NO RURAL > PEQUEñA HISTORIA SOBRE EL ROCK Y EL CAMPO
Si se da por buena la hipótesis de que el rock es un fenómeno urbano, no hay sorpresa en ver que en la inmensa mayoría de los casos, los vistazos sobre el campo en las canciones rockeras son echados desde lejos. Es el campo mirado desde la ciudad, con el conveniente resguardo que brindan centenares de kilómetros de pavimento y un puñado de peajes. El entorno del rock es más rico en actores metropolitanos (colectivos, veredas, multitudes, policías) que en agentes rurales (arados, silos, rebenques, gallineros). Es cierto que cierta escenografía rural supo acompañar las composiciones hipponas de cuando el rock argentino todavía era “rock nacional”, con el añejo himno setentoso Mañanas campestres, de Arco Iris, a la cabeza. Veinte años después, Babasónicos bautizaba Pasto a su álbum debut, reconvirtiendo ese utópico living a cielo abierto que sugería el hippismo. Y aludiendo –al mismo tiempo– al suelo rural y a todo aquello que la agricultura puede aportar a la experiencia psicodélica (apuesta que Kapanga simplificaría al llamar Botánica a uno de sus discos). Más frecuente resulta que el rock asocie la idea de “campo” a la de una fuga liberadora de las opresiones de la urbe, como Querido Coronel Pringles, de Celeste Carballo, o –menos ingenuo, pues incluye el desencanto– el Rap de las hormigas, de Charly García, que empezaba con un ilusionado “Vamos al campo, a descansar”, hasta que se daba cuenta de que extrañaba la seguridad del cemento: “No me banco las hormigas, yo me vuelvo a la ciudad. Ah”. La otra mirada posible es la del campo como símbolo de “auténtica argentinidad”, disciplina en la que el disco de Almafuerte Pampa y Toro se cuelga la cucarda (medalla para el toro campeón) más grossa. Aunque eso de asociar autenticidad artística con la actividad económica tradicional del país natal del artista es discutible, o en todo caso, le pide demasiado al concepto de autenticidad: una canción sobre el planeta Marte no podría ser “auténtica” jamás (o al menos, hasta que la Nasa plante un cantautor-astronauta en el circuito under marciano). Pero a no dudarlo: tanto el agro como las vacas –las veas como nobles mamíferos o como jugosas tiras de asado– pueden habitar una canción del rock. Y no de necesita certificado de autenticidad alguno, ya que de todos modos, cualquiera que le cante una canción a una vaca (las penas son de nosotros) sabe que quien va a escucharla va a ser un homo sapiens.
Pobrecitas vacas viajan como ganado,
y nunca van a ganar.
Miran hacia el horizonte como quién mira
al horizonte, nomás.
Y digo wah-wah... es el rock del ganado.
Es el rock de los que nunca van a ganar.
35 vacas para un solo toro,
¡qué fantasía sexual!
De la tranquera para afuera mandan ellos;
pero en el tambo, mamá.
Tengo una amiga que se fue a vivir a India
y ahora la pasa genial.
“La gente te quiere, te hace sentir distinta,
nadie te quiere morfar.”
El futuro del planeta son los terneros,
que les vamos a dejar.
Llenemos de bosta la parrilla del dueño
de la Sociedad Rural.
Y digo wah-wah... es el rock del ganado.
Es el rock de los que nunca van a ganar.
* Letra de Javier Aguirre en su disco Rock del ganado (‘03)
(¡Autobombo legüero!)
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