Jueves, 20 de septiembre de 2007 | Hoy
ARCTIC MONKEYS TOCA EN BUENOS AIRES
Vendieron 360 mil copias de su primer disco en la primera semana. Ganaron el Mercury Prize, giraron por el mundo, sacaron otro disco y –aunque su música explotó en el ciberespacio– ellos mantienen los pies en la tierra. “Con Internet, simplemente, todo pasa más rápido”, dice el bajista Nick O’Malley.
Por Roque Casciero
Estas páginas ya contaron la historia de los Arctic Monkeys, cuatro pibes de Sheffield que se convirtieron en sensación de la noche a la mañana vía MySpace, pero que revalidaron sus méritos con dos discos estupendos: Whatever People Say I am, that’s what I’m not (2006) y Favourite Worst Nightmare (2007). En ellos, la mirada certera de Alex Turner pinta tanto la vida urbana en la Inglaterra de hoy como el complejo mundo interior de un tipo que deja atrás la adolescencia: no hay más que ver la cara repleta de granitos del cantante y guitarrista para darse cuenta de que apenas tiene 21 años. La combinación de esas letras agudas con una música vibrante que abreva tanto en los Kinks y los Smiths como en los Strokes ha dado como resultado el fenómeno más grande de la música británica de los últimos tiempos. Lo bueno es que en poco tiempo podremos verlo y escucharlo en vivo, porque los Arctic Monkeys tocarán en el Luna Park el 24 de octubre. “Me contaron que la Argentina es un lugar bello y que hay chicas muy lindas”, es toda la referencia que tiene Nick O’Malley, bajista del cuarteto, según le dice al NO a través del teléfono.
Cero demagogia, igual que arriba del escenario: en la web circulan varios DVDs piratas con conciertos de los Arctic Monkeys y se los ve algo parcos (aunque lejanos a la indiferencia cool de varios congéneres), más concentrados en la música que en tratar de levantar al público a toda costa. No lo necesitan, porque los riffs de sus canciones y los ritmos trepidantes son material suficientemente explosivo.
Ahora bien, ¿se puede tener el álbum debut más rápidamente vendido en la historia de Inglaterra (363.735 copias en su primera semana), ganar el prestigioso Mercury Prize, girar por el mundo, y encima mantener los pies sobre la tierra? Turner, O’Malley, el guitarrista Jamie Cook y el increíble baterista Matt Helders parecen dispuestos a conseguirlo. Para ellos, no hay nada de malo en la fama, siempre que se pueda preservar la privacidad. “En Gran Bretaña, los medios se entrometen demasiado en tu vida personal, entonces tratamos de mantenernos tan fuera de eso como nos sea posible”, explica el bajista. “Acá quieren saber todos los detalles, qué chicas te gustan, con quién estuviste, todo lo que dijiste y pensaste. Llaman a tus abuelos para tratar de averiguar cosas sobre uno o se hacen pasar por quienes no son para saber algo malo, así tienen algo para escribir en sus artículos. A nosotros todavía no nos pasó, pero fue porque siempre estuvimos alertas. Hace poco apareció una chica que decía ser la prima de Dizzee Rascal y que, en realidad, trabajaba para un tabloide.”
–¿Su privacidad llama la atención porque en estos días todos le hacen el juego al show business?
–Es probable. No es algo que hayamos hablado, simplemente sucede por el modo en que somos como banda. Para nosotros, lo más importante es que hacer que nuestra música se escuche por la música en sí misma y no porque les contemos a los medios qué pasa en nuestras vidas. Pero incluso así pueden inmiscuirse... Los Gallagher, por ejemplo, tienen un montón de exposición y no pueden hacer nada al respecto. No pueden escaparse de que cada cosita que hacen sea informada por la prensa. Por suerte nosotros no tenemos esa clase de exposición. Podemos arreglárnoslas para estar un poco más al margen. Supongo que si sabés cómo evitarlo, podés salir con normalidad a los pubs sin estar en el escrutinio público. Tenés que mantener el círculo de amigos con el que creciste e ir a los mismos lugares a los que ibas cuando estabas en casa, en lugar de mudarte a Londres y estar todo el tiempo bajo la mirada pública.
–¿Se puede ser la misma persona después de dos discos tan exitosos?
–Lo que nosotros hacemos es no aparecer tanto por televisión, entonces no nos reconoce todo el mundo, sólo los fans de la música. De ese modo podemos seguir teniendo vidas normales, podemos salir en Sheffield sin ser acosados y hacer las mismas cosas que siempre hicimos. Por eso, siempre decimos que tenemos el mejor trabajo del mundo: podemos compartir nuestra música, viajar por el mundo y conocer a mucha gente, pero también seguir viviendo vidas normales.
