AGUAS(RE)FUERTES
› Por Julia González
Calle Garmendia, justo enfrente del cementerio de Chacarita. El paredón amarillo impide la vista de los fiambres, pero estimula las fantasías de la muerte. La invitación dice: “Comeremos y beberemos mientras escuchamos el disco nuevo de Palo Pandolfo”. O algo así. A esa altura de Garmendia no hay nada más que una persiana cerrada y nada que dijera “es acá”. Pero una puerta se abre con un llamador de campanas. La chica de prensa recibe con un beso a cronista y fotógrafa. “¿Quieren tomar algo?”, pregunta. Traen café con leche y unas vituallas agridulces para acompañar. Cronista y fotógrafa están contentas con su merienda. Palo está sentado en una mesa contestando preguntas de un periodista. Es cordial y habla, le cuenta detalles del nuevo disco, del porqué de la elección de la diversidad de ritmos, todos distintos y pegaditos uno tras otro. Un reggae, una cumbia, un tango o chacarera, una canción dulce, son los genéricos que se reúnen en Ritual criollo. Pasadas las cinco de la tarde, el llamador suena a cada rato. Todos son hombres. Periodistas, músicos, managers. Cada cual pide su merienda, gaseosa o café y se disponen a escuchar el disco. Afuera hay sol y Confesore vaticinó 26 de máxima en el cable. No obstante, las persianas llegan al piso y adentro las luces están encendidas. También el aire acondicionado. Palo termina la entrevista y se presenta. Saluda a cada uno de los periodistas y lleva adelante la escucha del disco. Se ubica frente a los monitores, donde percibe de lleno el sonido. Empieza el track uno y mueve la patita. Todos escuchan atentos su registro desafinado, marca registrada de Don Cornelio y La Zona y Los Visitantes. En un vaso de whisky toma gaseosa, borrando toda imagen que cualquiera de estos periodistas tiene de los mejores ‘90, cuando se lo veía a Palo tras bambalinas darle un beso a una botella de scotch. Aquellos finales de Los Visitantes, con un Palo desbordando transpiración de su melena rulienta, abrazando de pie su guitarra acústica y él, enérgico, a los gritos Luz de mis ojos, tengo un antojo, leche de mi sexo. Y el público, que seguro es el mismo que hoy añora aquellos años de rock, cantando a capella, tapando su voz, aplaudiendo, bailando, parado, fumando, tomando. Y Palo despidiéndose, yéndose quién sabe a dónde, cuando todavía Buenos Aires era, para la cronista, ¿para Palo?, el lugar perfecto para deambular.
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