ESCLAVOS DE NUESTRAS PALABRAS IX >EL AGUANTE SIN AGUANTE
Habitante de los barrios del conurbano, Toti, de los Jóvenes Pordioseros, tiró una frase que sintetiza un momento: en un contexto de crecimiento económico, qué pasa con aquellos que no pueden pagar precios altos.
› Por Juan Manuel Strassburger
Que una banda con contrato en Warner se preocupe por las clases bajas que quedan fuera del rock, puede significar para algunos demagogia y para otros fidelidad a la infancia humilde en Villa Lugano y Piedra Buena. La advertencia de Toti Iglesias, el carismático frontman de Jóvenes Pordioseros, es certera: ¿qué clase de aguante puede haber en un contexto de encarecimiento de entradas, controles estatales ultra rigurosos y cierre de “cuchas” y antros? ¿Cómo afecta a los ritos de la vaquita, el trapo, las banderas de palo y la birra antes de entrar? ¿Los festivales están reduciendo el aguante en el rock? El NO salió a registrar el estado actual de la movida y encontró seguidores ofuscados (“hace dos años tocaban por 4 pesos y un juguete para el Día del Niño... ¡y hoy no bajan de 30!”), nostalgia por los buenos viejos tiempos (“Antes salía Chabán y decía: ‘¿cuánto tienen?, ¿quince?, bueno, entren’”) y un claro malestar a los excesos de control post Cromañón: “Te dicen que podés llevar un pedazo de tela [por las banderas] ¿Y la ropa que llevás puesta no es de tela también? ¿Qué, vamos a tener que ir todos desnudos a un recital?”, decía Juampi de La Mocosa.
El escenario marca una divisoria clara entre las grandes bandas (Los Piojos, La Renga, Los Gardelitos) capaces de generar sus propias respuestas a los cambios de disposiciones y hábitos, y las pymes (Barrios Bajos, Etiqueta, Sexto Sentido), que les cuesta más adaptarse a la nueva situación de sponsoreo, intermediarios y profesionalización empresaria. Y que de alguna manera conservan los viejos ritos. “Mientras no haya bardo, el aguante le suma al rock. Yo defiendo a nuestra gente, no al vecino que después sale y puede lavar la vereda con lavandina si queda sucia”, se plantó Tachi de Etiqueta, consciente de que el fenómeno no es bien visto fuera de los barrios. De hecho, algunas de las frases causaron revuelo en Internet, y la aseveración de Toti respecto de las bandas del aguante (“para mí, no dejamos de ser movimientos que expresamos cosas que la gente responde y si se hace cargo es porque algo está pasando. Que no lo quieran ver es otra cosa”) generó polémica en varios blogs de la comunidad rockera (por ejemplo, www.frasesrockeras.blogspot.com).
Como el peronismo que hegemoniza la política nacional y genera ataques por derecha e izquierda, el aguante parece ocupar en el espacio rockero (recitales, fotologs, blogs, cartas de lectores, programas de radio, etc.) un lugar similar. Su presencia masiva irrita a los bien pensantes (que, al igual que aquel viejo socialismo de Alfredo Palacios, bregan por la mejora educativa de las masas, “así dejan de escuchar ese rock cuadrado y conservador”). Pero también a los lisa y llanamente racistas. Algo de ese rechazo irracional sobrevuela los debates que pueblan la blogosfera. Y que entorpecen la necesaria autocrítica que el rock barrial debería hacerse a la hora de pensar Cromañón y los caminos que condujeron a la tragedia. Mientras esto no ocurra (y entre la postura crítica sigan ganando las visiones más obtusas o reaccionarias) el rock del aguante continuará siendo –parafraseando a John William Cooke, militante de la izquierda nacional durante la resistencia peronista– el hecho maldito del rock burgués.
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