Jue 06.12.2007
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ENTREVISTA HISTORICA CON EL INDIO SOLARI

“Prefiero el paraíso por el clima y el infierno por los amigos”


por Mariano Blejman

–Este disco tiene algunas recurrencias; la más notoria, es el tema de los sueños. En Pedía siempre temas en la radio hablás de “sueño con presagios”. En Tatuaje decís “yo soy mis sueños”, en Porco Rex la letra dice: “En manos de pavotes todo el sueño quedó”.

–Yo trato de no desviar la inocencia de la gente, no te voy a hablar de las letras. En lo posible creo, contra lo que mucha gente cree, que el asunto está en lo que uno escucha. Porque le achicás el campo posible de juego. Si uno empieza a describir las letras, la gente empieza a leerlas desde ese punto de vista, y a mí es lo que menos me interesa. Para mí la lírica es ésa, contra los que dicen “la letra tiene que ser llana”... Llanas, una pavada. Tiene que ser lo más estimulante posible. Es una incógnita, una poesía se confirma cuando a través del tiempo se permiten lecturas diferentes en diversos momentos. Como cualquier libro.

–Es una idea borgeana la de “me sueño a mí mismo”.

–Me sueño durmiendo, durmiendo y soñando, es medio borgeano también. En general me acuerdo muy poco de los sueños, por eso trato de soñar de día. En realidad son ensueños, están más cercanos a ideales. Tengo entendido que uno recuerda los sueños si despierta en el momento en que los está soñando. Pero duermo como un lirón, y realmente me despierto a la mañana y en contadas ocasiones recuerdo algo de mis sueños. Es como que vivieran los sueños y no hace falta trasladarlos a ninguna vigilia.

–¿Y eso te da bronca?

–No, estoy acostumbrado. Tampoco me nutro de los ensueños, eso que relato me indica que está pasando algo, pero en realidad no soy un artista que se nutre de los sueños para llevarlos a la vigilia y transformarlos en lírica.

–La idea de que hay algo más está en la mayoría de tus letras. Borges también jugaba con la idea de ser la obra de otro. ¿El ha sido una inspiración?

–En general siempre ha sido así. Este álbum pareciera leerse más personal, no tan dirigido, con esas pretensiones que uno tiene de describir ideales que abarcan a demás personas que la propia intimidad. En este caso se las puede leer casi en primera persona y como un resumen, tiene que ver un poco con el amor, con el deseo, con la muerte, con los sueños. El amor está siendo muy desacralizado y hasta ridiculizado, y creo que lo que sucede es que la gente tiene pocas experiencias de amor, porque las experiencias del amor no se repiten mucho. Es tan poco natural el amor que no se repite mucho en la vida. Cuando uno “padece” (dice con comillas y hace el gesto) de amor no vuelve a ser virgen. Es difícil enamorarse de esa manera más de una vez en la vida. Pareciera que el espíritu no puede hacer ese gran esfuerzo muchas veces. Acá hay una serie de canciones que tienen que ver con las maneras en que el amor se define entre las personas. Hay incluso un par de temas que parecen canciones de amor para dealers, porque hablan de un aeropuerto: “Tenés los numeritos en tu cuello”...

–La otra recurrencia está en lo cínico.

–En realidad hay una canción, Mientras tanto el sol se muere, que es una canción de amor genuina. Está dedicada a mi compañera. Le estaba debiendo una canción por más que estaba en varias, hasta que encontré una que valía la pena. Esta es una canción de amor que vale la pena porque de alguna manera dibuja a alguien que va a hacer un intento, sobre todo a alguien como yo, que no tengo una religión efectiva, que si me das a elegir, como dice Mark Twain, “prefiero el paraíso por el clima y el infierno por los amigos”. En definitiva es la canción de amor del álbum. Las otras son de relaciones, el deseo tiene que ver donde la traición tiene que ver. En cambio, la canción de amor más genuina que hay es ésa.

–Hay una recurrencia en tus últimos dos trabajos que es el uso de las marcas: Nike es la cultura, La piba del Blockbuster; ahora tenés un tema que se llama Martinis y Tafiroles...

–... lo que pasa es que tomo Tafirol y Martini, y a veces exagero con martinis y tafiroles, como dice la letra.

–Pero, ¿hay un uso simbólico de las marcas?

