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Jueves, 10 de mayo de 2007

NO TE VA GUSTAR TOCA EN EL ESTADIO OBRAS

“Es buenisimo que un niño quiera rock”

Emiliano Brancciari, líder de NTVG, reflexiona sobre el lugar del rock plurigeneracional y explica cómo es Todo es tan inflamable, flamante trabajo que presentan en Buenos Aires. “Un disco para digerir”, dice. Glup.

 Por Cristian Vitale

Combo uruguayo. No Te Va Gustar, la otra banda más popular de la celeste, editó su cuarto disco y completó un agradable par con el nuevito El impulso, de La Vela Puerca. Se llama Todo es tan inflamable, lo produjo el ex guitarrista de Los Redondos época Gulp!-Oktubre (Tito Fargo) y tiene quince canciones. La primera pintura la da Emiliano Brancciari, cantante, compositor y hombre carisma. “Llegamos al extremo de cada género que tocamos. Cuando la pudrimos, la pudrimos de verdad. En El oficial o En la cara —track apertura—, las guitarras suenan híper podridas. Te cachetean.” Suma: si bien la banda no perdió su esencia mezcladora —reggae, salsa, ska, candombe y rock siguen en feliz convivencia—, hay un touch de distinción. Un amperaje que no aparece en el antecesor (Aunque cueste ver el sol, 2004) y mucho menos en Este fuerte viento que sopla (2002), tal vez el cenit latinoso de la banda. “El disco es más directo en cuanto a letras y sonido —continúa Emiliano—. En los anteriores, puede que las letras estén más lavadas, pero acá es distinto. Es un disco menos digerible para el público, que te empieza a gustar después de que lo escuchaste varias veces. Está muy cargado de detalles, de cositas que cuesta descubrir. Es directo, pero cargado.”

La carga puede traducirse como tensión. Durante todo el año pasado corrieron densos rumores de separación. Incluso, ciertos dilemas “intramuros” provocaron la ida del bajista de la primera hora, Mateo Moreno (que dejó dos temas para el disco: el autorreferencial El oficial y Simplemente yo) y un cambio de baterista (Diego Bartaburu por Pablo Abdala). Para Emiliano, los rompimientos determinaron la esencia del disco, su título. Dice: “Lo inflamable da con lo efímero de las cosas. En nuestro caso, tomar conciencia de las separaciones. Y, yendo un poco más allá, queremos dejar constancia de lo poco que dura el momento en que estás: la idea es transmitir a los jóvenes la importancia de valorar y vivir el presente. Volver la mirada hacia las cosas simples y cotidianas, a los afectos. Hoy se vive a una velocidad impresionante”.

—¿Montevideo también va rápido?

—Es más tranquilo que Buenos Aires, pero podés estar tan enajenado como acá —Emiliano está en Maipú al 500—. Podés estar todo el día pensando en la noche y toda la noche pensando en la mañana. Es todo más chico, pero pasa lo mismo. Hay mucha locura.

El sonido visceral, poderoso, de Todo es tan inflamable enlaza con el vértigo urbano. Parece quejarse de la levedad de las relaciones humanas en las grandes ciudades. Muestra a la banda en un estado introspectivo mayor y la ubica en un plano del que muchos habían dudado: la capacidad de rockear duro y parejo. Hay canciones que presentan, con rudeza, el estado de cosas mundano (Fuera de control, En la cara, la bella Una triste melodía) y otras que acusan el impacto. Describen sus efectos individuales, personales. Se redimen. Entre ellas, Pensar, una rara alquimia ska-disco, que ancla en un país hecho de éxodos y desarraigos; Eskimal, balada densa a la manera de Las Pelotas o la taciturna Simplemente yo. Pero la síntesis del claroscuro, tal vez, la determine una frase que aparece, perdida, en el reggae Todo el día: “Lo único que hago es pensarte todo el día / sigo durmiendo en diagonal / sigo viviendo en diagonal”. “Querés algo, lo tenés, vas por más y esto te aleja de tus afectos más íntimos. Te perdés de disfrutar”, reflexiona Emi.

—En este vivir veloz, ¿cómo percibe los cambios el público uruguayo, como el que ustedes proponen hoy?

—Es un poco más lento que el argentino. Digiere las cosas más despacio. Creo que es porque acá llevan 30 años escuchando rock, en cambio allá se masificó hace bastante poco... los rockeros se están formando y recién ahora el rock deja de ser algo exclusivo de Montevideo. Cuando empezamos hace 13 años, todo era mucho más difícil: tocábamos solamente en el circuito under de Montevideo, cuando ahora tenés un festival en el medio del país (Durazno) que lleva 150 mil personas. Este fenómeno permitió que nosotros y varias bandas más podamos vivir de la música, algo que antes era un sueño. Había que dedicarse a otra cosa y, de paso, tener una banda de rock.

—¿Cómo repercutió Cromañón en Uruguay?

—Televisivamente. Allá se ven siete u ocho canales de acá y eso llega, evidentemente. Quizá no existió la gran paranoia y no se tomaron tantas medidas como acá, pero marcó un límite.

—¿Con La Vela son el Peñarol-Nacional del rock?

—Nada que ver... nos juntamos y está todo bien. Vamos a tomar algo juntos, somos amigos. No hay competencia. Además, el trabajo de hormiga que hicieron ellos en la Argentina nos abrió muchas puertas. La comparación se da más acá, porque hay una tendencia al fanatismo más exacerbada. Hay como más hinchas de todo (risas). Le decís a cualquiera que tu influencia son Los Beatles y te contestan: “Ah no, a mí dejame a los Rolling” (risas). “¡Y a mí también me gustan!”, contestás, pero no hay caso.

—En Montevideo se dice que La Vela es más del palo del rock, y ustedes más inclusivos en términos de edad y género. ¿Coincidís?

—Puede ser que nosotros traspasemos algunas barreras generacionales... en los shows grandes y aptos para todo público, vienen familias enteras a vernos. Muchos padres vienen sólo porque los niños de 8 o 10 años se lo piden. Para nosotros es buenísimo que un niño quiera escuchar rock.

A este target plurigeneracional se debe la existencia de planes B durante los shows. Nunca faltan versiones del acervo popular uruguayo. Suelen revisitar A Don José, de Los Olimareños, dedicado a José Artigas —el padre de esa patria y, por qué no, un poquito de ésta—, también versionan canciones de Jaime Roos y Rubén Rada —”son re grossos para nosotros”, declaman—, Emiliano se declara fanático de Sumo, pero también del folklore argentino y el saxofonista —Mauricio Ortiz— es un metálico extremo. “Siempre nos dice: ‘Dejen de mariconear’, pero toca el saxo... no es que pela la Stratocaster”, chistea el cantante. “Al ser ocho músicos —sigue—, cada uno aporta lo que la canción necesita, hasta que sale esto que no podemos encasillar. Estos mil colores que nos transforman en una banda indescifrable.”

* NTVG presenta No tan inflamable el 11 y 13 de mayo en el Estadio Obras.

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