NOTA DE TAPA
Difícil tarea tienen estos cantautores que han elegido el camino de la soledad en la interpretación musical, sobre todo teniendo en cuenta su poca afición a la egolatría. El NO los visitó, los entrevistó, y casi que pidieron disculpas por poder hablar. ¿O es una postura?
› Por Julia González
El aura que baña a Juanito el Cantor es azul. Siguiendo su lógica: el azul representa a los niños y el amarillo a los adultos, o al menos así entiende este cantautor los estadios de Jean Piaget y su psicología evolutiva. El concepto infantil está presente desde el vamos en su disco, 12 canciones de amor y una botella de vino, en el arte, las letras, algún coro femenino (¿de nena?), el video interactivo, que también tiene dibujos de trazos infantiles donde las canciones están representadas, al igual que en la tapa. Pero eso no es todo. El interior del disco tiene figuritas para pegar y dibujos para colorear, una tentación violenta para quienes tengan el niño interior a flor de piel. “Las canciones fueron entrando en una línea y esa selección hizo que el concepto se mostrara solo. Y fue justamente esa contradicción, que el disco sea colorido, naïf, tenga una vuelta a la infancia y al lenguaje de los niños, pero que esté lidiando todo el tiempo con temáticas más oscuras como la soledad, el miedo, el desamor, el egoísmo o la pérdida, esas cosas que son propias de la adultez”, dice el cantautor, como si estos atributos le fueran ajenos.
El disco empieza con un nene que canta “el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos”, como en una grabación casera, y de fondo un bebé habla en su idioma incomprensible, con garabatos. Luego de 13 temas que trajinan colores, gorriones, juegos y pitos que salen por la ventana para hacer pis amarillo como el sol, llega desde lejos una voz adulta, es una mujer que se acerca al micrófono y, algo enojada, censura totalmente al niño: “Vamos a cortar acá la grabación. Adiós”. Fin de 12 canciones de amor y una botella de vino.
Ahora Juanito no está estudiando, pero se formó desde chico en guitarra clásica y eso se refleja en las composiciones. “Me siento cómodo con el instrumento. Me gusta trabajar las canciones con propuestas de guitarra un poco fuera del tratamiento común de una canción, así que empecé a meter elementos que vienen con la guitarra clásica.” Cuenta que desde que descubrió a Queen y a Guns’n’Roses a los 12 años lo único que quería era convertirse en una mezcla de Slash y Brian May. Además de Atahualpa Yupanqui y Bob Marley, Radiohead, Chemical Brothers, hasta Joseph Maurice Ravel, Juanito tiene otras influencias que no vienen de la música, como el cine, y destaca a los directores locales Lucrecia Martel y Lisandro Alonso, ambos independientes, y a Akira Kurosawa y Hayao Miyazaki del lado de los orientales. Las pinturas surrealistas de Magritte y la poesía de Charles Baudelaire y Charles Bukowski también entran en la gama de influencias.
—¿Por qué solista?
Juanito: —Yo tocaba en un grupo, Antü; después también toqué en grupos de folklore y de tango. Pero estas canciones nacieron en un espacio de intimidad, sin una proyección de armar un grupo ni de sacarlas a la luz. Quizá después me encariñé con el concepto al que había llegado y era para mí natural hacer las cosas desde este lugar, estos arreglos de guitarra. Además coincidió con un momento en que tocar con una banda era muy difícil por lo de Cromañón. Ser solista era mucho más fácil, más dinámico.
Todo lo que tiene Juanito son sus canciones desnudas y acústicas, las abraza y las guarda en una especie de cofre que cuida como si fuera oro. Son ideas que surgieron de una catarsis, que fueron escritas rápidamente y entraron en el disco luego de una selección de 40 temas: “Incluso dudábamos si elegir las dos que hablaban del pis, pero las canciones estaban buenas. Además queríamos insistir desde la provocación, porque en un punto choca, hace un poco de ruido, incomoda mucho más a un adulto que a un nene”.