–Vivimos rodeados, es un mundo de marcas. A tal punto que hoy para un productor independiente se está haciendo prácticamente imposible la producción de eventos, porque hay un nivel sobre todo masivo que está marcado por los sponsors. Hoy en día ningún show se paga con entradas. Se paga con sponsor, con televisación. Las marcas forman parte de la vida cotidiana. Por ejemplo, los tafiroles, en mi caso.

–Adquieren otra significación.

–En el caso de lo que mencionaste del disco anterior, sí, porque el No logo se transformó en un logo. Es una marca registrada de la señora Naomi (Klein).

–Hoy significan un maratón, significan un festival.

–Sí. Las corporaciones y todos estos pooles de dinero que abarcan revistas, radios, todo eso, están detrás de lo que pueda rendir algún dividendo. Hoy en día la cultura del entretenimiento da mucho dinero; y bueno, a partir de ahí, los capitales y las marcas van detrás.

–¿Y cómo te llevás con eso?

–Yo me llevo para la mierda, porque por un lado me aumentan todos los servicios; al alquilarlos, me combaten, hay cosas que no me las alquilan. Me cuesta más que a nadie porque no puedo comprar paquetes como las productoras grandes. Para un productor independiente, en los dos extremos hoy en día están mal. Cuando recién asomás la cabeza, después de Cromañón no han quedado prácticamente lugares para tocar, y tenés que tocar en esos maratones, primero en una serie de 25 grupos, y la gente escucha apenas los últimos tres. Y por otro lado, cuando te va bien, como en el caso mío, que llenás estadios, el problema es cómo solventás eso porque todavía estoy pagando cosas de lo que hice en La Plata. Ahora, cuando contratás para tener el nivel de la gran guita que circula en estadios, de los sponsors, ringtones y la televisación, todo lo que yo no tengo... me cuesta competir con espectáculos de ese nivel. Acá hay que reemplazarlo con talento porque sabés que probablemente no puedas contratar lo mejor. Y es más: por ejemplo, River me está vedado. Porque está medio capturado por una productora importante y ahí se puede usar un piso que lo tiene la productora importante. Es como es: las reglas de juego están dadas así. En realidad no me preocupa porque a través del tiempo siempre he inventado estadios. El de La Plata no se usaba hasta que lo usé yo.

–¿Es una decisión política o ideológica?

–Trato de no transmitir estas miradas a cuestiones ideologizantes. A veces son caprichos, y otras veces son más significativos para uno. En definitiva, no tengo más argumentos. Porque el argumento base, hoy en día, con un personaje como el mío no funcionaría porque está probado que vendo discos, se llenan los estadios. No hace falta que te modifiquen como cuando sos una banda novel, y te dicen “lo conveniente es esto, andate a cenar si están los paparazzi afuera”, y hasta deciden cuántas horas y cuál es el ingeniero y el productor de turno. Hoy lo que me ofrecen es más dinero del que yo puedo ganar. A veces uno tiene caprichos que duran lo que duran. A mí me siguen durando.

–Mal que te pese, los caprichos se han convertido en una militancia.

–Los panfletos no los mandé yo. Tienen todo su derecho, pero yo no creo que esto esté sucediendo ahora. Creo que se ha terminado la inercia contracultural que en la Argentina duró muchos años. Ahora escuchan cualquier cosa. Escuchan una cumbia, después Los Redondos, después Juanes. No hay esa carga contracultural, a tal punto de que todo lo que es hypeado de una manera demoledora es exitoso de una manera demoledora: Harry Potter, High School Musical o Gran Hermano. Los chicos quieren fama, fortuna, y creen que la manera de conseguirlo es con las promesas de las corporaciones del espectáculo. Durante muchos años, las bandas independientes fuimos favorecidas por la gente que desconfiaba de los productos que la industria del espectáculo ofrecía. Siempre hay gente joven tratando de abrirse paso, pero están cerca de un agujero negro. Cuando uno está orbitando cerca de tanto dinero, estar tan cerca seguramente modifica en algo las razones artísticas que tenés para generar cualquier cosa. Estos parates que tengo no son por cuestiones artísticas. A mí se me van acumulando cosas que me gustaría publicar de todo tipo. El asunto es que cada vez que llega el momento de ponerme de productor de mí mismo, es un dolor de cabeza, porque hacen todo lo posible para que lo tuyo no funcione.

–O para que te unas a ellos.

