Jueves, 2 de agosto de 2007 | Hoy
STEVEN ADLER EN BUENOS AIRES (NO ES EL DE LOS QUESITOS)
Ironías del rocanrol: el ex batero de los Guns’n’Roses fue expulsado por drogón después de grabar Appetite for Destruction, en una banda que probó con todos los excesos. Gambeteó la muerte en varias ocasiones, y ahora tiene una banda tributo a... su ex banda. “Axl es un genio incomprendido”, dice.
Por Daniel Jimenez
Steven Adler no espera ninguna pregunta. Un escueto “hello, Steven. How are you?” es suficiente para que el ex baterista de Guns’n’Roses se largue con un borbotón de palabras, por momentos imposibles de descifrar, producto de la parálisis parcial que sufre en su rostro; una factura demasiado alta que deberá pagar de por vida por sus años de descontrol.
La irregular conversación se verá interrumpida minutos más tarde cuando, a raíz de un inconveniente en la línea telefónica, su voz aguardentosa desaparezca luego de soltar un gomoso “lo siento, pero las montañas complican nuestra comunicación”. What?
La vida musical de “Popcorn” Adler comienza a mediados de los ‘80, cuando junto a un guitarrista de nombre Samuel Hudson (aún no era Slash) y al bajista Duff McKagan (aún conservaba su páncreas) formaron Road Crew. Un proyecto que abandonarían en 1986 para dar vida a los Guns, sumando las desaliñadas presencias de Axl Rose y su amigote Izzy Stradlin. Con ellos conocería las drogas duras, caminaría el lado salvaje del Sunset Boulevard y cultivaría un perfil de rock star que tendría su explosión doce meses después detrás de los parches de Appetite for Destruction, el demoledor debut de Rose & Cía. que este martes cumplió dos décadas.
“Yo quería ser jugador de fútbol americano, pero cambié de opinión el día que fui a mi primer concierto y vi en vivo a Black Sabbath y Van Halen. Esa noche decidí que quería ser una estrella de rock”, cuenta Adler mientras mastica lentamente las palabras. Con 42 abriles y sin un programa demasiado serio desde hace una década, el batero fundacional de los “forajidos” (Carlos “Méndez” dixit) logró reinventarse a sí mismo y yirar por el mundo al mando de Adler’s Appetite, un discreto combo con el que recrea canciones de su ex banda y el que lo depositará mañana por segunda oportunidad en el Roxy Club.
Al igual que algunos pocos (y sufridos) mortales, Steven supo convivir con el inefable cantante de vincha y calzas atrevidas, antes de que éste lo marginara por drogón. ¿Bronca contenida? Nada de eso: “Creo que Axl es un genio incomprendido, que nunca piensa en lo que va a venir sino que vive el momento. Supongo que debería estar enojado con él por haberme echado, pero no es así. Cuando sucedió la pasé mal, pero todavía lo quiero. Eso fue hace más de una década y ya lo sepulté”.
Aunque el tiempo suele magnificar las batallas y sobredimensionar los mitos, Adler participó solamente en dos discos de GnR: Appetite for Destruction y GnR Lies, que le valieron giras interplanetarias, chicas fáciles, una sabrosa cuenta bancaria y una adicción a las drogas que casi lo deja fuera de combate y lo alejó de una banda donde, paradójicamente, todos consumían en cantidades industriales. El responsable de esta decisión sería el propio Axl, quien se juró despedir a cualquier miembro que no pudiera superar su dependencia a toda sustancia que finalice en “ína”. En ese punto, Steven estaba hasta las manos.
“Para nosotros, las drogas significaban libertad, experimentación y, más que nada, una forma de vida. Si hacés una encuesta, más del 90 por ciento de los jóvenes experimentó con drogas, al menos una vez. ¡Es que son algo bueno! (Risas). Cuando estás en un grupo y sos un éxito, todo te importa un carajo. Y a nosotros no nos importaba nada. Pero, atención: yo no inventé el alcohol o las drogas. Están ahí por alguna razón. ‘It’s so easy’ (canta), es muy fácil conseguirlas. Y justamente ésa es la única mierda acerca de ellas.” El baterista, hoy recuperado de su adicción, ensaya un discurso conocido y no por ello menos real: “Las drogas, si no las controlás, terminan tirando todo a la mierda. Yo me quería morir, pero Dios no me quiso llevar. Y después de despertarte durante diez años en hospitales y pasar más de 20 sobredosis, llega un punto en que tenés que poner tu vida en orden”.
