Jue 05.06.2008
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AGUAS(RE)FUERTES

Pocho

› Por Mariano Blejman

El felino anda de recorrida por los pueblos perdidos del Litoral, casi olvidado, él, intentando el reencuentro consigo mismo: pantalones de cuero brillante ajustados hasta el bulto, cadenitas recorriéndole la cintura y el pecho, una sudadera aceitosa que muestra los kilos de más como si se tratara de un fiambre mal embalado, campera de cuero, el clásico peinado fierita de cancha, chiva trasera, cara cuadrada, olor a Boogie, el aceitoso. Destila perdición. Así aparece Pocho la Pantera en la disco-pub Chocolate de Gualeguaychú, a eso de las 3 de la mañana, cuando la noche pinta para el olvido. Un hombre petacón de baja estatura –¿es su hijo?, ¿su chirolita?– se queda a un costado del escenario y le mantiene las letras con la mano, haciendo de atril, mirando para otro lado (la escena lo requiere): cualquier imagen recordada en Cha cha cha, Todo por dos pesos o Peter Capusotto, le queda chica a la escena. Pocho arranca con una versión inigualable de A mi manera de Frank Sinatra, mientras el chirolita cambia de página. La disco Chocolate es el único lugar no-teen de la zona, y aquí moran cada noche los expulsados de la cultura joven, o los que andan por el pueblo con espíritu antropológico, mientras afuera el campo se está terminando un asado para festejar el lockout agrario. Por módicos veinte pesos la persona, entre proto-ratis de capocha despejada y panzas bien preparadas para el frío, y mujeres de dudosa intención con su adláter, Pocho la Pantera se convierte en un imán irresistible: caras alla Cartoon Networks, impostaciones asombrosas, la pose sobre tablas no da respiro, el gritito arengador es motivador. Las extensiones sobre los hombros, la pelvis prominente y una busarda decadente pintan de cuerpo entero al luchador que corre detrás de la línea blanca. Al final, medio como al pasar, con esa risa de Colgate permanente, Pocho dice que el 5 de julio dará un show en el Luna Park (¿?), y queda la sensación de que la imagen del cuartetero que canta Rosa Rosa de Sandro con el atril de chirola, apuesta a proponerse como alguien que tuvo su tiempo y sigue siendo alguien, o –lo que es peor– propone seguir siéndolo, pero allá lejos, en una tierra inalcanzable, en un tiempo confuso, en un presente espantoso.

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