Jueves, 9 de agosto de 2007 | Hoy
CALEXICO ROMPE LAS FRONTERAS ENTRE MEXICO Y ESTADOS UNIDOS
El country alternativo encuentra en esta banda originaria de Tucson un modus operandi frente al establishment: se puede hacer rock independiente norteamericano, estar en contra de Bush y patear simbólicamente ese muro de los lamentos que quiere construir en el borde de dos mundos. Acaban de editar Garden Ruin y planean una visita a Buenos Aires.
Por Roque Casciero
Calexico, mitad California y mitad México: con semejante nombre, no es raro que el sexteto formado en Tucson le haya aportado al rock indie norteamericano las resonancias y el calor del desierto de Sonora, tomados tanto de primera mano como de los soundtracks de spaghetti western del gran Ennio Morricone. En una década de trayectoria, la dupla formada por el cantante y guitarrista Joey Burns, y el baterista John Convertino se ha rodeado de los secuaces perfectos para introducir en su música desde jazz y country hasta el mismísimo ADN de los mariachis. Calexico es una banda importante dentro del rock independiente norteamericano, seguida desde aquí con cierta militancia por un puñado de fanáticos acostumbrados a pagar fortunas por discos importados o a resignarse al download, porque sus discos nunca tuvieron edición argentina. Hasta ahora: acaba de ser publicado el quinto trabajo de Calexico, Garden Ruin, que en el exterior apareció hace un año, y que marca un antes y un después en cuanto al sonido de la banda. Además, la buena noticia puede ser doble, porque es muy probable que el grupo venga a principios de octubre (¿3 y 4 en La Trastienda?).
Burns y Convertino se conocieron en Venice Beach, California, en 1990. “Fui a encontrarme con John y con su compañero de Giant Sand”, recuerda el guitarrista, que evita mencionar al líder de esa banda, Howe Gelb. “John se perdió manejando desde Los Angeles a Venice Beach, así que llegó tarde, y pensé que era una especie de payaso. Instantáneamente me di cuenta de que era de buena naturaleza y que tiene un sentido del humor distintivo que yo aprecio mucho. Nos llevamos muy bien de entrada y disfrutamos de tocar como sección rítmica, conmigo en contrabajo. Tocamos en Giant Sand durante casi diez años, John un poco más, y también les hicimos de banda a Victoria Williams y Richard Buckner.” Además tocaron juntos en Friends of Dean Martin (luego Friends of Dean Martínez), y se mudaron a Tucson para iniciar su propio proyecto, Calexico. “John insistió en que sería una gran idea salir de Los Angeles y toda esa corporación de la industria musical. Durante los ‘80 y los ‘90 era muy difícil conseguir shows ahí, porque la única gente que salía era la de la industria, entonces era difícil conectarse con el público. En una ciudad chica como Tucson, en cambio, la gente sale todos los fines de semana y tiene la mente más abierta porque no está tan agotada. Gracias a John nos establecimos en Tucson y eso ayudó a nuestra creatividad.”
–Todavía somos amigos, después de tantos años... Por supuesto que hay momentos en los que nuestra comunicación tiene interferencias. Por ejemplo, tuve que recordarle que él no es sólo un baterista sino un gran músico, y que tiene la habilidad de componer música de un modo muy poco tradicional. Para mí, John toca la batería de un modo melódico, no es sólo una máquina de ritmo que empieza y para. Además toca acordeón, piano, un poco de guitarra y bajo... Entonces, a lo largo de los años, ha tocado todos esos instrumentos en nuestras canciones. Pero al principio tuve que apoyarlo para que escribiera más. Para mí siempre fue muy interesante ayudarlo a desarrollar sus ideas hasta que lograba convertirlas en algo realmente especial. Hemos hecho eso el uno por el otro.
–Sí. Mi madre no sólo crió a cuatro hijos sino que además fue trabajadora social y también miembro de la American Women Association, así que iba a diferentes comunidades a ayudar, a enseñar inglés, a ofrecer sugerencias... Ella llevaba a toda la familia, así que nosotros jugábamos con los chicos mexicanos. A mi mamá le interesa seriamente la cultura, es una gran pianista, y nos enseñaba muchas de las canciones tradicionales mexicanas, como Cielito lindo o Guadalajara. Era muy dulce escucharla tocar esas canciones mezcladas con música clásica o temas pop. No estoy seguro de que eso haya sido la razón por la que me mudé a Tucson y abracé la cultura de Sonora, pero, finalmente, eso definitivamente sucedió. Mi papá hablaba español... Mis padres tenían mentes más abiertas, no nos decían “hablá en inglés”, como mucha gente de acá. Eso es muy deprimente.