–Claro, y la tentación a veces es mucha. Porque hablan de cifras que yo como productor no puedo ganar. Están atrás otros capitales que refuerzan la producción con millones de dólares. Más que nada, la gente tiene que estar medio a favor de que eso sea exitoso. El rock como cultura ha perdido el dominio y los chicos han dejado de ser militantes del rock. Lo digo porque ahora te ponés a ver los programas donde se saben las letras de cualquier cosa. Antes, el sector que escuchaba rocanrol no se sabía las letras de Arjona; son músicas que tendrán su valía, pero no pasaba. Ahora les pasan música de fondo y se saben la letra de todos. Independientemente que hay una legión de chicos que sigue con el rock.

–Por otra parte, hay una masa que se queda fuera de los festivales.

–Eso tiene que ver con el derrame de la economía en la sociedad. Los eventos cuestan lo que cuestan: alquilás sonidos, luces, estadios, eso tiene valores de gente que no piensa en estos detalles. Lo que pasa es que el mundo de Orwell y Huxley se parecen: el de Orwell, de hombres miserables; y el de Huxley, una elite que consume a diestra y siniestra lo que se le cantan las pelotas. Como está presentado, no tenés posibilidad. No sé cuánto sale ahora armar un show, pero supongo que las entradas que cobran los chicos es lo mejor que pueden hacer. De movida, hay valores de los que no te podés mover, lo mismo que la venta de CDs. Ahora: así como nada se paga con las entradas, con la piratería tampoco, es algo más que una promoción de tu trabajo. Porque dinero no ganás, aun siendo tu productor.

–¿De ahí la preocupación por el arte?

–A mí me gusta dar un punch más homogéneo. Cuando uno tiene la posibilidad de hacer la lírica, la música, ilustrarla... tiene más fuerza, porque hay una unidad. Yo aprovecho y me genero este formato extraño, para que mis ilustraciones se luzcan más. Supongo que el fetichismo ayuda, el hecho de que la gente quiera tener moléculas y no bits. Eso tiene que ver con las bandas de culto: por más que sean masivas, la gente quiere tener el objeto y eso ayuda, pero de cualquier manera hoy se piratea a trocha y mocha. Eso está siendo vehiculizado de lugares injustos, cuando escucho algún músico que está en una de estas corporaciones y dice “yo entrego generosamente mi material por Internet”, es porque no gana un peso por la venta de discos. Vos ganás en el momento en que firmás el contrato, después no ves un mango más. Pero un productor independiente que se nutre de lo que hace, que la gente robe derechos intelectuales y artísticos que tenés, no está bien. Esto que hizo Radiohead acá no podría funcionar. Es más probable que ingrese un hacker y te morfe la cuenta bancaria a que te entren a mandar dólares.

–Pero eso tuvo un impacto fuerte entre los músicos. Tiene que ver también con evadir al intermediario.

–Sí, pero eso funciona en un lugar donde las cosas menores tienen un valor despreciable. Donde nadie se afana la leche o el diario. Acá si hacés lo mismo, te lo bajan y no te mandan un carajo, porque las condiciones económicas son diferentes. Es muy difícil para un productor independiente que vive de lo que ingresa por la venta; si no, no lo comercializaría. Es más fácil para quien está fuera, o porque no vende mucho, o porque la compañía le paga el contrato. Es caro hacer un disco. Tendrías que resignarte a hacer las cosas con portacasete, como hizo Andrés (Calamaro), pero si uno quiere hacerlo profesionalmente es caro. Es la manera de reencontrarse con el dinero para mantener el trabajo.

–Sobre todo si mantenés el “capricho” de la independencia.

–Cuando éramos más jóvenes y contraculturales, la independencia era como una bandera. Pero como ya no le importa un carajo a nadie, es algo que me importa a mí exclusivamente. Sigo así, perdiéndome de ganar mucho dinero. Pero tiene sus ventajas: no tengo que atender a productores rompepelotas.

–¿Y la tele?

–Veo mucha televisión, pero no me gustaría estar ahí. Hay una protección, aunque ha fracasado, la sigo manteniendo. Con la notabilidad que tengo me llevo para la mierda, más que eso no toleraría. Yo no tengo nada para decir... doy esta serie de reportajes para avisar que tengo un trabajo en la calle. Pero no tengo interés de decir cosas. Sí de manera artística y con lenguaje artístico. Pero no tengo otra cosa para opinar, ni para decir. Y creo que, en realidad... (hace un largo silencio) A veces uno prefiere callar; cuando uno habla, termina diciendo cualquier pelotudez.

