CELEBRACION
› Por Veronica Gago
¿Quién puede decirnos que se va a comer todo nuestro dolor? Sólo la voz impersonal de una noche de fiesta. El recital del Indio Solari del sábado pasado en Tandil fue una nueva puesta en marcha de una máquina de la celebración que se reinventa cada vez: el inicio de un viaje –de desplazamiento literal e intensivo–, la ocupación de una ciudad que empieza a cantar desde la mañana, la alegría de la complicidad anónima con miles y miles y, sobre todo, el desafío corporal hacia quienes siempre sospechan de la fiesta, o simplemente le temen, o advierten que tiene en su dobladillo la inminencia de la catástrofe.
Las presentaciones de Solari de este año se han convertido en un ritual al ritmo de las estaciones: un recital cada tres meses (ya han sido los de otoño e invierno y vendrán los de primavera y verano). Esta segunda presentación de Porco Rex, su segundo disco como solista (junto a su banda Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado), fue una cuidada puesta en funcionamiento de ese andamiaje: la poca presencia policial y el enorme hipódromo tandilense donde se realizó el recital permitieron desplazarse a gusto a las más de cincuenta mil personas presentes, de las que el propio Solari estaba atento cuando se apretujaban demasiado frente al escenario.
La fuerza de un himno multitudinario como el tema Juguetes perdidos, que convoca su propia escenografía de bengalas rojas, prendidas por los fans en ese gran espacio al aire libre (¡¿?!), y el movimiento del pogo de Ji ji ji es la experimentación de poder colectivo físico-político más verdadero para muchas generaciones; sobre todo porque también permite exponer la propia fragilidad sin miedo. La fiesta, en este sentido, es también conjura.
La poética del Indio –cada vez más calma y filosa– se combina con el espíritu salvaje ricotero en un baile que en quien lo acompaña abre un paralelismo sensible: un protagonismo de masas, con una letra complejísima, de decodificación múltiple y celebración íntima.
Después de la marea Ji ji ji, y en medio de la niebla, el Indio dio la próxima cita: el 27 de septiembre en San Luis. Tras esa invocación al próximo encuentro, la salida fue una enorme marcha en silencio, que inundó de nuevo la ciudad bonaerense. Y este calendario –el de la fiesta que crea su propio tiempo– es uno de esos placeres que quedan sin dañar cuando todo el sueño queda en manos de pavotes.
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