–Seguro. Acá hay gente que se llama a sí misma “norteamericana original”, por eso me encantó que Martin Scorsese hiciera Pandillas de Nueva York, para demostrar que todos venimos de algún lugar y que todos estamos relacionados. Así que, acostúmbrense...
La música de Calexico funciona como perfecto antídoto contra los desvaríos de George W. Bush y su muro en la frontera con México: en esos sonidos los bordes y las nacionalidades aparecen difusos, borroneados casi a propósito por Burns, Convertino y sus compañeros de ruta (Paul Niehaus en steel guitar, Jacob Valenzuela en teclados y trompeta, Martin Wenk en acordeón y guitarra, Mark Willmore en xilofón y Volker Zander en contrabajo). “No tengo idea de qué está planeando exactamente la administración actual; se habló de construir un muro, una idea realmente delirante”, asegura Burns. “La idea del muro, para mí, es como ir unos cuantos pasos hacia atrás y no afrontar realmente los temas serios, que tienen más que ver con la diplomacia que con construir un muro. A mí me gusta la idea de no tener fronteras... Somos de mente abierta, quizá por eso tantas influencias diferentes se encauzan en nuestra música. La música es como una autopista sin fin: hay una parada cuando elegís tu instrumento, otra cuando empezás a tocar en una banda, otra cuando salís de gira, pero continúa, siempre continúa. En cada disquería a la que entrás, en cada festival en el que tocás, conocés gente nueva, entonces constantemente se te presentan nuevas ideas, nuevas culturas, nuevas músicas. Algunos tienen un efecto más profundo que otros, pero es natural para los músicos tener un modo de pensar más libre.”
–Creo que puede evitarse, porque hay muchas bandas que no tienen nada de eso del paisaje de un lugar, ya sea en Sonora o en Arizona. Al principio nos inspiraban mucho los artistas de soundtracks como Ennio Morricone o Ry Cooder. Además tocábamos mucha música instrumental con Friends of Dean Martin. Era intentar volver a lo que hacían en esos discos que encontrábamos en tiendas de descuentos, en la época en la que fue la transición al CD. Por supuesto, cuando nos metíamos con esa clase de material, el lugar tenía más influencia. Lo que hicimos fue combinar influencias tradicionales con contemporáneas, porque le agregamos guitarra eléctrica, electrónica y una sensibilidad jazzera a través de la forma de tocar la batería de John. La instrumentación fue más el color: si ponés un pedal steel, va a sonar más del oeste; si ponés marimbas y guitarra de nylon, va a ser más como los sones mexicanos; la trompeta puede ser pop, Ennio Morricone o incluso mariachi... Esa mezcla de las categorías musicales nos resultó muy natural.
–No. El alt country comenzó en los ‘80 cuando algunos músicos descubrieron a los iconos de los comienzos de country & western, gente como Jimmy Rogers, Hank Williams, Johnny Cash o Willy Nelson. A mí me gustan muchos artistas a los que se agrupa en el alt country: Will Oldham, Bill Callahan de Smog, Vic Chesnutt... Pero, ¿dónde pondrías a alguien como Tom Waits? El es un clásico norteamericano, casi como Gershwin o Louis Armstrong. Definitivamente Tom Waits tiene canciones que podrían entrar en el alt country pero, ¿dónde lo metés? O a tipos como Neil Young o Bob Dylan...
–¡Exacto! Es la clase de espíritu de experimentación que hace tan atractivos a los grupos, porque no tratan de copiarse a sí mismos sino de continuar experimentando. Eso fue importante para nosotros cuando hicimos Garden Ruin, porque tratamos de mostrar los diferentes costados de lo que hacemos. No hacemos una sola cosa: estamos involucrados en muchas colaboraciones, en música para cine, publicamos discos que se venden sólo en nuestro website... El público en general piensa que los artistas sólo hacen una cosa, pero en realidad muchos se involucran en proyectos colectivos.