* Ciclo Tímico: Juanito el Cantor x 4: todos los jueves de septiembre a las 21 en Ostinatto Hotel (Chile 680, San Telmo): 06/09 Juanito + Mel Mann + Checho Fla / 13/09 Juanito + Juan Ravioli / 20/09 Juanito + Aldo Benítez / 27/09 Juanito + Diosque. La entrada es gratuita anotándose por e-mail a [email protected]
Alvy Singer es el personaje que Woody Allen interpreta en su película Annie Hall, que trata (a grandes rasgos) de un crítico neoyorquino, aspirante a cantante e inseguro por naturaleza. Jano Seitun, fascinado por la historia de la película y el mundo Allen, se apropió del nombre de fantasía y lo transformó en su alter ego. “Voy descubriendo de a poco quién es Alvy Singer. Al principio me interesó mucho el nombre y el lugar desde el que Woody Allen aborda temas de parejas, la neurosis y todo eso. Pero también me cerró por un montón de lados, porque yo venía de otra cosa, el mundo del conservatorio y la orquesta, y nunca había encarado un proyecto desde el lugar del canto”, dice Alvy. Entonces buscó exacerbar el juego con el apellido “Cantante”, ya que era la primera vez que cantaba y lo exorcizó, lo puso en evidencia y dispuso: Singer es el apellido. “También me interesó todo el juego estético que tiene que ver con la música que usa en sus películas”, cuenta Jano.
Alvy Singer Big Band Volumen Uno es su primer disco, que guarda un hilo conductor entre los temas que se apoyan en el amor y en cierto matiz del jazz de los años ‘20. Las canciones van contando la historia de una separación, Jano dice que nunca es muy literal, y que muestra un momento de transición: “No es bajonero tampoco. Creo que la canción de amor es un territorio que voy a seguir indagando; de hecho, en el disco nuevo lo estoy súper explorando. Y en todo el abanico que puede abarcar, como la canción de amor para adelante y para atrás. Todas las facetas que pueda investigar, la traición, el rencor, el encuentro, el primer beso”, dice Jano. Sus temas tienen elementos acústicos y a su vez arreglos de orquesta que no son convencionales para el rock. También se percibe el juego estilístico y un olor a otra época. “Tampoco quiero definirme como que hago jazz del ‘20 porque no toco jazz. Son canciones de tres o cuatro acordes que elijo de vestirlas con una orquesta, pero si las toco con la guitarra solo es otra cosa.”
Desde chico fue el raro que estudiaba música, “el snob”, define Jano, que llegó tarde al rock porque estaba trabajando de contrabajista o cellista en orquestas de tango o de jazz, ocupado en las composiciones o armonías. “Yo creo que de alguna manera hago rock. No sé, pero me parece que las explosiones del rock ya no funcionan”, agita Jano y argumenta que ya no genera lo que pretende, que es molestar. “Coiffeur con una guitarra criolla es mucho más rockero que un montón. Yo no sé qué es el rock, pero estoy seguro de que no es el pedal de distorsión.” En su currículum también figura el trabajo de hacer playbacks en programas de televisión y cuenta con una vasta lista de cantantes para quienes tocó, como Arjona, que le hizo girar el contrabajo en lo de Susana, entre otros latinos famosos.
Jano hace honor a una distinción que cuida en cada detalle, y se descubre detrás de sus canciones y en la forma de presentarlas, como el traje que usa cuando canta, o el arte de su disco. Tanto es así que el CD que planea sacar a fin de año se llamará La elegancia. “Trato de que esa ‘elegancia’, entre comillas, esté, aunque intento esquivarle a la elegancia de época. Lo mío no es un juego revisionista que intenta hacer la mejor foto que pueda de algo que sucedió, ni reivindico que la mejor época en la música fue la del ‘20. Siempre estoy tirando para adelante. El disco nuevo tiene un aire más sesentoso. Espero que esté a la altura de su nombre.”
