Jue 24.07.2008
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LA REVISTA DESDE ADENTRO, DE LA VILLA 1.11.14

Contra la idea de “The Argentine Favela”

Con la intención de producir noticias con perfil propio y sin los preconceptos de los medios tradicionales, un grupo de vecinos del barrio de Bajo Flores edita la revista Desde Adentro, que imprime tres mil ejemplares.

› Por Cristian Vitale

En un recodo de la 1.11.14, las últimas hojas de un sauce bajan, pero no llegan a tapar el grafitti del frente: ¿qué está pasando con la unión en el barrio? Es un sábado a la tarde, hay sol y la casa con techo de chapa, frente de cemento, recibe mucha gente: es el comedor de la casa 128, manzana 26. Si se mira hacia el sur, se ve la tribuna visitante de la cancha de San Lorenzo; en cualquier otra dirección, lo que se ve es gente escuchando cumbia o chicos jugando a la pelota, pero sin chalecos antibala. Viene al caso: aquí dentro, cada sábado se reúne el staff completo de una revista hecha por y para los vecinos del barrio... se llama Desde Adentro, y la nota central del segundo número es, precisamente, un impecable escrache gráfico.

Ocurre que, hace poco, un informe televisivo emitido por América 2 (Documentos América) fue premiado en el New York Festival por mostrar a este barrio como “eclipsado por el narcotráfico”, bajo el rutilante nombre de The Argentine Favela. El informe, que el equipo de Desde Adentro se encargó de bajar a papel, exporta al exterior una imagen pésima del barrio. Facundo Pastor, conductor, lo presenta como uno de los lugares más peligrosos de la Capital y, en el medio, se manda dos grandes cabronadas en una: “Los chicos me dejan jugar con ellos, con chaleco antibalas, por supuesto (...). Algo teníamos que ofrecer para quebrar la desconfianza de los pequeños soldados narcos” (¡?). “Los chicos acá no juegan a la pelota con chaleco antibalas, juegan normalmente, con o sin botines, descalzos o no. Lo desconocido siempre es discriminado, siempre se supone que...”, es la respuesta de Estefanía, unas 300 veces más lúcida que Pastor y todo el equipo de Documentos América junto. Y vive en la villa.

Lo que hizo el “equipo” de Desde Adentro –que jamás registraría ningún yanqui entregador de premios, claro– fue eclipsar cada zoncera periodística con una reafirmación de autoestima. A las suposiciones morbosas le opusieron un “al fútbol se juega sin chaleco y sin pañales” (impecable); a eso de pequeños-soldados-narcos, un “condenás a nuestros niños”, también ejemplar. Y a otro lugar común del medio pelo (“a la villa no entra nadie, ni siquiera el progreso”), una certeza que se nota con sólo recorrer los pasillos: “Cemento, ladrillo, chapa y esfuerzo. ¡Eso es nuestro progreso!”. Porque en la famosa Villa del Bajo Flores, pese a los problemas sociales y económicos que puedan existir –incluso heavies– es básicamente un hábitat más dentro de la geografía porteña... donde viven, trabajan, aman y la luchan más de 60 mil personas. Algo que nunca vas a entender si te come la media televisiva argentina, algo así como la traducción del imaginario de la clase media a pantalla chica.

Al punto, entonces. Agustín, uno de los coordinadores del proyecto, no tiene que esforzarse demasiado para que el comedor-redacción se llene. Apenas se mueve dos cuadras para buscar a Estefi, que estaba en un cumpleaños, mientras el resto ya ocupa las 20 sillas del patio interno. Circula el mate, alguien llega con torta frita y el grabador del NO está en el centro, equidistante de todos. “Tratemos de hablar fuerte, así se escuchan todas”, grita Agustín. Están Naty y Sole que, como él, forman parte del colectivo social La Chispa; hay dos estudiantes de Antropología (Inés y Julieta); y el resto vive en ese lugar que Documentos América demonizó para codearse con la CNN, la BBC, el Current TV, la Canadian Broadcasting Corporation y la mar en coche.

