporada de “The Osbournes” alcanzaron picos de 8 millones de espectadores. MTV y la familia ya cerraron el acuerdo para una segunda (y muy probablemente tercera) temporada. Si bien no están del todo claras las cifras del contrato (los números van de 5 a 20 millones de dólares por otros 20 episodios, según se incluyan o no las regalías por venta de merchandising), puede decirse que la fortuna de los Osbourne, valuada en 57 millones de dólares hasta el año pasado, crecerá de un modo meteórico. La empresa Accesory Network ya se encargó de la fabricación y comercialización de mochilas, portacedés, billeteras, diarios íntimos, agendas, lápices y artículos varios. Las remeras se multiplican por todos los Estados Unidos. El modelo más exitoso –aparentemente plagiado por el matrimonio a la empresa T-Shirt Hell Inc., que les inició una demanda– es el que lleva la siguiente frase estampada: “A la mierda mi familia, me mudo con los Osbourne”. A esta altura, la osbournemanía es un fenómeno que seduce tanto a las páginas de espectáculos de los diarios como a sus secciones económicas.
¿En qué reside el magnetismo del programa, en qué se diferencia de otros reality shows? “The Osbournes”, desprendimiento escatológico de “Cribs” (una serie de especiales de MTV que mostraban “la intimidad” de las mansiones de los famosos), expone de un modo muy brusco –y a la vez entrañable– esos conflictos familiares que por lo general el american way of life prefiere esconder debajo de la alfombra. En ese sentido, los Osbourne son una familia mucho más saludable que la mayoría. Ozzy les habla de drogas a sus hijos con el desparpajo y la contundencia de un sobreviviente a la heroína (“fumé crack durante 40 años, sé de lo que hablo”). Ozzy está quemado, pero tiene grandes momentos de lucidez y ternura. Y pretender caretearla con él en cuanto a drogas, es como intentar engañar al Gato Dumas con una cena precongelada (“¿Te pensás que no sé por qué pedís pizza a las doce de la noche?”, le dice a su hijo Jack cuando le advierte sobre los riesgos de la marihuana).
Sharon es la jefa. Conoció a Ozzy en 1970, en los primeros tiempos de Sabbath. En 1979, cuando fue despedido de la banda –entonces manejada por el padre de Sharon, Don Arden–, Ozzy se recluyó en una habitación de hotel de Los Angeles, atiborrándose de cocaína y alcohol, deprimido porque su vida de estrella de rock parecía haber terminado. La primera mujer de Ozzy, Thelma, compró entonces una vinería en Staffordshire para que su marido atendiera la barra. Sharon puso el grito en el cielo: “¡Mierda! Sos Ozzy, no vas a atender una vinería”. Lo rescató. Le compró el contrato a su padre por un millón y medio de dólares, se convirtió en su manager, lo acompañó en las giras, le inventó una carrera solista. Tres años y un divorcio después, se casaron en Honolulu.
Kelly nació el 27 de octubre de 1984, un día antes de que internaran a Ozzy en una clínica de rehabilitación. Kelly es la estrella adolescente de “The Osbournes”, con su pelo teñido de fucsia, su fastidio proverbial y su versión post-grunge de “Papa don’t preach”, hit del inevitable reciéneditado compilado/banda de sonido The Osbournes, que incluye algunos clásicos elegidos por los miembros de la familia (“You really got me” de The Kinks, “Imagine” de Lennon, “Drive” de The Cars, “Wonderfull tonight” de Eric Clapton) más algunos temas de Ozzy y la versión swing de “Crazy train” a cargo de Pat Boone, cortina del programa. Kelly es una especie de Christina Ricci entrada en carnes, una Merlina de Beverly Hills que se proyecta al mundo como una performer con ángel propio. Cuando la invisible Aimee le arregla de prepo un turno con el ginecólogo, Kelly escupe una de las frases más festejadas de la serie: “Son mis dientes, mi auto, mi vagina, mis problemas”.
Y después está Jack. Un adolescente con sobrepeso, acné y ortodoncia que se pasea por la mansión pertrechado con un casco y un rifle de aire comprimido. Sale hasta tarde, fuma porro, se lleva mal con sus compañeros de clase y usa remeras que dicen cosas como “Cocaína”. Pero no es ningún inútil. Obligado al trabajo debido a la cuna proletaria de papá Ozzy, Jack es un cazatalentos de Epic –donde impulsa su propio sello independiente– y es quien llevó por primera vez al Ozzfest (que recauda unos 20 millones de dólares cada verano boreal) a bandas como Limp Bizkit, Slipknot, Marilyn Manson y System of a Down.
Todos ellos, más el tropel de mascotas malcriadas y los personajes secundarios (la “niñera” australiana, el guardia de seguridad, el hijo del primer matrimonio de Ozzy, los vecinos), conforman un núcleo social que concilia delirios millonarios y normalidad doméstica, excentricidad y costumbrismo. “Más allá de los tatuajes y las puteadas, el programa impacta porque los rockeros británicos son tan subversivamente clase media... Las cámaras de MTV estuvieron durante cuatro meses en la casa de Mr. Osbourne, famoso por decapitar murciélagos con los dientes sobre el escenario, y lo exhiben como a un típico padre de suburbio”, escribió Alessandra Stanley en The New York Times. Al igual que los Adams, la lógica a primera vista demencial de los Osbourne funciona a la perfección como base sentimental y organizativa de la familia. Al igual que los Corleone, los Osbourne ostentan una lealtad ciega hacia el padrino. Y todos, de una u otra manera, forman parte del negocio.

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