Jue 22.08.2002
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“SABADO” Y ESA COMPAÑERA, LA FAMA

Acariciando lo áspero

› Por Pablo Plotkin

El detonante argumental de Sábado es un choque de autos. Un choque más bien bobo, de mediodía nublado, y entre los conductores involucrados no genera ninguna reacción violenta. Así es como se dieron los choques en la vida del director Juan Villegas: pequeños, amables, pacíficos. Y así es como decidió desencadenar la trama de su opera prima, que se estrena hoy en Buenos Aires después de pasar por varios festivales internacionales. El encuentro con un famoso (Gastón Pauls, haciendo de Gastón Pauls) y lo que puede ocurrir cualquier sábado plomizo en Buenos Aires si alguien decide hacer random con seis personas más o menos interesantes.
Crítico de la revista El Amante, Villegas (30 años) empezó a rodar Sábado en octubre del 2000. “La terminé rápido, considerando los tiempos del cine independiente. En enero ya tenía un montaje y en abril se proyectaba al público en el Festival de Cine de Buenos Aires.” Pasó por Venecia, Rotterdam, La Habana, Londres, Montevideo, Nantes y otras ciudades. “El circuito de festivales me ayudó a calmar las ansias del estreno”, explica Juan, que empezó a pensar Sábado a partir de una anécdota personal: toparse con Gastón Pauls dos veces en el mismo boliche. El conflicto de ese personaje (ser famoso) no era un asunto que Villegas quisiera abordar con total seriedad, pero para Gastón la cosa era distinta. Dice Villegas: “Existe esa dualidad: el famoso que se queja de la fama, pero al rato compite a ver quién es más famoso. Es algo serio que yo decidí llevar a la comedia. Pero, en algunas cosas, Gastón se sintió bastante identificado. El se lo tomó más en serio que yo”.
Juan define su película como “una reflexión sobre las coincidencias y el azar”. En todo caso, Sábado consigue construir su espacio privado dentro de una Buenos Aires enrarecida y a la vez familiar. Sin esquinas reconocibles y con una profundidad de campo acotada, Villegas sitúa el relato en los márgenes internos de la Capital, donde las fondas, las peluquerías y los quioscos languidecen en el anonimato. Los personajes se entrecruzan casi aleatoriamente e intentan comunicarse, aunque pocas veces lo consiguen. Desde la comedia, Villegas plantea su reflexión: “Recuerdo verme enfrascado en diálogos en los que no sé ni de qué estoy hablando. Cuesta comunicarse. El cine no muestra mucho eso, y yo decidí mostrarlo hasta el absurdo. Es divertido, pero a la vez angustiante”.

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