Marcela y Ana María, conductoras del programa sobre chicos con capacidades especiales (Volver a empezar), que va por la radio del Bajo; Iván, viejo militante del barrio que da clases de apoyo escolar, Liza, Marcela, Estefanía, Cintia, Blanca, Julia... “La idea es que se enteren de lo que hacemos en otros lados, quizá podamos juntarnos y armar algo más grande. La revista, además, profundizó la amistad y la confianza entre nosotros. Hasta los chiquitos opinan en los talleres”, cuenta Ana María.

La revista vio la luz en noviembre de 2007, bajo un eje esencial: fortalecer los espacios de articulación entre los comedores comunitarios de cada barrio, para compartir experiencias y modos de construcción. “En Capital, hay unos 400 centros, que son como los corazones del barrio, porque por ellos pasa gran parte de la vida social de los vecinos. Hace años se viene discutiendo una ley que regule los centros en reemplazo a una vieja ordenanza, que ya no representa a las actividades actuales”, explica Agustín. En el número debut, se hace un pedido explícito de la normativa, pero además figuran entrevistas a Argelia Monte, referente del comedor Los Humildes Primero, de Villa Soldati; a María del Rosario Arias, de La Chispa, y un punteo de inquietudes colectivas (nacidos en los talleres) que explica la causa de ciertos problemas: la exclusión, los “negocios” del alquiler, el abuso policial, la discriminación, el maltrato, la mala alimentación, los salarios bajos.

A slogans mediáticos como “La villa es un aguantadero de delincuentes”, ellos le oponen un “Todos luchamos para salir adelante y cambiar la situación en que vivimos”. Agrega Agustín: “Un gran objetivo es tener una mirada alternativa, hecha por los vecinos; dar las noticias que pasan en el barrio con una mirada propia, que los monopolios mediáticos no muestran”.

En el segundo número (tres mil ejemplares, mayo de 2008) el foco está puesto otra vez en el estigma “villa-delito-drogas”, y el efecto que provoca en los vecinos. “Por detrás de las adicciones hay necesidades sin respuestas. Hay desigualdad, falta de contención y de oportunidades”, se lee en el editorial que engancha con la entrevista a Vilma Acuña, del comedor En Hacore. “Somos el primer caso en la Argentina que logró que un narcotraficante fuera preso (...) la policía protegía a ellos. Recibíamos amenazas”, dice una de las máximas referentes sociales de Ciudad Oculta. Y da en el punto exacto. “Acá, el chico tiene hambre y la mamá le dice ‘no hay nada para comer’, entonces, ¿cómo se cría ese chico? Vas a la casa y tiene piso de tierra; la madre cocina a leña lo que consigue, a muchos chicos se les inunda la casa cuando llueve. Ese pibe crece y (recién) ahí dicen ‘es delincuente porque consume drogas’.” Hay un informe sobre las madres en lucha contra el paco, y comics –onda método Freire– que instan a la unión y la participación de los vecinos en problemas comunes. “El objetivo de esta revista es buscar el cambio, uno solo no puede hacerlo, por eso necesitamos la unión”, opina Estefanía.

Con el mate lavado y las tortas fritas en baja, los periodistas villeros se animan. No paran de hablar. Cintia, fundadora del comedor más antiguo del barrio (Niños Felices), se queja de la “corbatería” de los funcionarios inauguradores, cuenta la cantidad de baldíos que recorrió para que se construya la Escuela 23 y denuncia que Macri le bajó la cortina. “No se puede hablar, no nos reciben... lo del campo les vino bárbaro”, ironiza; Julia cuenta cómo participó del armado colectivo de uno de los editoriales durante uno de los talleres; Iván dice que los comedores reemplazaron el trabajo que antes se hacía en las Unidades Básicas; Julia, que hay muchos jóvenes de pie, y Sole se quedó pensando en The Argentine Favela. “Los jóvenes ‘peligrosos’ del barrio están sentados al lado tuyo... ¿viste lo que son?”

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