–Hay una necesidad de comunicación, la gente quiere saber en qué anda su “artista”.

–¿El artista? Conmigo es muy fácil: está trabajando. Aunque no lo veo como un trabajo, me da placer, vengo a Luzbola o a Luzbulo todos los días a las 7 de la mañana, y voy acumulando trabajo. Y cuando ya descansaron mis nervios de todas las transas alrededor de las cuestiones económicas y me embalo, me meto, puteo hasta que sale el disco. Lo que hago es laburar, componer canciones, músicas, letras, ilustrarlas, leer.

–¿Qué estás leyendo?

–Estoy comprando más libros de los que leo. El último que leí es La modernidad líquida, de Zygmunt Bauman. Un trabajo rico como descripción de cómo están las cosas. Pero me entusiasmo por el viejo hábito, aunque es más lo que hago que lo que absorbo. Uno aprende las cosas en la primera etapa de la vida y después trata de sacarse ese bagaje durante la vida. Yo tengo que estar empezando el año que viene a armar varias cosas. También manejo la estética de la pantalla. Cuando empecé, tenía que decirles a los que iban a dedicarse a videar eso qué temas incluían: tienen que ver con la sensualidad, el erotismo, la muerte y el amor. En realidad, todas las canciones tratan un poco sobre eso.

–El tema es la interpretación. ¿Cómo hablar del amor sin caer en lugares comunes?

–A esta altura, lugares comunes son los que sobran. Pero no está de más intentarlo.

–¿No sigue resultando curioso que muchos de los que te siguieron, no tienen ese uso de la retórica o esa preocupación por la estética?

–Lo que pasa es que se han hecho descripciones del rock barrial o chabón que son antojadizas. Tiene que ver con alguien que necesita agrupar y tener un epígrafe para la foto. Hay de todo, hay chicos fuera de la cultura por marginación, a otros les importa un queso, y otros: hasta en la Villa 31 hay un pibe que se pela leyendo. La relación con las letras no tiene que ver con la clase, porque la mayoría de los chicos de clases aposentadas son de una ignorancia supina. No es que por un buen pasar económico aprovechan para ilustrarse. Hay un abandono de la cultura y la educación durante años que se está notando. Un tipo de mi edad vivió con una tendencia cuya moda era tener un libro bajo el brazo, aunque no lo leyera.

–¿Otro nivel de discusión política?

–No tiene que ver con un público especial. El público que va a ver a Juanes es igual de ignorante que el de The Police. Es lo mismo. En un lado son unas señoras que creen que arte es Utilísima y en otro lado hay un montón de pibes que están pendientes del hypeo, y que creen que lo que dice New Musical Express es una posta total, por más que duren un par de temporadas y que no aportaron nada a la cultura rock.

–¿Dónde notás aportes, entonces?

–Hay una copia permanente. Estoy más escéptico que en otras épocas. Ya no es ético ni estético sino éxito o fracaso: los chicos creen que copiando algo exitoso eso puede ayudarlos, cuando es al revés. La fórmula para asomar la cabeza es hacer algo diferente, atractivo, diferente, ingenioso, distinto. Pero eso no es lo que está sucediendo: un montón de chicos que imitan a Calamaro, bandas que imitan a Los Redondos. Va más allá de una clase social. Se ha quitado la cultura y la educación de las metas más significativas que una sociedad tiene que tener para perdurar.

–¿Hay una ausencia de relato social?

–Pero no me interesa traducir a otros lenguajes. La poesía tiene ese poder de astringir a distintos estratos sociales, porque si son ricas como estimulantes permiten la interpretación diferente de la gente. Lo que intento hacer es emocionar a otros a través del mismo mecanismo en el que soy emocionado. No bajar líneas. Generar algo estimulante para que alguien se detenga a ver de manera oracular. Para mí son crípticas la mayoría de las poesías, no sólo las que hago yo. Recién empiezo a “entender” cuando me involucro. Y cuando me interesa, empieza a funcionar el fenómeno, empiezo a volcar en mí la interpretación. Algo que me interesa y me hace crecer metafísicamente.

–¿Realmente no te importa lo que ha sido tu carrera?