O’Malley no es un Mono Artico de la primera hora, aunque conoce al resto de la banda desde la infancia. El estaba en otra banda, The Dodgems, mientras Turner luchaba contra la timidez y se decidía a mostrar sus canciones. “Con Alex siempre hablábamos de tener una banda algún día”, recuerda el bajista. “Pero ninguno de nosotros esperaba ser famoso, simplemente lo tomábamos como un hobby y pensábamos en tocar en Sheffield, no en que se vendieran nuestros discos en todo el mundo.” Para O’Malley, fue “muy, muy extraño” ver cómo sus amigos se convertían en la nueva sensación británica: “Imaginate ver a tus amigos en las revistas y que todo el mundo hable de ellos... Fue como una experiencia surrealista, porque yo no conocía a nadie famoso y de repente mis amigos eran los famosos. Todo el mundo hablaba de esos chicos con los que crecí, a los que conozco desde siempre. Muy extraño”.
–¿Cómo te ofrecieron reemplazar a Andy (Nicholson, el bajista original) para una gira norteamericana?
–Estaba en un colectivo, en Sheffield, yendo a casa de un amigo, y sonó mi celular y era Alex. Supuse que llamaba para saludarme porque hacía mucho que no nos veíamos, pero me dijo: “¿Querés venir con nosotros a Estados Unidos y tocar durante un mes? Porque Andy no quiere venir”. Y le contesté: “Lamento decirte que no, porque tengo el brazo quebrado”. Me había caído contra una pared y se me había fracturado la muñeca, así que dije que no podía. Pero tenía una cosa de metal en la muñeca para mantenerla estable, así que intenté tocar el bajo y pude hacerlo, entonces contesté que iba. Después de eso grabamos un par de canciones y nos fuimos a Estados Unidos. Ahí pensé: “Esto es maravilloso”. Pensar que antes de eso trabajaba en un supermercado...
–Y que ese accidente podría haberte costado “el mejor trabajo del mundo”.
–Totalmente. Además es con mis amigos, así que no podría estar más contento.
–¿Y cómo fue cuando te dijeron que querían que fueras parte de la banda?
–Medio que lo habían mencionado después de la gira por Estados Unidos, porque lo pasamos muy bien tocando juntos, y después me lo confirmaron. ¿Cómo podía decir que no? De lo que me aseguré fue de charlar con Andy, porque me resultaba muy importante que todos siguiéramos siendo amigos y que no hubiera rencores. Y él fue muy honesto conmigo, me dijo que no tenía nada en mi contra, que todo era para mejor.
–¿Cuál creés que ha sido tu aporte a la banda?
–No lo sé, pero supongo que nada esencial. Después de un año y pico juntos, supongo que toco mejor, pero eso nos pasa a los cuatro. Y entonces podemos intentar hacer canciones más complejas, más difíciles que las que podíamos hacer hace un año. Pero es algo colectivo, no es sólo cosa mía.
–¿Cómo era la dinámica la primera vez que estuviste con ellos en el estudio?
–Antes de que tocáramos juntos grabamos Live before the Lights Come on y todo pareció funcionar muy bien. La canción ya estaba escrita, así que lo único que tuve que hacer fue tocarla. Nos llevamos bien en el estudio, todos escuchábamos las ideas de los demás. No hay cuestiones de ego, peleas ni enojos. Supongo que todos sabemos cuándo una idea es buena y cuándo es mala, entonces ninguno va a pelear por la suya si sabe que no es muy buena.
–Siempre se habla de la presión del segundo disco. ¿Ustedes la sintieron?
–Sí, pero sólo la que nos pusimos nosotros mismos, porque no queríamos hacer un disco para complacer a la gente sino sólo a nosotros mismos. No queríamos hacerlo pensando “si hacemos este tipo de canción van a pasarla en la radio” o “si hacemos una canción así va a gustarle a la gente porque ya le gustó esta otra”. Simplemente queríamos hacer canciones que nos gustaran mucho a nosotros y si a la gente no le gustaban, mala suerte.
–Después de lo que pasó con Arctic Monkeys y con Lily Allen, que también explotó primero en Internet, ¿creés que la posibilidad de difundir tu música de esa forma torna las cosas más democráticas?
–Definitivamente. Para cualquier banda del mundo es más fácil difundirse a través de Internet. Igual, lo importante es recordar que una buena canción sigue siéndolo, lo mismo que una mala canción. Lo único que se puede hacer a través de Internet es que esté más disponible, entonces si sos una buena banda todo puede suceder más rápido. Pero si tenés canciones malas, se aplica la misma regla: en todo el mundo van a saber más rápido que sos horrible. No creo que Internet haga las cosas más fáciles, pero sí más rápidas. Todavía existen bandas muy buenas que no tienen demasiado éxito y algunas porquerías que suenan en todas partes.
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