* Alvy Singer Big Banda toca el 11/09 en el Teatro IFT (Boulogne Sur Mer 547) en el marco del Festival de Cantautores, junto con Pablo Dacal y la Orquesta de Salón. Entrada: $ 20. A las 21.
“El momento de tocar para mí es como el cielo, me pongo en un lugar de meditación. Me dan ganas de estar tranquila y de no estar en el medio, ser realmente un canal por donde pase la música y lo que yo esté vibrando en ese momento, no estar. Uno no es importante, me parece que nadie es más importante que la canción, ni la melodía, ni nada”, dice Loli Molina con los ojos cerrados, los vuelve a abrir y enfatiza: “¡Eso es lo que quiero transmitir; la canción, la melodía, la música!”. Loli tiene 20 años, es la chica que descubrió Juana Molina, a través de Alejandro Franov, para presentar en el festival del Nuevo Folk Argentino.
Con sólo dos canciones que había subido a su MySpace, Loli (que no es pariente de Juana) encantó a la mujer de las hermanas. De esta forma llega como un ventarrón, divertida y fresca, con la energía y los juegos de una nena que está creciendo. Se ríe mucho, pero se pone seria cuando expone su respeto hacia la música. Y lo demuestra con una seguridad que de a ratos la convierte en mujer. “Me pegó mucho ver a Gismonti porque el tipo se sienta en el piano, pone las manos, cierra los ojos y desaparece. No está, es genial. Tal vez por eso yo trato de correrme”, dice.
Loli está grabando un demo en los estudios ION con Nico Cota y juntos están buscando un sello que lo edite. La historia del encuentro con Nico también es una de esas casualidades necesarias. Porque un día, en un recital, él la vio y la señaló, le dijo “vos sos Loli”, y recordaba que la había visto cantar cuando ella tenía 15 años. El hechizo de su voz de sirena había perdurado para que, cinco años más tarde, Nico la recordara y la invitara a producirle el disco. Como era de suponer, Loli tiene un comienzo algo precoz en la música. A los 5 años le regalaron su primer pianito de juguete y más tarde comenzó con las clases. Pero al tiempo abandonó y les pidió a sus padres una guitarra. Estudió jazz, composición (que está dejando, aclara que no le gusta y que está en crisis por este motivo) y guitarra clásica. “Fue algo re loco porque yo venía de estudiar guitarra clásica, de dar conciertos. Cantaba para mí y estaba en conflicto porque todos me decían: ‘Loli, ¿por qué no cantás?’. Y yo les decía: ‘Pero, ¿qué voy a cantar? No tengo nada para decir’. Me comprometo mucho con eso. Y justo mi vida cambió, me separé y salieron esas canciones. Un día dije: ‘Uy, una canción, una letra’. Y despegué por ahí.”
Es cierto que hay mujeres en el mundo de los solistas, pero son las menos. Loli usa esta exclusividad a su favor y dice que sólo le da ventajas, ya que los chicos siempre la tratan bien. “Además me parece que, más allá de ser hombre o mujer, ocupás el lugar que vos querés ocupar, no el que te dan los otros.” Y nuevamente aflora su seguridad de mujer cuando explica que no llega con su guitarrita toda tímida y chiquita sino que se planta: “Vengo a tocar”, y hace el gesto de dar la mano seriamente. “Está re bueno, aparte me relaciono con gente más grande que yo y tengo muchos tíos, que son mis tíos de la música”, asiente sonriendo como una niña.
—¿Cuáles son tus influencias musicales?
—Qué difícil... Yo soy una esponja, como que el mundo me llega así y no me doy cuenta de que algo me queda sonando, hasta que al año me acuerdo y digo: “Esto me re pegó”. Todo lo que alguna vez escuché o vi que me resultó lindo, o que me movió, está metido en mi música. Tuve una época en que me gustaba mucho Pearl Jam y vos escuchás mi música y ni en pedo... pero la forma de cantar de Eddie Vedder o la forma que tiene de acercarse a una canción, me súper emociona. Yo decía: “Así se cantan las canciones”. Y creo que algo de eso debo tener. Gismonti también o Quique Sinesi, cómo toca la guitarra, el lugar donde se pone, su música. Michael Jackson, John Mayer, las cosas más distintas, el repertorio de la guitarra. Todo.
