NOTA DE TAPA
Alejados del rol clásico (“espero que me llamen y hago de lo que me digan”), ellos actúan, dirigen, producen; ponen el cuerpo y la mente. Recuperan el valor del actor formado frente a cámara en oposición a los films con no-actores, se mofan del acartonamiento del Nuevo Cine Argentino y plantean cierta irreverencia fílmica.
› Por Federico Lisica
Daniel Gilman Calderón, Romina Paula y María Villar son los intérpretes de El hombre robado, film que pudo verse en el último Bafici, en la que los géneros y los esfuerzos se mixturan en pos de “eso” que se traslada a la pantalla. La película, además, mantiene otra invariable del cine indie argentino, fue invitada a varios festivales en el extranjero pero no tiene fecha segura de estreno en nuestro país. “Es un policial romántico en donde la acción transcurre por los costados, en los descansos; es una mirada personal, filmada en blanco y negro, en los que la trama policial surge de lo sentimental. Allí es donde la actuación empieza a ganar capas”, dice el protagonista masculino de un film de alma nouvelle vague realizado por Matías Piñeyro de 24 años. Y la palabra “intérpretes” parece apropiada para quienes son parte de este film.
Insinúa y sugiere más de lo que aploma el vocablo de “actor”. Son quienes recorren salas de teatro ínfimas en busca de una apuesta que escape a lo formal (Gilman Calderón actúa junto Villar en Otelo, campeón mundial de la derrota); o publican novelas, escriben guiones teatrales, actúan y los dirigen como experiencia que sirvan para representar los “decires” generacionales (¿Vos me querés a mí? es el nombre del libro de Paula, quien se considera a sí misma una “estudiante”). En ellos prima la idea de un hacer que supere –sin tensiones– las aristas del hacer creativo. No por nada Paula remarca lo participativo de la acción cinematográfica. “Para el actor existe ese momento medio patético del casting. Te dan el guión, te lo tenés que aprender, y esperar a que te llamen. Esa cosa pendiente de las jerarquías cambia mucho cuando lo hacés en grupo. Vos tenés la misma importancia y la misma injerencia que el que tiene la caña, el director y el guionista. Con distintas responsabilidades, claro, pero complementándose a partir de las competencias de cada uno. Y lo grupal hace que todos estén mucho más comprometidos. No están preocupados por la hora en la que se tienen que ir a su casa. Todo bien con los sindicatos, pero lo ‘sindicalista’ va en contra del objeto final que es la película.”
Gilman Calderón aprueba con la mirada y señala. “Desde la producción, El hombre robado llevó varios meses. Y hubo una gran serenidad en todo momento, más allá del largo tiempo que demandó. Empezó siendo un corto. Cuando se revelaron las latas estaban vencidas. Conseguimos cinco más e hicimos un medio. Pero eso era medio raro. Y luego fuimos por el largo. Se pudo volver una y otra vez sobre el trabajo. Corrigiendo algunas cosas. Hubiera sido imposible de haberlo encarado otra forma.” Paula completa: “El buen director ordena, da sus directivas y deja ciertas cosas libradas a la decisión del actor. Y más allá de eso, rescato lo colectivo. Cuando el chabón que te pone el micrófono, lo hace con buena onda”.
El triángulo anárquico de realizadores y protagonistas que engendraron UPA! una película argentina (conformado por Camila Toker, Santiago Giralt y Tamae Garateguy) no les teme a las palabras. Ni a las declamaciones espetadas en una pantalla o en persona. Sólo hace falta que haya alguien con ganas de verlas. Conscientes de querer romper con todos los moldes asociados al Nuevo Cine Argentino, con su film –nacido a su vez de las mismas entrañas del NCA–, proponen el ruido y el desorden como forma y contenido; casi como oposición al mutismo cinematográfico y generacional anterior. UPA!, entonces, es un indicador de que las cosas han cambiado. O al menos deberían hacerlo. El film, básicamente, retrata las miserias, egos alterados, y pocos presupuestos, decodificando la cocina del cine argentino en un making off de ficción. Tanta irreverencia fílmica e ideológica, su gran risa política, fue escuchada por el jurado del festival que la designó ganadora de la sección nacional.
