CRONICAS SOBRE NUEVOS ESCRITORES
Antes que nada: ésta no es una nota sobre la Feria del Libro. Es un recorrido por algunos antros de perdición literaria donde la acción de leer en público viene acompañada de una vehemente postura lisérgica y rockera.
› Por Julia Gonzalez y Juan Manuel Strassburger
Chicas y chabones que escriben sus impresiones cotidianas al tuntún y logran algunas de las mejores poesías de esta época. Noches de lectura que se parecen más a la previa de un recital under que a una añeja tertulia literaria. Novelas y relatos cortos que usan el rock, la cultura urbana, el sexo, las marcas, la mitología peronista y el habla cotidiana como contraseñas de una identidad presente. Editoriales autogestionadas, flyers, blogs, espontaneidad, mescolanza, actitud punk. Algo está pasando con la “literatura joven” (cada vez menos literaria y cada vez más joven) y va mucho más allá de círculos de vanguardia, operaciones de marketing o antologías más o menos representativas. “Ya no se necesita aparecer en un suplemento literario o publicar para que te convoquen a una lectura”, sintetiza Lucas “Funes” Oliveira, escritor y agitador clave de esta movida. Y es tal cual: las jerarquías de la academia y la crítica especializada continúan, pero lo cierto es que cada vez menos escritores (jóvenes) les llevan el apunte. Hoy más que nunca –y parafraseando a Los Auténticos Decadentes– cualquiera puede escribir. En todo caso, las premisas son otras: tener algo para decir. Y querer decirlo.
“Se me paró la pija. Me estaba lavando los dientes y de a poquito, tirando el calzoncillo para arriba, apenas rozando al principio y escaldando después, mi pija se paró (...) No soy muy agradecido que digamos. Soy, más bien, cagón. Tampoco agraciado. Y mi pija es una pijita, una cosita marroncita que no asusta ni enternece.” Así empieza Te Dije Que Estaba Bueno Buenos Aires, uno de los tantos textos-bomba del Quinteto de La Muerte, el grupo de lectura que le está marcando el pulso a la literatura joven de esta época. “El tema pasa por no subirse nunca al pedestal. No me interesa ser escritor para el busto de bronce. Son laureles que no me interesan”, se planta Leonardo “El Tigre” Oyola, autor de Chamamé (una novela con personajes de roadmovie y vorágine de rock) e integrante del Quinteto junto a Federico Levín, Ignacio Molina, Ricardo Romero y el omnipresente Funes; todos con ya varios libros publicados, y responsables de convertir al CC Pachamama en el epicentro de esta movida.
“El Pacha es el Parakultural de estos tiempos”, sentencia Juan Diego Incardona, director de la revista digital El Interpretador y autor de Objetos Maravillosos, una colección de relatos impregnada de peronismo suburbano y surrealismo stone. Su amigo y colega Juan Terranova, otra figura clave en la movida por su obra de fuerte impronta generacional (el ya icónico El Ignorante y sus novelas El Pornógrafo y la inminente Mi nombre es Rufus sobre el ascenso y caída de una banda punk rock de los ‘80), describe el clima así: “No importa quién lea, en el Pachamama nunca falta la cerveza a buen precio. Y en el baño hay un cartel exhortando a los parroquianos a mantener las normas de higiene. La movida de ese lugar, con el Quinteto de la Muerte a la cabeza, fue en un momento fundamental para la recomposición de los lazos sociales entre narradores”.
