CHINO VENí - SUB-SUPLEMENTO OLíMPICO
En el día de la inauguración de los Juegos Olímpicos, la marca de ropa y zapatillas dejó atrás viejas rencillas ideológicas y comerciales con el gigante comunista, para dar rienda suelta a la sojización argentina. Un cronista del NO salió frito; otro cronista del NO salió con fritas.
› Por Facundo Di Genova
Acá somos todos amigos. Atrás quedaron las disputas e indemnizaciones por las zapatillas truchas que tres empresas chinas reprodujeron por cientos de miles y exportaron a todo el mundo, y desde luego se desvaneció en el aire el enojo del gobierno popular con la multinacional que lanzó un spot deshonrando a un karateca, sin contar que ya nadie recuerda el dato que tiró Naomi Klein revelando el funcionamiento de las fábricas de sudor en el Sudeste asiático. Ahora, Nike y la República Popular de China son amigos: los Juegos Olímpicos de Beijing liman diferencias y hermanan pueblos, pues hay una fortuna lista para levantar con pala (mecánica).
Con una virulenta campaña, la marca de la pipeta presentó su nueva línea de ropa urbana inspirada en la filosofía del deporte, llantas de doscientos dólares incluidas, que bien sirven para bailar toda la noche sobre las nubes como para fumar uno tranqui en la esquina con los pibes. En lo que podría leerse como un homenaje a los millares de trabajadores que fabrican sus zapatillas, Nike eligió el Barrio Chino de Belgrano, lugar donde inauguró un local exclusivo por tiempo determinado, justo al lado del escenario que levantó para desarrollar la fiesta, sobre la calle Arribeños, con motivo de la inauguración de las Olimpíadas: desde el mediodía del viernes y hasta la madrugada del sábado deambularon por ahí diplomáticos y funcionarios del PCCh, genios del marketing de guerrilla, dragones desempolvados para la ocasión, famosos supercool y miles de porteños que dejaron atrás su xenofobia genética para sojizarse en aras de la diversidad cultural.
Tamaña fiesta no podía contar sino con la presencia de dos cronistas de este suplemento, que trabajaron (bah, es una forma de decir) día y noche para desentrañar los tips (palabra pelotuda si las hay) de la feria gastronómica que cautivó con sus raros manjares a los gentiles porteños.
—Qué buenas gafas loco–le dice el NO, hacia el mediodía, a uno que anda deambulando por ahí con sus amigotes.
—¿Te gustan, loco? Las compré acá, enfrente–dice, y señala un local de chucherías chinas.
—Cuarenta pesos: diez pesos más que en Nueva York, allá salen diez dólares.
—A pleno, loco; o sea, son para la discoteca, porque ves bien lo que pasa, se ve todo.
Dante Spinetta no se quitó las gafas en todo el día (y cantó con ellas a la noche): una especie de marco de plástico negro con dos papas rejilla a modo de lentes por entre las que se puede ver la realidad cortada a juliana, lista para echar al wok.
A eso de las 20, el local de Nike estalla. No entra más nadie y la gente se amucha en la puerta; pero un cronista del NO logra colar, y el otro queda afuera.
—¿Qué hay adentro?–pregunta el cronista discriminado, por entre las rejas.
—Muy buena comida china, y mucho vino. Vení, probá entrar de nuevo.
—Nada.
—Entonces no. A ver un trago–pide el cronista de afuera, y el de adentro le pasa una copa con el elixir de Baco por entre las rejas.
Combustible necesario para hacer la gran Anthony Bourdain: a probar cualquier cosa de la feria que parezca comestible. Aquí va: empezamos por un clásico, empanaditas primavera (cuatro por $ 6), aceitosas y crocantes, muy buenas. Pollo frito embrochetado ($ 3), una delicia; chicles de pizza ($ 4), demasiado exótico; carne de soja frita con palito ($ 3), interesantes; redondas empanadas de verdura y carne (vaya a saberse qué carne), bien fritas ($ 1,50), sabrosísimas. Para tomar: té rojo con leche y gemas ($ 7), ningún chino sabe decir de qué están hechas esas gemas. Mientras, uno te escribe tu nombre en mandarín por $ 2. De postre: Hon Top, alfajorcitos chinos de crema pastelera y porotos violetas, de nombre Aduki (tres por $ 5), el cronista no se anima a entrarle.
La fritata dulce y salada que inunda el barrio se mezcla con la exquisita fragancia del pato dorado a la salsa de soja y con el olor de las aguas negras y servidas que hay entre el cordón de la vereda y la calle, que los funcionarios chinos vienen combatiendo desde 2003, sin mucho éxito, configurando un perfume por demás inquietante.
Entrada la noche, desde arriba del escenario, dice Dante:
—El que no baila es policía, loco.
Un policía mueve la patita.
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