Dirá Camila Toker sobre su génesis: “Nos veníamos encontrando en workshops con escrituras y reescrituras de proyectos, una y otra vez, hasta que dijimos basta. Hablemos de esto, de lo que nos pasa. Todo eso que no se ve, que el espectador pueda espiar por esa bambalina, desolemnizando esta actividad, el arte y toda la huevada”. Y aunque el cine indie se haya vuelto un estereotipo de una forma de filmar, algunos esquemas se mantuvieron inalterables hasta para sus protagonistas: la constante imposibilidad y la necesidad de saltar esa barrera. “En realidad es un poco el espíritu de todo esto. Hay algo en la forma de encarar la producción con muchísima inquietud y deseo. No resignar nada, porque resignás cuando no hacés. Bueno, resignamos la individualidad, y tuvo que ver con enriquecernos a partir de esta dinámica que es la esencia de UPA!. Somos tres directores actores más una montajista y coguionista. Esa elección transformó el resultado”, dirá Tamae Garateguy.
Su contraparte femenina apunta: “Sería bueno que tuviéramos unos pesos más para trabajar. A veces nos ponemos románticos con la falta. Y la falta es una circunstancia que podemos sobrellevar por esa pasión. Pero no es la manera ideal de trabajar. Digamos que ésta es una alternativa, pero no es la única. Y muchas veces todo el hacer del cine se mezcla con ‘lo vocacional’, y te pago diciéndote que sos grosso, y lo económico parece algo sucio. La apuesta personal, finalmente, debería quedar en uno para elegir hacer películas más allá del dinero, no el sistema de producción industrial. Como industria no existe, hasta las más ultraindependientes y las menos independientes terminan solventadas por sus propios realizadores”. Paradoja (o no tanto), el premio del Bafici les significó al grupo 150 mil pesos para ser usados en difusión, y 10 mil pesos como estímulo a cada uno de los realizadores.
Digamos que sus mohines provienen de conocer el paño. Toker había actuado anteriormente en Sábado, Ana y los otros y Los Suicidas; Santiago Giralt fue coguionista, junto a Albertina Carri, de Géminis; Tamae Garateguy venía de participar en un par de cortos, en los que los nombres de realizadores y actores del ambiente se entrecruzan. UPA!, por lo tanto, puede intuirse como el destino final de cierto recorrido. “Dentro de la película se ve la realización de otra película llamada Tandil/Tromso, un drama existencialista. Y tocamos todos los clisés de hacer cine indie. Pero también los grandes discursos del cine de los ‘80. Cansados de las típicas películas Bafici. Tiempo muerto total. Con nulo desarrollo dramático y de los personajes. Casi que existía el manual para ganar un premio en un festival. Y como gente de cine, creemos que es hora de reírnos de lo patéticos que podemos llegar a ser”, señala Santiago Giralt, quien reconoce las osadías fílmicas de Leonardo Favio como influencia en su forma de concebir y hacer cine. “En El dependiente hay una escena en la que revuelan un gato, entra un mogólico con su madre, y aparecen evangelistas. Verdadera independencia creativa y, a la vez, el público lo veía.” Tanto desparpajo del terceto lleva a pensar si no se equivocaron de sigla, si en vez de llamar a su cinta UPA!, no hubiese sido mejor UFA!, un film argentino.
* UPA!, una película argentina podrá verse en el ciclo de la revista Haciendo Cine en la Alianza Francesa el próximo 30 de mayo antes de su estreno comercial a realizarse durante este año.
