DISCO ESCULTURA, LO “NUEVO” DE CALLEJEROS
› Por Mariano Blejman
Como supo escribir el pensador Cristian Vitale en páginas de este diario por un tema mucho más naïf, la tolerancia tiene un límite. La salida a la “calle” de los trece temas del último disco de Callejeros, Disco Escultura, días antes del show que dará el sábado en Córdoba y un par de semanas antes del comienzo del juicio oral (empieza el 19 de agosto), es otra muestra del desprecio de la banda del Pato Santos Fontanet por su público, de la incapacidad del músico procesado de intentar una autocrítica aunque ésta tenga consecuencias penales, y del oportunismo propio de quien, desde la muerte de 194 jóvenes en la fatídica noche de Cromañón, sólo ha pensado en cómo hacer para salvarse, ya que ni pudo salvar a los suyos.
Porque –como desnudó este suplemento hace unas semanas– mientras cientos de jóvenes viven un proceso de “malvinización” por su condición de “sobrevivientes” del incendio de Cromañón, mientras las esquirlas invisibles, adheridas a los pulmones de los que apenas pueden respirar, siguen ahí, mientras se prepara el juicio que seguramente los dejará mal parados, Fontanet está preocupado por otros menesteres que la fama de un humo negro le ha otorgado.
Cargado de un cinismo desbordante, en el primer tema, Guiños, Fontanet habla de los sobornos (cabe recordar que el cantante está procesado por este asunto): “Se perdió el Sr. Soborno / y todos lo están buscando, / allá por los Tribunales, / hay guiños por todos lados”. La reflexión ombliguista junto al saxo básico de El espejo: “Cada vez que te puedo ver, te pido que no te alejes” o “Ni productor, ni político, cantante elegiste ser”, la declamación de coraje en La canción: “Soy la canción que acompaña al valor”, son muestras de ello.
Sin sátira alguna, Fontanet espeta en Rehén: “Que la gilada me deje / de llamar Fontanet / en vez de Santos Fontanet. / que la papada no me crezca más”. Vaya preocupación artística. Más adelante sigue: “No existe mayor verdad / que mirarse a uno mismo”. Queda es un tema insulso, pero en Más allá Fontanet abre el paraguas sobre el futuro inminente: “Los testigos falsos de la injusticia, ya la van a pagar”. En Siempre un poco más dice: “Cuánta policía / cuánta caravana / cuánto estúpido hablando de rock”, lo cual no deja de ser cierto, mientras que El ignorante esboza un infantilismo en un juego de palabras que sólo pretende confundir: “El ignorante soporta maldades. / Los otros ignorantes, que no entienden del perdón como cobardes, y el corazón junta valor, ignorando lo que tiene que ignorar (...) La sociedad nos va a ignorar, corrompiendo así nuestra realidad”. Momento: ¿la sociedad los va a ignorar, corrompiendo la realidad de quién? ¿Quién estaba arriba del escenario? ¿Quién metía bengalas dentro de los bombos de la batería? ¿Magoya?
Como sea, el sadismo tiene límites insospechados. Fontanet usa Lo que hay para “denunciar” su situación embargada, y el oportunismo –lo cual es cierto– de sus productores musicales. Fontanet canta que “Señales [su disco anterior] sale $ 60 / y yo no cobro una mierda. / ¿Será por eso que hablo y no me callo la boca? / ¿Será que estoy mal comprado? / ¿O sólo soy otro idiota?”. Hasta donde puede saberse, el embargo sobre Callejeros es un amparo judicial ante la inminente posibilidad de que tengan que pagar cuantiosas cifras indemnizatorias y costosos procesos legales, en caso de que la Justicia los encuentre culpables. Y, hasta donde este cronista sabe, estar procesado –aunque no condenado– no es motivo de orgullo alguno.
La ternura de Canción de cuna para Julieta tiene, en cambio, una frase trágica: “Así la vida quizá nos pide perdón”, escribe Fontanet, y entierra la posibilidad de la autocrítica. Si querés que sea yo destella crónica periodística: “Tener causa en Argentina es sin duda / lo más ruin que te puede pasar. / Será por eso que el rock me alimenta, / será por eso que toda esta farsa / no lo pudo comprar”. La victimización del rockero infame llega incluso hasta Pompeya, último tema del disco que evita lo inevitable: “Saliendo por alma fuerte y mi pena / esquivando a la gente que duerme ahí / calle de adoquines testigos del ayer / pasan carretas fantasmas de la noche”.
La postura del músico es engañosa: la denuncia retórica sólo sirve para enarbolar banderas de algo que no hace. El mundo se le derrumbó varias veces y Fontanet, en cambio, no puede dejar de mirarse al espejo. Los muertos, los malvinizados, los suicidados, los padres que esperan algo del flautista de la muerte, desaparecen ante el discurso victimizado del cantante cuyos adláteres presentan como en etapa de madurez. Por lo visto, como viene la mano, ya va a tener tiempo de dedicarse a él en serio.
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