Seguro, ya existían antes ciclos de lecturas importantes (Carne Argentina, Maldita Ginebra o el Grupo Alejandría). Pero las fechas del Quinteto son las que lograron hasta ahora la mayor repercusión fuera del estricto círculo literario. “Hay una alegría en las lecturas, una celebración que me hace acordar a los fenómenos populares, a las lecturas en las plaza”, señala Matías Laje, integrante del Terceto de la Suerte (completan Ale Raymond y Mario Torres), otro grupo de lectura que nació bajo el amparo del Pachamama, pero que tuvo su prueba de fuego arriba de un colectivo. “Les dijimos: ‘el bondi está tomado’. Y salvo una chica medio cheta que le protestaba a una amiga por teléfono, la gente lo tomó bien. Les asombraba que no quisiéramos venderles nada. No lo podían creer.” Y es verdad: ¿cuántas veces nos topamos con escritores que mendigan por sus libros fotocopiados en el colectivo o en el subte? Algo interesante de estas experiencias es que justamente rompen con actitudes pedigüeñas o lastimosas.
“Nuestros libros son cosidos a mano y hechos artesanalmente”, cuenta Funes sobre Funesiana, la editorial que comanda junto a Terranova. “Los vendemos a 25 pesos. Y a los que nos piden rebaja les decimos ‘no, a 23 pesos andá a comprárselos a tu hermana’ (risas). Y lo mejor es que los vendemos igual”, grafica orgulloso. Y ciertamente no son los únicos. En sintonía similar operan los cordobeses de La Creciente, una editorial que le otorgó visibilidad a la escena joven de esa provincia (por ejemplo a Federico Falco, otro autor relacionado con la movida) de la mano de sus libros también artesanales; o los chicos de Casi Incendio La Casa (CILC), un colectivo con reminiscencias a los Verbonautas (legendario grupo de poesía y rock de los ‘90) que hace poco editó Vamos A Rockearla, un libro que es justamente eso: literatura con ojos y pulso de rock.
Pero entre las editoriales “indies” seguramente el caso de Tamarisco sea el más paradigmático. Nacieron a fines de 2006 con el objetivo de publicar autores de circulación under (Julián Urman, el propio Incardona), pero gracias a un boca en boca y una receptividad mayores a lo previsto pronto ganaron citas en todas partes. “La verdad es un misterio –confiesa, aún sorprendida, Sonia Budassi, una de los cuatro fundadores del proyecto (completan Hernán Vanoli, Violeta Gorodischer y Félix Bruzzone, todos escritores)–. No tenemos inversores, no tenemos capital, no vivimos de los libros que vendemos. Pero nos mantenemos independientes y seguimos publicando.” Lo cierto es que mérito tienen: sus libros son un ejemplo de diseño bello y cuidado.
Ahora bien, ¿este resurgimiento de la narrativa joven es trasladable también a la poesía? “La poesía nunca estuvo demasiado muerta”, afirma Al Jaramillo, poeta neuquino y agitador con Los Villancicos Vrutales, un ciclo de rock y lecturas que inauguró hace dos años cuando aún vivía en el sur. Ahora, instalado en Buenos Aires, se mezcló con los escritores locales y está participando desde donde puede, empezando por su blog Pólvora y Chimangos, para caldear un cacho la cultura. Hay que decir que una particularidad que reúne a estos poetas, más allá del rock, es la forma de escribir. Influidos por el chat, ciertos modismos y los medios virtuales, la apuesta es a la cotidianidad y subjetividad. Adrián Lauría, alias Jipi, responsable del blog Todos-esos-perros, dice que de a poco van cambiando las viejas pretensiones narrativas por otras que se amarran a lo cotidiano, que ahora se escribe como se habla y que se habla con franqueza.
“Me parece que en los últimos años hay un incremento en la cantidad de lecturas en vivo, fanzines, inclusión de lecturas en recitales y ese tipo de eventos dentro de un circuito determinado, que lamentablemente no es masivo”, dice Cecilia Martínez Ruppel, periodista de profesión y poeta de nacimiento. Ella escribe el fanzine Muerte Chiquita, donde le habla en prosa al amor, más precisamente a la falta de amor, a partir de una mirada dark. Cecilia tiene una novela inédita, Subte, inspirada en un tema de Café Tacuba, que escribió a los 20, a la que califica de no publicable, por eso la sube al blog En el Subte, luego de haber desistido de eternas correcciones. Para el Jipi, que además toca en la banda de reggae-punk Claribel Mota, todo lo que se pueda decir acerca del mundillo de las letras ya lo escribió Roberto Arlt en el prólogo de Los Lanzallamas.