“Es como cuando te grabás, te escuchás y no te reconocés. La voz es muy rara. Recién al tiempo, cuando te acostumbrás, podés decir: Ah, mirá vos. Acá hay algo bueno.” Mientras Bárbara Lombardo responde sobre cuáles son sus sensaciones al verse a sí misma en la pantalla, sonríe. Es entonces que sus facciones dejan entrever que, cuando quiere, es feliz. Pues desde su primer protagónico en el cine, con Cautiva filmado en el 2001 a los 21 años, Bárbara ha estado acostumbrada a campear papeles de gran densidad dramática. Allí representaba a un hija de desaparecidos apropiada por un comisario de la maldita policía. Algo de ese papel, el desfasaje entre la realidad que quiere ser vivida y la aridez que le plantea el presente, se trasladó a sus papeles más reconocidos (incluyendo videos de Attaque 77 y Pier). Una cara que con gestos mínimos puede representar todo un mundo, incluso alegría. De esa filmación dirá que “fue un horror, la pasé pésimo, se notaba mucho que era la primera experiencia del director, me llevó seis años recomponer mi relación con él”.
Su honestidad feroz vuelve cuando se refiere a las condiciones para ir a ver una película hoy en día: “El cine está caro. ¡Pagar 15 mangos por una entrada! Tal vez debería pensarse en una tarifa especial para las películas argentinas. Otros circuitos. Y además el público está acostumbrando al pochoclo, y lo digo sin menospreciar. Ver una película argentina puede ser un riesgo para la mayoría. Se requiere una sensibilidad y otro tiempo para disfrutarla”. Lombardo, quien se volvió una cara conocida por sus papeles televisivos en Resistiré, Los Roldán y Doble vida, puede resignar “mucha plata” –confiesa–, por hacer una película que la atraiga y conmueva.
Y eso sucedió con El asaltante de Pablo Fendrik: “La premisa era filmarla en nueve días, partiendo de la improvisación y de un tratamiento de la imagen muy cuidada y natural, había un director de fotografía que me encanta, y después de hablar con el director, dije sí, me mando”. Según sus palabras, la película “retrata la vida de un hombre que tiene un objetivo muy claro, hasta que se cruza con mi personaje. Tienen una relación en la que se mezclan violencia, suspenso, drama, y algo muy tierno en un relato que casi no tiene diálogos. De hecho, yo no tengo ni un texto”. Lo que la sedujo de El asaltante también llamó la atención en el Festival de Cannes, en donde el film participa de la prestigiosa Semana de la Crítica. Y ahí la seductora tristeza de Bárbara, quien en estos momentos está en Cannes, abordará nuevas retinas.
“En Filmatrón hago de un pibe de 18 años y uhhh... ¿Esto es la magia del cine o qué?”, dice Walter Cornás entre carcajadas. Además de protagonista de ese film, Cornás es “socio y miembro” de Farsa, una productora que hace más de una década se propuso hacer del homenaje al cine clase B, en especial al gore (ese con mucha sangre, muertos y desmembramientos varios provocando más risa que terror), una iglesia zarpada. Con la vista en Hollywood pero bajo el canon argento, y seguros de haber nacido en tiempo y lugar equivocados, fueron creando objetos de culto como Plaga Zombie (hecha con 187 pesos), su secuela Zona mutante y el thriller rural Nunca asistas a este tipo de fiestas (filmada en cuatro días). Los tres largos tuvieron su legión de fanáticos, pero nunca gozaron de prestigio, ni siquiera de consideraciones de la crítica, y ese fue el gen de Filmatrón.
“Después de que otro largo nuestro, Zona mutante, no entrase en muchos festivales argentinos, nos propusimos hacer una película en la que unos chicos intentan filmar en un lugar donde eso está prohibido”, dirá Cornás, héroe de una fábula orwelliana deudora del cine Sci-Fi y Peter Jackson (pero, claro está, en la época de Mal gusto). “Sabíamos que nunca podría haber protagonizado una peli de este tipo si no era por la nuestra. Con el director, Pablo Parés, nos dijimos: ‘Hagámosla porque de otra forma no va a suceder’. Yo quería ser Marty McFly, y él Robert Zemeckis. Eso junto al entusiasmo de todo el equipo de Farsa, más gente que trabajó de onda permitieron llevarla a cabo.” Fueron cinco años en los que las excitaciones adolescentes fueron mutando, no tanto en la pasión primaria –la que los llevó a hacer cine más allá de toda moda estilística– sino en la forma de concebirlo de un modo más para arriba.