* Loli Molina se presentará el domingo 16/09 en No Avestruz (Humboldt 1857). Entrada $ 12. A las 21.
“Sí, claro, Ravioli es mi apellido. Es muy sugerente, muy gastronómico...”, se ríe Juan Ravioli, quien, a pesar de ser solista, vive rodeado de músicos y hablando maravillas de ellos, que por supuesto son sus amigos. Actualmente toca con Flopa, Lucas Martí, Ulises Conti, Pablo Krantz; y tocó con Ariel Minimal y con Flopa-Manza-Minimal. A Juan se lo ve relajado desde su esbelto metro noventa y cinco, habla rápido, de forma amigable, y continuamente sonríe. Se nota su energía y asiente cuando se le pregunta si las cosas buenas que le pasan no se corresponden con su manera de hacer las cosas. “No me considero un gran músico. Considero que toco con grandes músicos, pero hay códigos de solidaridad. Estoy contento con cómo pasan las cosas”, reconoce.
Juan Ravioli tuvo una banda, París 1980, con la que compuso algunos de los temas de su primer disco: Album para la juventud, Vol. I (París 1980), pero encara su proyecto solista de una forma particular, que tiene que ver más con un trabajo de logística que con una cuestión artística. En esta empresa, él es director: “Creo en el trabajo colectivo. También hay una realidad y es que alguien tiene que hacerse cargo de tomar una dirección y desde que lo asumí, todo sale mejor. Antes era un quilombo”. Su disco fue gestado durante cuatro años en los que viajó a Ushuaia, tocó con otra gente, volvió, conoció más gente y se decidió a dar por finalizada su obra, en la que participan, además de los músicos de París 1980, sus amigos. Juan nombra a Mauro Taranto como una pieza fundamental en su disco, ya que en parte fue el responsable del sonido prolijo y claro. ¿Y cómo suena Album para la juventud. Vol. I? Con muchos matices y profundidades que le da la presencia de sintetizadores y efectos, los arreglos en la voz, que es dulce por demás, percusión, clarinete, teclado Rhodes y farfisa. Pero si no hubiera canciones que se sostuvieran solas, todos estos instrumentos y la producción del disco, sumada la mezcla y el mastering, el sonido final no tendría mucho sentido.
“Sé que tengo un foco muy claro en la canción —dice Juan—. Me gusta lograr que las letras no sean burdas y al mismo tiempo me gusta manejar diferentes dinámicas. Trato de ir hacia la profundidad tanto en la letra como en la música. Con la música creo jactarme que me sale mejor que con la letra.” Dice que no le gusta caer en lo cursi, pero sus canciones son todas de amor, y a veces le son inevitables las obviedades para terminar hablando de lo mismo. Su segundo disco está en camino y próximamente le pondrá un nombre a su orquesta, que ya es un grupo estable de siete músicos. “Como la de Salón de Pablo Dacal o la de Pablo Grinjot”, compara.
Juan entró al mundo de la música como un juego, ya que tenía una profesora particular, Pepa Vivanco, que los hacía tocar desde la intuición y la aventura de explorar ritmos. “La mina era re hippie, había un montón de almohadones y ella llegaba y nos hacía tocar todos los días cosas distintas, arriba de discos”, recuerda. A los 15 ingresó al conservatorio y duró lo que un suspiro. Luego estudió guitarra con un profesor de jazz y tampoco le dio mucha importancia, hasta que se encerró a tocar en su casa solo, arriba de los discos, recordando las clases de su maestra particular. “No soy analista musical, pero dicen que hay ciertas cosas que te pasan en la infancia que te marcan para toda la vida”, finaliza Juan.