–No, de movida no sé qué significa. La gente no se da cuenta de que el mayor ignorante de cómo funcionan las cosas con uno es uno mismo. Uno es testigo de sus miserias y egoísmos. Lo primero que hago es levantarme, avergonzarme de mí un rato, y a partir de ahí voy a desayunar y a leer un diario. En definitiva, el personaje que uno es, es la necesidad de miles de personas de que a alguien le quepa ese chaleco de ser honesto y todas las virtudes que te endilgan, y gracias a Dios tus amigos también saben que tenés en cuentagotas y también tenés una cuota de miserabilidad que puede ser muy grande. Uno no puede estar creyendo en lo que la gente dibuja con uno. Prefiero estar pensando en la gente que quiero, que tolera mis miserias y estar como francotirador, y tener una mirada de francotirador, no estar involucrado en el personaje que uno es. No me reconozco en ese personaje público.

–¿Si te ves por la calle no te reconocés?

–... nahh, me libera mucho pensar en términos de mi punto de vista, me libero de mí mismo. No necesito estar pensando en mí desde un lugar determinado porque es conveniente para mi imagen, de movida porque soy un artista muy añoso. Ya me pasó el éxito, ya me pasaron montones de cosas, necesidades de confirmar en la vida, para sentirse que uno es alguien. A nivel emotivo, íntimo y religioso, yo no voy a ninguna parte, yo ya llegué. No tengo una religión que me permita creer en el infierno, el cielo. Donde tenía que llegar el ser humano, mi carrera ya llegó.

–Es existencialismo puro.

–Tengo una formación desde la nueva izquierda, existencialista por la edad. Pero no pretendo ser un artista existencial. Creo en la obra, no creo en el personaje. El martirologio, el suicidio público para cumplir con la vocación de la gente... Para sacrificios, conmigo no cuenten. A mí me gusta hacer las cosas con arte. No morirme joven, ni ninguna de esas pelotudeces.

–Ya que hablaste de religión, ¿tenés preocupación por creer en algo?

–A medida que uno se va poniendo grande aparece la cosa de sumergirse en la nada. Es lo que hace que la gente crea en las religiones: el miedo a la muerte, a la nada. Soy claustrófobo, así que algún temor me asoma. Ya cuando tengo una edad que miro a mis costados y tengo un par de ejemplares de mis amigos que capotaron y entregaron el sachet... cuando uno es joven es inmortal, es una cuestión que ahora te preguntás. Pero no he tenido ninguna revelación, no puedo mentir que creo. No sé cómo hace la gente. La gente prefiere tener un Dios toda su vida y que le quite su libertad, porque para llegar al cielo hay que cumplir una serie de pasos. Y a mí me gusta que la vida me sorprenda. De los diez mandamientos míos, nueve son no te aburrirás, y el décimo me olvidé.

–¿Te aburrís?

–No, si uno se dedica a lo que le gusta, con ahínco e involucrándose emotivamente. Nunca he tenido el famoso síndrome de la página en blanco, un carajo. No tengo tiempo de editar, arreglar o promover lo que hago, porque me dedico full time. Está bien que trabajo sólo por la mañana, temprano y después del mediodía descanso, estoy con mi familia. Pero esa secuencia de todos los días forma parte de la manera que me entretengo, me divierto y me pasa la vida bien.

–¿No es una contradicción que seas claustrófobo pero te guste el hermetismo?

–La claustrofobia tiene que ver con que no se puede torcer el destino. Lo que no me gusta del avión es que durante diez horas no puedo tomar decisiones de lo que quiero hacer. Si vas en un bondi, se rompe en Atalaya, te bajás, te vas a dedo, podés modificar el viaje. No me siento encerrado, pero sí cuando hay algo que no puedo modificar. Eso me provoca una inquietud grande. Lo difícil es la fobia, el hacerse cargo del cariño de miles. Todo el tiempo alguien te vigila. Hay gente que se maneja muy bien, o maltrata o tiene paciencia, o tiene la premisa de decir “todo lo que soy se lo debo a la gente”. Yo creo eso también, pero uno no puede hacerse cargo del cariño de miles porque es una secuencia ininterrumpida.

–Hay menos máquinas en este disco, ¿por qué?