“Hace rato que tengo una frase en mente, a la que todavía no pude darle un contexto”, dice el Jipi y al final la larga: “Mis amigos y yo somos todos del palo de los prólogos arltianos” (ése en el que el autor de Los Siete Locos se proclama escritor de ley por hacer de la pluma un arma).
“Soñé que Calamaro iba a ver al Quinteto/ y nos contaba que escribiría una nota/ para la versión chilena de la Rolling Stone”, recitó Ignacio Molina en una de las tantas noches del año pasado en el Pacha, en alguno de los ciclos que alberga la casona del Pasaje Argañaraz. Es A Propósito es otro de los ciclos que fusionan rock y letras en el Pacha: Flopa, Rosario Bléfari, Pablo Grinjot, Marcelo Ezquiaga, Pablo Dacal y Alvy Singer, entre otros músicos, se enredaron con las lecturas y lo ya sabido, cazuelas de guiso, humo y mandarinas. Siempre en formato acústico, porque en estos ciclos hay que hacer el menor ruido posible. Por otro lado, el Rocanpoetry, organizado por CILC, es más bien itinerante. La convocatoria puede ser en el Pacha, en Espacio Plasma o en Morón, da lo mismo. Allí estuvieron Joe Palangana, Aldo Benítez, Julieta Rimoldi, Fútbol y Gabo Ferro, entre otros.
Reflexiona Oyola: “Nuestra generación no puede evitar las influencias que tienen sobre nosotros el rock, el cine o la televisión. A mí me pasa que pienso: este capítulo tiene que sonar como ese rap del Dante o tiene que tener la fuerza de Springsteen”. Esa influencia se nota, por ejemplo, en la forma en que la mayoría encara las lecturas. Terranova, por ejemplo, le da importancia a la actitud y sostiene que el que lee con voz de poeta, perdió. “A mí, cuando leo, me gustaría sonar como una buena banda de garage. Pero en mis mejores momentos, y si logro emborracharme antes de agarrar el micrófono, sueno como una banda dark de los ochentas cuyo tecladista se está muriendo de sida y no lo sabe.”
¿Sorpresa? No tanto. Si algo tienen en común la mayoría de estos escritores y poetas es que cuentan con una cultura rock omnipresente, casi invisible. Y, tal vez por eso, determinante: “El rock puede verse sólo como género musical, lo cual no comparto porque ya dejó de existir en forma pura, o como una actitud respecto a la vida, supongo. Esta actitud rockera se transmitiría a todas las actividades que uno realice. Mi escritura es definidamente rockera, soy rockero, no hay nada que pueda hacer para evitarlo”, dice Sebastián Matías Oliveira, participante de los ciclos Rocanpoetry y autor de Antipoemas y Presente Gourmet, de donde se extrae este texto con reminiscencias a Cromañón: “Doy mi primer seca y toso, obviamente. Y una vez adentro estar reloco era tener los ojos rojos. ¿Cómo tengo los ojos? ¿Tengo los ojos rojos? No había tanta luz pero sí banderas y estruendos. Bombas y luces de humo, lo normal. No me avergüenzo”.
Al Jaramillo cuenta que cuando hizo los últimos Villancicos Vrutales había un montón de pibes que fueron a ver a Ruido Explícito, una banda de punk made in Neuquén, y que muchos de los que allí estaban por la banda se quedaron a escuchar las lecturas. Hacia el final de la noche se podía ver al skater que pedía silencio para poder seguir escuchando a los escritores. “Esas cosas son realmente extrañas porque me hacen pensar que mi ciudad puede estar convirtiéndose en la próxima Seattle”, se entusiasma. “El rock es una influencia clara”, cierra Cecilia y compara la escritura con el ritmo y la musicalidad que el escritor japonés Haruki Murakami adjudica a las letras.
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