En 2001, Wilco se plantó con Yankee Hotel Foxtrot, un álbum arriesgado en el que el noise “interrumpía” las melodías de Tweedy. Aunque estén lejos estilísticamente, Garden Ruin funciona de modo similar para Calexico: ya desde la tapa se nota que la banda decidió reinterpretarse. Las canciones no hacen más que confirmar esa “movida arriesgada” de la que habla Burns. “Hay que probar cosas nuevas, diferentes perspectivas. Después de todo, para eso nos metimos en la música, no para seguir ninguna fórmula que nos garantice cierta clase de éxito. Por eso pensamos que nunca habíamos tenido un productor y que estaría bueno hacer el intento, para que nos ayudara a repensar quiénes somos y qué hacemos. Lo mismo pasó con la tapa: nuestros discos se asociaban con los stencils de Victor Gastelum, pero decidimos llamar a James Jean, que es un artista de comics muy conocido. Entonces también dijimos: ‘No pongamos ningún instrumental, que sean todas canciones, que sea un disco más sobre las canciones’. Es por eso que alguna gente nos dice: ‘¿Qué pasó con eso especial que había en Calexico?’ Puedo entenderlo, y lo hablé con mucha gente en la gira, pero para nosotros era una necesidad.”
–No, porque en la banda siempre hubo muchas vertientes. Lo del mariachi, por ejemplo: debemos tener seis canciones con mariachis y otras 80 que no tienen nada que ver con eso. Pero por el nombre y el lugar en el que empezamos con la banda, nos conocen por eso. Todo bien, pero empezaron a llegarnos pedidos, por ejemplo para Los Soprano, y obviamente lo que querían era una de esas canciones con trompeta. Pero para nosotros la variedad siempre ha sido muy importante. En los conciertos, por ejemplo, arrancamos muy moody y vamos construyendo toda una energía para que el final del show sea intenso. Lo que provocamos es la sensación de que la música va hacia algún lugar, que es distinto de cuando una banda hace un concierto todo en el mismo nivel de intensidad, como los Ramones, por ejemplo. La variedad viene de cierta sensibilidad. Empezamos a experimentar más con nuestras guitarras y menos con las trompetas, y fue muy divertido. Durante siete años nos rebelamos al formato normal del rock, de guitarras, bajo y batería, y ahora lo adoptamos. Por otra parte, muchas de las canciones fueron nuestra respuesta al estado mental de Estados Unidos en tiempos de la última elección presidencial.
–(Se ríe) Creo que todo mundo es un jardín en ruinas. Es una pregunta constante que va incluso antes de la Biblia. Es una pregunta metafórica que incluso se aplica a tu propio espacio interno, a tu identidad, porque el modo en el que te tratás a vos mismo es indicativo de cómo vas a tratar a los demás. Y no sólo a las personas sino a los animales, a la naturaleza: siempre hemos tenido esta actitud como de dominación, por eso canciones como Cruel, que podrían haber sido sobre una relación entre dos que se quieren, terminó abriéndose a temas ambientales.
–Es refrescante que para las grandes estrellas no sea todo sobre “yo, yo y yo”, o “soy una nena mala, tengo que ir a prisión y no es justo”. Es bueno parar un poco y mostrar cierta profundidad, tanto en los artistas, en los promotores y en los medios como en el público. Es cierto que a veces las grandes estrellas pop no están tan informadas como un profesional, pero al menos llaman la atención, como Madonna distinguiendo a Al Gore. Me parece fantástico que se reconozca a alguien como Gore, que ganó la elección presidencial, no lo olvidemos. Por unas argucias judiciales no tuvimos al presidente por el que habíamos votado. Gore ha encontrado una nueva causa y, aunque no vaya a resolver todos los problemas ambientales, al menos puede hacer preguntas. No hay nada de malo en hacer preguntas, abrir el diálogo, la diplomacia. Live Earth no es una respuesta, pero al menos genera esperanza que a la gente le preocupe algo más allá de sí misma.
No hay muchos músicos que toquen con una guitarra Airline como la de Joey Burns. De hecho, el único famoso que las usa es Jack White, de los White Stripes. Es que se trata de un instrumento con la caja hecha de plástico (blanco en el caso de Burns, rojo en la de White), que en los años ‘60 vendía la desaparecida cadena de tiendas Montgomery Ward. “Ahora las relanzó una compañía llamada Eastwood, por el éxito de los White Stripes”, explica Burns. “Antes había de tres marcas: National, Supro y Airline. No se encuentran tan fácilmente como las Fender o las Gibson, pero tienen tres micrófonos exquisitos que le dan un sonido hermoso y único. Modifiqué la mía para que permanezca más tiempo afinada. La encontré colgando en una vidriera en Memphis y supe que tenía que tenerla. Además no son tan caras. Después un amigo me consiguió otra en Nashville, así que ahora tengo una en casa y otra en Europa, porque ahora las líneas aéreas no te dejan llevar demasiado con vos en los vuelos. No sé cómo haré cuando vaya para allá, pero algo se me va a ocurrir. La Airline viaja conmigo sí o sí.”
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