EL LARGO CAMINO DE DAMON ALBARN
Dr. Blurkenstein
› Por Pablo Plotkin
Damon Albarn no es, precisamente, un camaleón nato, esos tipos que –caso Bowie– revuelven el ropero, escuchan unos cuantos discos y se reinventan de la noche a la mañana. A Damon las cosas no se le hicieron tan fáciles como podía sospecharse a principios de los ‘90 cuando, con 21 años, inició una carrera estelar al frente de Blur, ese aparato disecador de la cultura británica blanca. Pese a ser uno de los mejores compositores del pop inglés de la década pasada, a Albarn se le terminó pasando cierta factura –abstracta, pero contundente– por haber caído ante Oasis en la pelea bipartidista del rock hecho en el Reino Unido. A unos siete años del apogeo de aquella contienda, las realidades de ambos son casi opuestas. Mientras los Gallagher pretenden perpetuarse en el poder sonando como siempre, Damon Albarn –el Dr. Frankenstein del britpop, por artífice y por víctima– se afana en dejar de ser (o al menos parecer) aquel chico que lo tenía todo y quería un poco más.
Con menos pelo y más aplomo, Albarn interpreta con altura un rol no muy incursionado por su generación: una estrella pop “egomaníaca” que, desde un lugar privilegiado dentro de la industria, promueve y habilita espacios de expresión para artistas periféricos. La última aventura del líder de Blur y co-inventor de Gorillaz comenzó dos años atrás, con un viaje iniciático a Mali impulsado por la productora benéfica Oxfam. Armado con una grabadora DAT y una melódica, Damon zapó con los músicos locales y volvió a Londres con cuarenta horas de música grabada. La mezcló, la produjo y editó el disco –Mali Music– como el primer lanzamiento de su flamante sello discográfico, Honest Jon’s. El sello, a todo esto, es el resultado de la relación entre Damon y los dueños de una disquería de Portobello (Honest Jon’s, precisamente), especializada en world music, (confusa etiqueta, pero redituable en Londres). En esa disquería –de la que él era el cliente perfecto, por inquieto y por millonario– ocurrió su primer acercamiento a la música del oeste africano. Mali Music –que reúne, entre otros, a los celebérrimos Afel Bocoum, Toumani Diabate, Lobi Traore y Neba Solo, y que tiene a Damon y su melódica en un respetuoso segundo plano– es la concreción del berretín byrneano de un tipo que madura con una elaborada dignidad artística. “Desde el principio estuve muy seguro de que no quería ser un típico embajador caritativo –dijo Damon–, y que podía aportar más desde mi lugar de músico.” Siguiendo ejemplos como Melankolic (proyecto editor de los Massive Attack), Honest Jon’s ya publicó su segundo álbum, London is the Place for Me, un rescate de 20 calypsos grabados en los años ‘50 por los negros de Trinidad que exiliaron a Inglaterra después de la Segunda Guerra Mundial.
Lo que queda por ver es cómo influirán las expediciones de Albarn en sus proyectos pop. Gorillaz sigue siendo una increíble máquina de hacer dinero. Mientras el dibujante Jamie Hewlett pone en marcha el largometraje del cuarteto animado, el público consume más remezclas de un mismo disco. Después de G-Sides, la novedad es Spacemonkeys v Gorillaz - Laika Come Home, reciente compendio de remixes humeantes de dub y reggae. Blur, en tanto, sigue poniendo a punto su séptimo disco. Las aspiraciones del trotamundos de Damon ya se pudieron intuir en “Music is my Radar”, la canción inédita e intrascendente de un sabroso Best of... Un poco molestos por las dispersiones de su compañero, los otros Blur se atrevieron a criticar a Gorillaz en público. Damon Albarn, ex rockerito arrogante y actual artista multimedia, prefirió mirar para otro lado. No hay tiempo para esas cosas.