Jueves, 10 de enero de 2008 | Hoy
CRONICAS DE NO-TURISMO
Las excursiones por el paraje patagónico Sierra Grande son ásperas y suelen terminar en prostíbulos o minas concesionadas por los chinos, los guías de turismo no abundan y el pueblo parece una maqueta estadounidense para realizar pruebas atómicas. Tierra de tehuelches que casi no están y donde hacer turismo es prácticamente una tarea imposible.
Por Facundo Di Genova
Acá en la Ruta 3, justo cuando el cartel marca el kilómetro 1265, pleno desierto de la Patagonia, los guías de turismo no abundan, pero por unas monedas Loquito Pitín te puede hacer un par de changas, llevarte los bolsos, comprarte puchos y escabio.
La medicina clásica diría que Pitín es idiota y aun así quienes lo conocen dicen que nomás es loco, ningún boludo, el exponente máximo de este cascoteado pueblo que alguna vez fue ciudad, bautizado Sierra Grande, lo que en tehuelche significa Vuta Mahuida.
Que Sierra Grande sea un pueblo condenado y hasta parezca maldito, abrasado por el sol, comido por viento, gobernado por el polvo y desquiciado por el hombre, no es razón para amedrentar a quienes rumbean para el sur en busca de no-turismo, y caen por estas latitudes (41º36”S -65º21”O), adonde la nafta empieza a valer la mitad de precio.
Conocer las maravillas ocultas que hay en las cercanías del pueblo puede ser alucinante, pero no esperes que Loquito Pitín te sirva de guía o te cuente las historias del lugar, que te hable sobre las chicas reducidas a servidumbre ni te advierta sobre los riesgos de ser sodomizado en alguna de las cinco whiskerías que hay sobre la ruta.
En cambio, si ya llenaste el tanque por chaucha, o te bajaste del bondi a Finisterre (la 3 llega hasta Tierra del Fuego) y te animás a quedarte y explorar la zona, tendrás varios lugares que conocer, pero no cuentes con Pitín, no insistas, porque el tipo sólo te va a llevar los bolsos o te podrá comprar puchos y escabio, y con suerte quizá te recomiende el Hotel Los Pinos, mal llamado Ruta Loca, un antiguo prostíbulo de alta gama devenido en ruinosa y limpita posada de viajantes polirrubro, marineros del desierto y mineros del infierno, el lugar desde donde podrás empezar a trazar itinerarios sorprendentes y rutas de escape que no figuran en ninguna guía de mochileros europeos, y todo a riesgo de quedar raro para siempre, como embrujado, igual que Pitín.
“Estoy encomendado a Dios. ¿Para qué quiero más? Pasé los peores momentos y pude salir adelante, acá me ve. Todo se lo debo a El.” Amigo de Pitín, como todos acá, Don Plinio el bueno atiende la despensa El Camionero, que fundó algunos años después de que se inaugurara la mina de hierro Hipasam, en 1969. Cuando Plinio llegó al pueblo, la Iglesia del Reino de Dios que tiene al lado de su despensa ni existía, y las jarillas enruladas que recuerdan las matas del desierto mexicano podían acorralarte, como ahora. Con el tiempo, los mineros se empezaron a contar por miles, el pueblo se convirtió en ciudad, y la próspera ciudad, de 25 mil habitantes y sueldos públicos siderales, cuando cerró la mina en 1991, devino en pueblo fantasma. Ver los barrios abandonados recordaba a la posguerra nuclear. Fue extraño. Nadie se lo esperaba. En 1989, un futuro Carlos I había prometido: “Desde el socavón de esta mina nacerá la revolución productiva”.
Lo que nació fue el primer piquete patagónico, y un éxodo masivo, y cinco mil condenados al desempleo y al plan trabajar: mujeres y niños sin consuelo, maridos ausentes. El de Don Plinio fue uno de los pocos comercios que resistió la diáspora, sostenido por los cientos de camioneros que pasan diariamente por la 3. Con el pueblo fantasma nacían, también, los marineros del desierto: “Cuando cierra la mina, acá no queda nada. O te ibas, como la mayoría, o te hacías marinero, te embarcabas desde Madryn durante meses, y hacías buena plata. Muchos hicieron la re guita, pero eso se acabó, no hay más pescado”, explica José, ex minero, ex marinero que hizo la re guita, ahora albañil.
El pueblo ahora parece renacer de sus polvos, pero igual está cascoteado. Hace tres años la mina fue concesionada a dos empresarios, que se la vendieron al gobierno de China, en una triangulación que dejó buena diferencia. “Los chinos pagan los peores sueldos de toda la Patagonia”, se dice en todo el pueblo, sin que por ello se vea un solo chino, pues la mina queda a 7 km al sudoeste. “Se la dieron por dos mangos, ya exportaron tres cargamentos con el hierro remanente de aquella época, les salió gratis”, dice Carlos, vendedor de hamburguesas sobre la 3. Sigue: “Tienen un hotel y un prostíbulo sólo para ellos, se quedaron con el mejor barrio, que están reciclando, y les dan trabajo a menos de quinientas personas, cuando podrían ser miles. Ellos traen su propia gente.”
