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Jueves, 17 de enero de 2008

GABRIEL MANELLI

El Babasónico de las notas graves

Después de cuatro años de pelear contra un linfoma, murió Gabriel Manelli (2/9/1969–12/1/2008), el bajista y compositor cuyo alias en el seno de la escudería Babasónicos era Gabo. El NO le rinde homenaje recordando sus propias palabras –graves, mordaces, sensibles–, publicadas en el libro Arrogante rock, conversaciones con Babasónicos (Zona de Música), que acaba de aparecer en librerías y disquerías, escrito por Roque Casciero, periodista de la casa.

–Me encantaba jugar al fútbol en el barro: eso es lo que más recuerdo de mi infancia. Me gustaba jugar al fútbol, pero si había barro era lo más; volvía todo sucio. En la casa de mis padres, en Monte Grande. la misma en la que vivían mis abuelos, la calle era de tierra. Eramos de ahí, pero yo había nacido en el hospital del Barrio Uno de Ezeiza. En ese momento mis viejos tenían veinte y veintiún años; dos chicos. Al año y medio tuve una hermana, y otro hermano a los quince. Viví en esa casa hasta los veintipico porque era muy grande y tenía mi habitación, que había sido de mi bisabuelo y estaba en un costadito de la casa. A los doce años me mudé ahí: era como mi casita, tenía un baño al lado, podía entrar y salir con independencia. Vivía más con mis abuelos porque estaba más cerca de la cocina de ellos.

(...)

–¿Y cuándo agarraste un instrumento?

–Mi papá tenía una guitarra criolla, le gustaban Larralde y el folklore bien down. No sabía tocar mucho, pero en casa había una guitarra y entonces mi mamá me dijo: “Andá a estudiar guitarra”. Yo no quería saber nada. Me gustaba, pero no me interesaba estudiar. Al final fui dos veces a ver a una amiga de ella que enseñaba. Aprendí cuatro acordes, la canción “Un millón de amigos”, de Roberto Carlos, y no fui más. Lo único que me importaba era jugar a la pelota en el barro. Ah, otra cosa, mi abuelo compró un órgano Yamaha...

–Otra cosa típica de la época.

–Totalmente. Me gustaban los ritmitos, pero no le cazaba la onda. Iba a tener que estudiar y no quería. Mi abuela me enseñaba lo que era una octava y lo que se acordaba de lo que estudiaba su hermana. Entre eso y las dos clases de guitarra algún conocimiento incorporé. En realidad, prefería escuchar música a tocar. Hasta que en tercer año Gabriel Guerrisi me propuso hacer algo juntos.

–¿Estabas armando una banda sin tocar un instrumento?

–La idea era: “Minas no hay, de alguna forma hay que conseguirlas, así que armemos una banda”. El tocaba mejor que yo y en un momento se compró una guitarra eléctrica... ¡Un escándalo! Lo seguí y me compré una Faim. Eramos dos guitarristas más Riki, que era nuestro compinche y quería tocar la batería: siempre fue el más extrovertido, el más hinchapelotas. En esa época ya salíamos a bailar, éramos más bardo. Entonces el grupo se amplió y empezaron a aparecer personajes nuevos. Había uno que tenía un bajo pero no sabía tocar y le dije: “Che, prestame el bajo porque nosotros tenemos dos guitarras y si queremos hacer un tema algún día necesitamos un bajo”. Como Gabriel tocaba la guitarra mejor que yo, decidí pasarme al bajo. Entonces, en uno de esos “ensayos” que hacíamos en los que estábamos todo el tiempo haciendo puro quilombo empezó mi relación con el bajo. También era un Faim, una madera terciada insoportable: pesado, duro, no afinaba nunca... Pero empezamos a tratar de hacer temas y a tocar entre nosotros. Nos llamábamos Salto Al Vacío.

–Eran el germen de Los Brujos.

–Claro, porque por otro lado apareció un primo de Gabriel que tocaba la guitarra y tenía una banda. Era Fabio Rey, que tocaba con Quique Ilid y con Ale, futuros baterista y cantante de Los Brujos. La banda se llamaba Los Pastrelos, porque el apellido de Fabio es Pastrelo y no se les ocurrió peor cosa que ese nombre para el grupo. Ellos eran nuestro público. Eramos completamente darks: ¡conmigo en la banda no podía ser de otro modo! En mi adolescencia pensaba que el mundo era una mierda; era un descreído de todo.

–¿Por qué eras así?