–Hay grajeas electrónicas, pero como tenía la idea de hacer algo más referido a la banda, están sumergidas y generan texturas. Antes tenían un rol más protagónico. Ahora están más sumergidas sumándose a las texturas de las guitarras. Algún sonido que provoca una interpretación sin tomar un rol protagónico. Como toco muy mal la guitarra, los solos generalmente los hago con un teclado, con un preset de pedal y los hago reemplazar por un guitarrista que toque bien. Tenía pensado salir con el nombre de Los Fundamentalistas, pero soy tan tirano, y quiero que todos hagan lo que yo quiero, era al pedo, porque no estoy en una banda. Estoy decidiendo todos los detalles. Lo que impide una secuencia más corta entre trabajo y trabajo es comercializarlo. Tengo en proyecto varias cosas. Es la idea que tengo para quedarme tranquilo.

–Es una especie de religión.

–Me permite no estar inquieto por saber de qué manera voy a presentar el trabajo futuro.

–¿Alguna vez determinaste el motivo de tu claustrofobia? ¿Hiciste terapia?

–No, pero he tenido ataques de fobia feos. En un cine en Uruguay me tuve que levantar e irme. Cuando vivís de esta manera, con mucho aire (muestra el lugar, su espléndida mansión en el oeste del conurbano), no te das cuenta. Voy a Uruguay para que no me jodan mucho. Siempre íbamos durante la semana, entonces están prácticamente vacíos. Pero una vez me quedé y fuimos un fin de semana. De pronto estaba en esos cines nuevos, medio chiquitos. Se empezó a llenar de gente, me puse a transpirar frío, y tuve un aviso de lo que puede ser el panic attack, una cosa muy incómoda. En realidad me aburre salir, cada vez que salgo gana fichas de que aquí adentro me divierto más, primero porque las cosas que me gustaría ver tengo que ir al vip, o tengo que estar en un lugar donde me rompe los huevos la gente. Por eso es que intento viajar para ver espectáculos.

–¿Pero pensaste de dónde viene esa fobia?

–No, porque trato de darme la maña para que eso no suceda. Otra vez que me pasó, como venir en un coche del centro, y que me agarre un piquete, y me tuve que bajar del coche. Virginia (su mujer) me carga cuando camino en la ciudad. Yo voy cambiando la manera de caminar. Pero toda esa especie de historia que hicieron en el reportaje anterior de que los íbamos a buscar, y que manteníamos secreto el lugar de mi residencia, era para que no se perdieran al llegar, porque venir acá es complicado. Pero nada más.

–Hay un tema que hablaste la otra vez, justamente, cuando estaban por tocar. Decías que te costaba renegar de la cultura del aguante...

–... me acuerdo. En realidad hablé de las bengalas. Lo rescataron como una cosa fundamental, yo no dije eso: dije que formaba parte del folklore de las bengalas. Porque ya nos empezaron a prohibir los lugares abiertos, y García dijo: “¿Qué? ¿Van a prohibir las navidades?”. Hay como una especie de locura en tirar una bengala en un lugar cerrado. Los lugares de Chabán no han sido mucho más seguros que el CBGB, que tenía una sola salida. Pero no era una cuestión fundamental. El rocanrol no tiene ningún condimento fundamental. Pero yo tengo imágenes impresionantes de River que venían con las bengalas y se generaba una estética muy fuerte.

–Epopéyica.

–Epica. Pero no soy un fanático, que si no prenden las bengalas no siento que no esté pasando nada.

–Hay una gran preocupación del público por alimentar la fiesta.

–Tiene que pasar, pero estimulado por un hecho estético potente. No es que sea simplemente el aguante. No es una tontera tener un público que resuene, a tal punto que muchos artistas extranjeros hablan del público argentino en especial, no sólo del de rock, por su grado de respuesta. Aquel que ha ido a ver shows en otros lados... te das cuenta de que los Rolling Stones en Canadá están sentaditos. Sinceramente prefiero la gente con la remera y saltando. A mí me parece bueno, siempre y cuando no le toleren cualquier capricho y boludez al artista. No he tenido admiración por un artista como han tenido con respecto a mi personaje. He tenido admiración, pero jamás esa especie de fanatismo militante. No sé muy bien cómo son los mecanismos, pero es grato y es bueno. Resuena la gente con lo que hacés y va a verte a distintos lugares donde vos toques. Ahora, si es aunque arriba esté pasando cualquier cosa... Si el tipo está cayéndose de overdosis, tengo la pretensión de que tiene que nacer de arriba del escenario. Yo siempre fui un sorprendido de que me pasaran esas cosas. Esto es lo extraño de los proyectos donde estuve. Con números de culto pero masivos, generalmente los artistas de culto son minoría, pero Los Redondos eran masivos.