Junto con la tímida reactivación se destaparon otros problemas: hay 80 transformadores envenenados con la mayor cantidad de partes por millón de PCV del mundo, que yacen en los polvorines de la mina, que fueron saqueados para extraerle el cobre, y que esperan ser exportados hacia Europa para su conversión, según cuenta un auditor de Medio Ambiente de Río Negro, quizá muy pronto, nadie sabe cuándo.
Este pueblo parece una maqueta estadounidense para realizar pruebas atómicas; no lo es, pero casi. Cuando la mina estuvo desactivada, una parte de los túneles subterráneos a quinientos metros más cerca del infierno fue utilizada para el turismo minero. En otra, científicos de la Comisión Nacional de Energía Atómica construyeron el Laboratorio Sierra Grande, en mayo de 1994, en un túnel 380 metros para abajo, para realizar experimentos con “un detector de germanio de 1033 kg de ultra bajo fondo cósmico rodeado por un blindaje de plomo hecho con material arqueológico de 2000 años de antigüedad y ladrillos contemporáneos con el objeto de protegerlo contra la radioactividad natural local de la mina”, dice el paper de la CNEA. El ensayo, definido como de “astrofísica nuclear”, duró hasta fines de 1997. En el pueblo nadie recuerda tal cosa.
Al emprender las excursiones, si el viajero todavía no huyó espantado, conviene situarlo geográficamente. A 117 km al norte de Sierra Grande tendrás Las Grutas, la petit Mar del Plata del sur. A 135 km al sur está Península Valdés y Puerto Madryn. A unos 50 km al oeste, la más maravillosa y poco publicitada reserva geobiológica de la Patagonia Central, un verdadero oasis en el desierto, la meseta de Somuncurá. Al este, finalmente, a menos de 30 km, el Golfo San Matías y los labios del Atlántico, playas kilométricas, paraíso escondido, y cinco mil hectáreas que compró Nicolás Van Ditmar, el lugarteniente argentino del magnate británico Charles “Joe” Lewis, quien, como se recordará, se hizo de las tierras que rodean toda la circunferencia del Lago Escondido de El Bolsón, impidiendo el paso de los lugareños.
Así pues, conviene estar prevenido, y para eso nada mejor que hacer lobby en el Ruta Loca, capacidad cuarenta pasajeros, tugurio que lleva como bandera el orgullo de haber hospedado, hace muy poco, al inmortal Blacamán, el bueno vendedor de milagros, bajo el nombre falso de Benito, un mulato caribeño, mago y adivino que tiró las cartas a medio pueblo, y se llenó de billetes: “Tenías que ver eso, había juntado una valija llena de plata”, dicen en el hotel.
Pero Blacamán el bueno debió seguir viaje, acosado por la incomprensión: “Acá hay mucha envidia, este pueblo está maldito”, dijo, enojado, antes de irse, aunque en realidad se profugó, tras un entendido con la policía.
No es fácil transitar los 28 kilómetros de ruta sin asfaltar de Sierra Grande a Playa Dorada, refugio de ballenas perseguidas y pulpitos tehuelches (casi) privatizados. Podés ir en colectivo (4 frecuencias diarias en temporada alta, dos en baja) o en auto, pero en este caso no olvides tener el auxilio en condiciones, pues el camino es de piedra, a veces medio filosa. Raro: hace veinte años que se promete el asfalto, pero por una u otra razón (se cree que para no perjudicar la inversión turística en Las Grutas) no se asfaltó hasta hoy, plena temporada, cuando se trabaja a pleno, aunque recién van 6 kilómetros, y según confesó un profesional allí empleado “tenemos como para dos años más, cada vez que se rompe una máquina, la obra se atrasa semanas. No tenemos agua, y a veces la sacamos de la cloaca del pueblo para poder trabajar”.
Habrá que verle el lado bueno: el mal camino es la razón por la cual los precios en Playas Doradas están muy lejos de los que en la región se manejan, al ritmo del turismo internacional.
La señal para celulares y el tema del verano no existen en Playa Dorada, por ahora. Sí hay luz y agua, traída por el ferroducto que antes utilizaba la mina para enviar el hierro al puerto, aunque a veces, hay que decirlo, se corta el suministro. Una vez en la costa de 5 mil metros de extensión (existen los servicios para realizar cualquier deporte náutico), aguas claras y frías, y finísimas arenas, un extraño embrujo te hace enfilar hacia el sur, al puerto de Punta Colorada, técnicamente un amarradero quinientos metros metido en el mar, habilitado desde 1977 para embarcar los pellets de hierro hacia San Nicolás (Somisa), aunque ahora en cambio el hierro se va en polvo de menor pureza y hacia China, cargado en buques de hasta 224 metros de largo, conocidos como Panamá, los más grandes del mundo.