* Juan Ravioli toca el 13/09 con Juanito el Cantor en Ostinatto Hotel (Chile 680, San Telmo). A las 21.
Todo cierra en el indietronic de Mel Mann, porque el concepto que este solista plantea es correrse de los patrones ordinarios en los que se suele entender la música. ¿Cuál es la lógica para lograrlo? Bucea directamente hacia lo más hondo, donde está todo oscuro, lo saca a la superficie y lo muestra mediante sonidos, ayudado por influencias del cine, la literatura y el arte visual. Así es como este chico de llamativas gafas, en apariencia normal (“Me gustan las cosas que salen de lo convencional, la normalidad me aburre un poco”, dice), muestra otra realidad desde el trabajo que hace con su computadora. “Por lo general agarro un director de cine que me gusta o un fotógrafo que me interese, y proyecto imágenes de eso en mis shows. Y también mi música da mucho para eso, porque es toda instrumental, aunque también sampleo voces y películas o textos leídos.” En una de las últimas presentaciones, Mel Mann proyectó junto con el artista visual Matías Covelo unos cortos de Kenneth Anger, director de cine surrealista de finales de los ‘50, portador una estética algo bizarra y erótica que inevitablemente provoca un choque en el espectador. El próximo director elegido para acompañar su música es Derek Jarman, un militante gay, a propósito de Casa Brandon, el lugar donde se presentará.
“La verdad es que me relacioné poco con otros músicos para tocar. Integré algunas bandas, pero tuve pocas experiencias tocando con gente. Me gusta hacerlo solo. Además yo compongo con la computadora, hago canciones que tienen elementos de una banda, como una batería, una guitarra, instrumentos, todos sampleados y sacados de programas, entonces puedo hacerlo todo yo solo”, excusa Mel Mann el porqué de su soledad. Así nació Kyoko, su primer disco, y no será lo último que esté relacionado con lo oriental. “Cuando vi el corto The Box de Takashi Miike, me sacudió mucho, tiene cosas medio surrealistas, mucho dramatismo, esa cosa japonesa muy dramática. Y Kyoko es la protagonista del corto que mata a su hermana contorsionista. Muy loca la historia, y además tiene una estética muy buena, por eso me impactó tanto.” El arte oriental lo seduce desde los extremos y es eso lo que rescata para reforzar su música, que puede transmitir una paz de Buda o simplemente violencia. La intención de la obra de Mel Mann se va desentrañando en los títulos de los temas, como Glory Hole (una práctica sexual poco común, podría decirse) o La Vogue (“un ente de la noche de acá”, según el músico), o Amor sin orificios, teniendo en cuenta que son las únicas palabras presentes en el disco, además de algunas voces sampleadas de Lou Reed. Los sonidos hacen el resto.
—¿La música puede hablar?
—Lo que a mí me gusta de los directores que elijo es que son personas que buscan trascender la imaginación común en la gente, ir más allá de algo corriente. Entonces lo que intento hacer, por ejemplo con Glory Hole, es decir que eso existe, que está en el mundo y mostrarlo. Como romper un poco con los lugares convencionales a donde van las personas o la cabeza de uno. La música también tiene un poco de eso; sonidos abstractos, que creo que te produce alguna cosa. Me cuesta explicarlo.
Mel Mann ahora está ocupado en la producción de su segundo disco que, dice, tiene un sonido más conceptual, con mucha melodía, aunque seguirá la misma línea que el primero: los sonidos abstractos, el indie aplicado a la electrónica, provocando desde los sintetizadores. “No me gusta el cine pochoclero, no sé si es defecto o una virtud, es sólo una característica”, termina Mel Mann, dejando en claro donde está parado.
* Mel Mann se presentará el 6/09 en Ostinatto Hotel (Chile 680, San Telmo) con Juanito el Cantor y Checho Fla. A las 21.
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