–¿Cuándo dijiste “acá está pasando algo”?

–En realidad ni en la primerísima época tocamos con menos gente que el ámbito donde estábamos. Y eso te da una especie de costumbre a nunca planteártelo. Cuando era un lugar para 300 personas había 200 afuera, para 2000 había 500 afuera. Siempre había capacidad llena. Nunca sabés cuándo es más: de los pubs a Cemento, de Cemento a Satisfaction, de Obras a los estadios más chicos, a River, qué sé yo. Hubo una progresión conmovedora, pero no te das cuenta porque uno va siendo testigo de cada integral. Todos los parciales los vivió uno de la misma manera. No sé cuándo comencé a sentir que pasara algo. Yo sentí que pasaba algo antes de que fuera a verme nadie. Siempre me está pasando algo, que estoy en un momento bueno y puedo exponer a lo que me dedico y hay mucha recepción no sólo de la crítica a través del tiempo, espero que en éste también.

–¿Hay intención de perpetuidad?

–Mirá, independientemente de que a uno le gustaría ser recordado, tengo para mí que es mucho más digno el olvido. En el recuerdo están esas sumatorias de mentiras; no, mentiras no... De esas confusiones que hay alrededor de uno, que lo que perdura de uno es una imagen monstruosa, pero eso no quiere decir que la vanidad, no esté sólo en la memoria sino también en el presente. La vanidad me dice que me gustaría ser recordado, pero hay una parte de mí que cree que hay mucha más dignidad en el olvido.

–A lo mejor el recuerdo viene por la obra.

–Eso quizá le haría mejor a mi espíritu. Veo todos estos libros biográficos, son una sarta de delirios, ni siquiera los datos –no las especulaciones– tienen que ver con la verdad. Son la sumatoria de cosas que les han dicho. Gente con roles secundarios. Si fuera la obra, me es grato pensar que va a pasar. Pero que se cuenten anécdotas de ese muñeco diseñado por una multitud de mentes de necesitados no es una cosa que me agrade.

–Pero la universalidad de las letras pareciera tener esa intención.

–Sinceramente a mí me gusta la vida mientras yo estoy vivo. Deseo no complicarle el futuro a mi hijo, y que pueda estar tranquilo con la imagen que se tiene de mí como artista. No creo en la representación sino en la obra. Cuando veo los canales de divulgación científica y digo “yo estoy vivo”, y los cuatro o cinco libros que se escribieron con Los Redondos... no puedo hacer que se den cuenta de que eso con la verdad guarda un 15 por ciento y lo demás es un delirio. Me imagino si se levantara San Pablo y viera lo que se dijo de él, se cagaría de risa. La gente no está a favor de creer que vos sos menos de lo que ellos necesitan que seas. La gente se niega a que seas más elemental, más simple a lo que ellos necesitan que el artista reverenciado sea. Cuando te pasa la notabilidad, le cuesta a uno protegerse de eso. Porque la gente te ficha, quieren que seas ese muñeco. La gente que he conocido después de la notabilidad no quiere tener acceso a mi intimidad realmente, es una de las cosas molestas. La gente no está a favor de que seas menos de lo que ellos necesitan. Por un lado, estar a la sombra de un notable agobia bastante. Si el aura alrededor tuya es respetable y te quieren, cuesta mucho reconocer en el poster lo que la gente prefiere.

El año pasado hicimos una tapa para el Día de los Inocentes que decía: “Vuelven Los Redondos”. Hubo gente muy enojada. Parece que con Los Redondos no se puede joder.

–Todo lo que sea desacralizar, que me pasa cuando salgo, que los pibes están temblando al lado mío... No tengo esa cosa de ofenderme con facilidad. No tengo cosas sagradas, no coincido con ese humor. Les habrá roto las pelotas a alguien, que se habrá ilusionado. Quizás ha sido algo en lo cual se han refugiado los chicos que encontraron en la letra, música, y el comportamiento artístico que hicieron Los Redondos diferenciados del resto de las cosas, quizás ha sido esa famosa honestidad. Uno no tiene acceso a su propia honestidad, ha sido algo que les cuesta entender que pueda estar sujeto a cualquier cosa. Hay algo que para ellos es un referente o algo importante, en lo cual se han refugiado en sus problemas de gente joven y entienden que hay algo... Se habrán preparado para ir a vernos.

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