–Me resultaba gracioso ser el que estaba en contra de todo. Después de haber jugado a la pelota en el barro, la única felicidad posible era tratar de pasarla bien: pelearme, plantear las cosas de una manera distinta. En la banda ninguno quería crecer y Riki era el más convencido de todo eso: pretendía ser un niño toda la vida. Yo me había dado cuenta de que las cosas ya no serían como antes y entonces me divertía ver el lado oscuro de todo.

–¿Cómo pasaron de tener dos bandas a una sola, Los Brujos?

–Lo decidimos en quinto año, en 1987, y al año siguiente ya habíamos grabado el primer demo. Para esa época, mi abuelo me compró un bajo.

–¿Qué bajo te compraste?

–Cometí uno de los peores errores de mi vida: fui a Daiam, en el centro, con varios amigos, y me bajaron un Fender Precision que me pareció muy bueno; al lado del Faim era una nave... Dimos una vuelta por ahí y en otra casa de música vimos un Ibanez todo rojo: ¡me volví loco! No entendía nada, por supuesto: ¿cómo iba a comparar un Precision con un Ibanez? Pero vi el Ibanez rojo y negro y dije: “Esto es buenísimo”. Costaban lo mismo y me compré ése. ¡Qué pelotudo! Cuando me di cuenta... Pero en ese momento estaba contento. Lo usé con Los Brujos durante muchos años. Pero cuando entré en Babasónicos ya entendía todo, lo mismo que los chicos: “No vas a venir a tocar con esa mierda”, me dijeron. “Ya sé, tengo que comprarme un bajo”. Al final me lo compró Tuñón en Los Angeles y es el que tengo hasta hoy.

–Volvamos al nacimiento de Los Brujos.

–Un día Gabriel nos dijo: “Hagamos una banda distinta, más divertida, entre todos”. Empezó a hacer temas que estaban buenísimos, a nuestros amigos les encantaban. Grabábamos demos con los grabadores durante noches enteras. Me volvía loco grabar, los cables y todo eso.

–Estabas construyendo.

–Claro. Mientras, estudiaba para maestro mayor de obras. Ya tenía planos, dibujaba, hacía proyectos. Lo importante era que habíamos conseguido algunas novias, que era por lo que habíamos empezado a tocar. Para esa época salíamos a ver a Soda Stereo y a Sumo; estaba bueno. En el industrial no pegábamos porque era heavy metal a fondo. Nosotros también teníamos nuestro costado heavy, pero habíamos descubierto cierta modernidad. La idea de Gabriel era que Los Brujos intentaran ir más allá. A mí me costó mucho entender qué quería y colaboraba, pero con mi mala onda... Hoy en día él todavía no puede creer lo hijo de puta que era yo... La cuestión fue que grabamos un demo que estaba muy bueno; algunos de esos temas entraron en el primer disco. Y después... ¡me autoexpulsé del grupo!

–¿Por qué?

–Ellos estaban tratando de llevar adelante una locura y yo les decía que no a todo.

–¿A qué cosas te negabas?

–Cuestionaba todo. Gabriel tocaba “Kanishka” y le decía: “Pero eso es una mierda, esa letra es una cagada, estás diciendo cualquier banana”.

(...)

–¿Cómo llegaste a Juana La Loca?

–Los Brujos todavía ensayaban en el living de la casa de Gabriel; un bardo, todos apretados. Había entrado Lee-Chi como bajista, pero no tenía bajo. No sé si él tocaba en El Otro Yo o en dónde, pero no tenía bajo y le dije que usara el mío. Iba a escucharlos y les decía que era todo una mierda. Un día estaba en un ensayo y llamó Rodrigo Martín preguntando por Gabriel: quería ver si conocía a algún bajista y justo contesté yo. Le dije: “No estoy tocando con ellos, voy yo”. Los conocía de haberlos visto en vivo. Corté y dije: “Lee-Chi, vas a tener que devolverme el bajo porque me voy a tocar con Juana”. “Hijo de puta, no, me cagás.” “¿Qué te voy a cagar? Es mío, dámelo.” Durante todo ese año que estuve con Juana, Lee-Chi tuvo que pedir bajos prestados; Juana tocaba más. Me acuerdo de haber ido a lugares a los que Los Brujos fueron después.

(...)

–De Los Brujos te autoechaste porque no sabías qué querías hacer. ¿Por qué te fuiste de Juana La Loca?

–Porque apareció Babasónicos.

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