“Cada película independiente tiene sus maneras y sus recursos. Al llevarnos tanto tiempo de realización pudimos separarnos un poquito de lo que era en un principio Filmatrón. Nos sirvió para ser fríos y decidir lo mejor para el producto final.” Y tuvo su recompensa, Filmatrón se aseguró el estreno comercial antes de fin de año y está en tratativas para su venta al exterior. En gran medida por haber sido galardonada con el premio del público en el último Bafici; tiempo atrás médula de lo que se dio en conocer como NCA, y sobre el que Cornás dictamina: “Yo creo que el NCA está encabezado por gente muy talentosa y muy capaz, pero alrededor se armó un paquete para vender afuera. Hablando de esas películas que parecen siempre tocar la misma tecla, hay dos o tres directores muy buenos, y muchos se adosaron a eso para lucrar y que el cine argentino destape. Y a nosotros directamente nos negaban. Nos preguntábamos, ¿será que filmamos en video?. Nos enroscábamos y molestaba esa situación. Por suerte hoy hay más apertura. Y eso no significa que no nos pueda gustar ‘ese’ otro cine. Es más como ‘Bienvenidos al varieté’”.
* Para seguir sus proyecciones previas a su estreno comercial puede visitarse www.farsaproducciones.com.ar
Lucía Snieg ha crecido. Quienes por estos días la vean interpretando a una nena de 8 años en el film Las mantenidas sin sueños, ópera prima de Vera Fogwill, estarán viendo el presente de alguien que ya no es. Y no porque haya abandonado la calidez que parece habitar en su personaje, la hija-madre de una cocainómana lumpen, sino por el simple paso del tiempo. “Tenía miedo de no reconocerme, fui creciendo, primero físicamente. Surgieron además otros pensamientos. Igualmente, el día anterior al estreno me agarraron muchos nervios porque, después de tantas idas y vueltas, me iba a ver en una pantalla. Y en ese entonces era otra persona.” Hija de una actriz y un pediatra, Lucía encontró en sus padres el apoyo necesario para embarcarse en la actuación. “Mi lugar de recreo siempre fue el teatro, viendo actuar a mi mamá, yendo a estudiar al San Martín, bueno, hoy lo sigo haciendo.”
Encarar un papel poco convencional para una chica de su edad, una nena cuya ingenuidad y adultez a los golpes la salvan de caer en lo más bajo, mezcla entre Natalie Portman en El asesino perfecto con Ana Paquin en La lección de Piano, le insumió a Snieg juegos y un gran cansancio. “Primero mis papás leyeron el guión, luego me preguntaron si quería hacerlo porque no me obligaron a nada. Tenía conciencia de que era un papel duro y de a poco me fui metiendo en Eugenia. Luego vinieron casi seis meses de filmación. Salía del colegio en Ramos Mejía y venía a filmar a Capital. Era mi primera experiencia y estaba un poquito nerviosa, y todos alrededor me ayudaron mucho. Mis amigos eran como un descanso. No tanto por el papel en sí, sino por la cantidad de viajes y horas. Pero a la vez estaba muy tranquila, porque sabía que era un juego. Y me encanta ese juego, aunque quedaba agotada.”
Terminada la filmación Lucía recibía llamados: “‘Luli... ganaste un premio’, me decía Vera, y ahí ni caía; ni siquiera ahora me cayó la ficha. Porque esa actuación es de una chiquita. Es raro”, dice Snieg sobre los dos galardones internacionales que recibió por su actuación. Acerca de su presente, que media entre el colegio y su banda de rock llamada Metamorfosis en la que canta y toca el bajo, dice: “Tal vez de acá a futuro quiera ser contadora, la verdad es que no tengo idea, quiero dejar que fluya. Pero sé que la actuación es lo que quiero hacer ahora. Luego de la película quise estar más tranquila y no seguí haciéndolo. Pero ahora estoy metida de lleno, porque me hace feliz. Es como empezar de vuelta, pero desde otro lugar”.
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