Desde el amarradero y hasta Chubut, digamos, hay otros cincuenta kilómetros de playas vírgenes, alucinantes, paradisíacas, conocidas como Bahía Dorada, hábitat natural del pulpito tehuelche, nombre de guerra Octopus tehuelchus, bautizado por el naturalista francés D’Orbigny, en 1834.
El pulpito es un manjar que suele ocultarse entre las rocas y es el principal sustento de algunos pescadores artesanales, pero aunque aquí la playa sigue siendo pública, se puede complicar el acceso: justo hasta adonde llega la máxima marea, comienza un alambre, señal de que las tierras son de dominio privado, propiedad de don Van Ditmar, lo que ha ocasionado no pocos problemas con los pescadores (cualquier semejanza con Lago Escondido, bueno, ya saben).
Atención: excursión ilegal. Por tratarse de propiedad privada, no se recomienda acercarse a husmear la pista de aterrizaje que se está haciendo construir Van Ditmar, que generó revuelo en el pueblo, por dos motivos: uno, no es ilegal, pero ya existe un aeropuerto en Sierra Grande; dos, se rumoreó que las máquinas del Estado de Río Negro que debían estar trabajando en el asfaltado de la ruta a Playa Dorada, lo hacían en cambio al servicio de la pista. La información, lanzada por la legisladora rionegrina Magdalena Odarda, fue rápidamente desmentida por el intendente del pueblo, Nelson Iribarren.
“El agua que sale de la canilla es mineral, viene de la Cordillera”, dice la señora del súper de la 3, a metros del locutorio. Este cronista hizo la prueba, y estuvo cuatro días con problemas en los chinchulines: nada extraordinario, pues en los viajes suele pasar.
Pero hay motivos para gastar fortuna en agua envasada: el uso de fósforo para separar los minerales de la mina usado en la antigüedad, pues ya no se emplea, bien podría haber afectado las napas, conjetura un técnico químico de paso por el pueblo.
Además, buena parte de la población tiene problemas en los dientes, digamos, se les ponen negros. “Dos veces al dentista en el año para limpieza profunda, y una vez por semana cepillarse los dientes con jabón blanco”, da la receta Margarita, los dientes blancos, encargada del Ruta Loca.
En el pueblo se dice que el agua está buena, que los dientes negros son por haber vivido en Valcheta (un pueblo cercano), donde el agua tiene arsénico, pero si preguntás más fino, pocos la consumen directamente, y el que no la filtra o la hierve, por lo menos se la toma en mate. La falta de agua es tal, que hasta el desecho de las cloacas se reutiliza, y no sólo para asfaltar la ruta. Acumulada en seis grandes piletones a cielo abierto en las afueras del pueblo, con el agua de cloaca filtrada de la última pileta se riegan las chacras comunitarias, las únicas tierras de la zona empleadas para el cultivo de frutas y verduras, lo único que crece en el desierto.
Cuatro prostíbulos al borde de la ruta y noventa alternadoras trabajando en temporada son el atractivo principal para marineros, pescadores, mineros y camioneros (y chinos).
Lo saben las delegadas de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina, que llegaron al pueblo alertadas por denuncias de reducción a la servidumbre en lenocinios, cuando una joven declaró que fue traída desde Paraguay engañada, forzada a prostituirse. No pudieron comprobarlo, pero en cambio denunciaron que había unas 45 extranjeras (dominicanas y paraguayas) no registradas en el hospital municipal, y por lo tanto sin libreta sanitaria para ejercer, algo impensable en otros tiempos.
Todas las tardes, las chicas del Mariposas, como las de Shirley (una whiskería con dos sucursales) suelen tomar sol en la puerta. No parecen estar por la fuerza, pero quién sabe. Si pasás por ahí y están de buen humor porque anoche un marinero escabiado y con billete cerró el tugurio para él solo sin siquiera tocarlas (el tema de los marineros del desierto merece una nota aparte, y si no ahí está el caso del joven marinero que se habría traído, en noviembre, 3 kilos de cocaína desde Buenos Aires: fue preso no bien bajó del micro), en una de esas las chicas te dicen piropos, y hasta quizá te inviten a fumar. Eso sí: esta noche, a cambio, deberás pagarles una copa en la whiskería.
Hilda, madre de dos futuras licenciadas en turismo y descendiente de mapuches, dice que hacia el oeste de Sierra Grande, a menos de una hora en auto, o a dedo, comienza la meseta de Somunucurá, una gran formación rocosa elevada mil metros sobre el nivel del mar, que abarca el centro sur de Río Negro y el centro norte de Chubut, pulmón del desierto y tierra original de tehuelches, pehuenches, y más tarde mapuches.
La meseta de Somunucurá es el hábitat natural de guanacos, pumas y ñandúes, de la ranita de Somuncurá (Somuncuria somuncurensis), única en el mundo, clasificada como especie amenazada, de la mojarra desnuda (Gymnoscharacinus bergi), un pececito sin escamas, también amenazado, y de una plantita por ahora sin fama y sin nombre, dice Hilda, que “es medicinal, y es el único lugar del mundo en donde crece, por eso los extranjeros se la quieren llevar”.
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