UN ACERCAMIENTO AL MARAVILLOSO MUNDO DE “LOS OSBOURNES”
El valor de la familia
Por tratarse de la vida interior de
una familia tipo (padre, madre, dos hijos), no le va nada mal: claro, papá
Ozzy es una leyenda rocker, mamá Sharon es su manager y productora del
festival metálico más importante del momento, y los hijos... Jack
y Kelly hacen lo que pueden y quieren. Todos ellos, con sus locuras y ternuras,
son las nuevas estrellas del canal de música más famoso del mundo,
y recaudan en consecuencia.
› Por Pablo Plotkin
Los Osbourne se aman, se toleran, se
divierten y ganan millones de dólares. Si ése es el modelo de familia
yanqui “disfuncional”, ¿qué le queda al resto? Rápidamente:
papá Ozzy nació en Birmingham (1948), cantó en una banda
de rock muy importante (Black Sabbath), fumó pasta base durante décadas
y ahora evidencia algunas secuelas de esos años. Sharon, de 50, es la mujer
y manager de Ozzy. En 1989, Ozzy y todos sus demonios (“decidimos que tenés
que morir”) intentaron estrangularla, pero eso no volvió a suceder.
Ya habían nacido sus tres hijos: Aimee, hoy 18 años, Kelly (17)
y Jack (16). Sacando a la autoexcluida Aimee –el gran fuera de campo de “The
Osbournes”–, la familia se convirtió en la última maravilla
del entretenimiento televisivo, batiendo todos los records de audiencia en la
historia de MTV en Estados Unidos y constituyéndose en el único
imperio financiero coliderado por un ex masticador de cabezas de murciélago.
En los Estados Unidos, los episodios más vistos de la primera temporada
de “The Osbournes” alcanzaron picos de 8 millones de espectadores. MTV
y la familia ya cerraron el acuerdo para una segunda (y muy probablemente tercera)
temporada. Si bien no están del todo claras las cifras del contrato (los
números van de 5 a 20 millones de dólares por otros 20 episodios,
según se incluyan o no las regalías por venta de merchandising),
puede decirse que la fortuna de los Osbourne, valuada en 57 millones de dólares
hasta el año pasado, crecerá de un modo meteórico. La empresa
Accesory Network ya se encargó de la fabricación y comercialización
de mochilas, portacedés, billeteras, diarios íntimos, agendas, lápices
y artículos varios. Las remeras se multiplican por todos los Estados Unidos.
El modelo más exitoso –aparentemente plagiado por el matrimonio a
la empresa T-Shirt Hell Inc., que les inició una demanda– es el que
lleva la siguiente frase estampada: “A la mierda mi familia, me mudo con
los Osbourne”. A esta altura, la osbournemanía es un fenómeno
que seduce tanto a las páginas de espectáculos de los diarios como
a sus secciones económicas.
¿En qué reside el magnetismo del programa, en qué se diferencia
de otros reality shows? “The Osbournes”, desprendimiento escatológico
de “Cribs” (una serie de especiales de MTV que mostraban “la intimidad”
de las mansiones de los famosos), expone de un modo muy brusco –y a la vez
entrañable– esos conflictos familiares que por lo general el american
way of life prefiere esconder debajo de la alfombra. En ese sentido, los Osbourne
son una familia mucho más saludable que la mayoría. Ozzy les habla
de drogas a sus hijos con el desparpajo y la contundencia de un sobreviviente
a la heroína (“fumé crack durante 40 años, sé
de lo que hablo”). Ozzy está quemado, pero tiene grandes momentos
de lucidez y ternura. Y pretender caretearla con él en cuanto a drogas,
es como intentar engañar al Gato Dumas con una cena precongelada (“¿Te
pensás que no sé por qué pedís pizza a las doce de
la noche?”, le dice a su hijo Jack cuando le advierte sobre los riesgos de
la marihuana).
Sharon es la jefa. Conoció a Ozzy en 1970, en los primeros tiempos de Sabbath.
En 1979, cuando fue despedido de la banda –entonces manejada por el padre
de Sharon, Don Arden–, Ozzy se recluyó en una habitación de
hotel de Los Angeles, atiborrándose de cocaína y alcohol, deprimido
porque su vida de estrella de rock parecía haber terminado. La primera
mujer de Ozzy, Thelma, compró entonces una vinería en Staffordshire
para que su marido atendiera la barra. Sharon puso el grito en el cielo: “¡Mierda!
Sos Ozzy, no vas a atender una vinería”. Lo rescató. Le compró
el contrato a su padre por un millón y medio de dólares, se convirtió
en su manager, lo acompañó en las giras, le inventó una carrera
solista. Tres años y un divorcio después, se casaron en Honolulu.
Kelly nació el 27 de octubre de 1984, un día antes de que internaran
a Ozzy en una clínica de rehabilitación. Kelly es la estrella adolescente
de “The Osbournes”, con su pelo teñido de fucsia, su fastidio
proverbial y su versión post-grunge de “Papa don’t preach”,
hit del inevitable reciéneditado compilado/banda de sonido The Osbournes,
que incluye algunos clásicos elegidos por los miembros de la familia (“You
really got me” de The Kinks, “Imagine” de Lennon, “Drive”
de The Cars, “Wonderfull tonight” de Eric Clapton) más algunos
temas de Ozzy y la versión swing de “Crazy train” a cargo de
Pat Boone, cortina del programa. Kelly es una especie de Christina Ricci entrada
en carnes, una Merlina de Beverly Hills que se proyecta al mundo como una performer
con ángel propio. Cuando la invisible Aimee le arregla de prepo un turno
con el ginecólogo, Kelly escupe una de las frases más festejadas
de la serie: “Son mis dientes, mi auto, mi vagina, mis problemas”.
Y después está Jack. Un adolescente con sobrepeso, acné y
ortodoncia que se pasea por la mansión pertrechado con un casco y un rifle
de aire comprimido. Sale hasta tarde, fuma porro, se lleva mal con sus compañeros
de clase y usa remeras que dicen cosas como “Cocaína”. Pero no
es ningún inútil. Obligado al trabajo debido a la cuna proletaria
de papá Ozzy, Jack es un cazatalentos de Epic –donde impulsa su propio
sello independiente– y es quien llevó por primera vez al Ozzfest (que
recauda unos 20 millones de dólares cada verano boreal) a bandas como Limp
Bizkit, Slipknot, Marilyn Manson y System of a Down.
Todos ellos, más el tropel de mascotas malcriadas y los personajes secundarios
(la “niñera” australiana, el guardia de seguridad, el hijo del
primer matrimonio de Ozzy, los vecinos), conforman un núcleo social que
concilia delirios millonarios y normalidad doméstica, excentricidad y costumbrismo.
“Más allá de los tatuajes y las puteadas, el programa impacta
porque los rockeros británicos son tan subversivamente clase media... Las
cámaras de MTV estuvieron durante cuatro meses en la casa de Mr. Osbourne,
famoso por decapitar murciélagos con los dientes sobre el escenario, y
lo exhiben como a un típico padre de suburbio”, escribió Alessandra
Stanley en The New York Times. Al igual que los Adams, la lógica a primera
vista demencial de los Osbourne funciona a la perfección como base sentimental
y organizativa de la familia. Al igual que los Corleone, los Osbourne ostentan
una lealtad ciega hacia el padrino. Y todos, de una u otra manera, forman parte
del negocio.