Para Appetite..., Geffen Re-cords les dio a los Guns 75 mil dólares sólo para comenzar a darle forma al disco. Cifra por demás suculenta para cinco descontrolados con ínfulas de celebridad y un apetito voraz por la diversión.
¿Qué fue del destino de ese dinero? Explica Adler: “Gastamos toda la plata en drogas, equipamiento y alcohol. Era lo único que necesitábamos en ese momento”. Las sesiones de grabación son recordadas por la indisciplina de los músicos en el estudio, sus memorables borracheras y su falta de profesionalismo. Previendo la situación, Geffen envió a Mike Clink, un productor con fama de duro, para que ejerciera presión sobre ellos. Pese a su experiencia, Clink debió luchar más de una vez para que la cosa no se desmadre. En un intento por mantener a los muchachos vigilados, el productor les alquiló un departamento en Los Angeles, que el quinteto se encargó de destrozar.
“Vivíamos en el mismo lugar donde ensayábamos. Era horrible. No teníamos baño y ninguno trabajaba. Pero hacíamos lo que nos gustaba: teníamos chicas y tocábamos rock and roll”, confiesa Steven, quien resalta la frescura amateur de aquel período: “Solamente dos temas fueron tocados previamente en el estudio antes de grabar. El resto está todo hecho de primera toma, lo cual considero fundamental para el éxito que tuvo. Hicimos todas las canciones en seis días”. ¿Y el séptimo? “Nos fuimos de fiesta, claro.” Para los faltos de memoria, Appetite for Destruction (vendió 20 millones de copias en todo el globo) sería una muestra de lo mejor del rock californiano de finales de los ‘80, con una banda afilada, un cantante suicida, una de las más pretenciosas campañas de publicidad que se recuerde y temazos como Sweet Child of Mine, Mr. Brownstone, Rocket Queen, Nightrain, Paradise City, You’re Crazy y la profética Welcome to the Jungle. Una de las favoritas de Adler.
“Apenas la terminamos, supimos que iba a ser un fenómeno mundial. Recuerdo estar apoyado en la consola y escucharla sin las partes de batería, era imposible que no fuera un suceso. Estábamos ante un verdadero mazazo de rock and roll, porque todo lo que escuchás ahí es alma y corazón.” Finalmente, Adler sería expulsado de los Guns por “adicto” en 1991, siendo reemplazado por el robusto Matt Sorum. Lejos de recuperarse, el músico continuó con su loco recorrido por la desenfrenada nocturnidad de Hollywood jugando con los extremos, hasta que un infarto por el consumo grosero de “speedball” (cocaína + heroína) lo bajó a la tierra. Despechado y lejos de las luces, acusó en los tribunales a sus ex amigos de haberlo “forzado” a tomar heroína durante su estadía en el grupo. La Justicia de California, conmovida por el “padecimiento” de Steven, falló a su favor y obligó a Slash, Stradlin, McKagan y Rose a resarcirlo económicamente –según se rumorea– por 2 millones y medio de dólares (“prefiero no hablar de eso. El dinero es un arma de poder muy fuerte”). Mientras Axl sigue empeñado en mantener vivo el nombre de Guns’n’Roses y amaga con un nuevo álbum que se llamaría Chinese Democracy desde hace más de doce años, Izzy está disponible y Slash y Duff se mantienen activos con Velvet Revolver, Adler cree que aún existe una remota chance de recuperar la gloria perdida: “Si Dios quiere que nos juntemos otra vez y que saquemos un disco, no veo ningún problema en hacerlo con Axl, si él está de acuerdo”.
* Adler’s Appetite se presentará mañana en el Roxy Club, Alvarez Thomas y Federico Lacroze, Buenos Aires. A las 21.
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