IGUAL, TODO BIEN
¿Premonición? La nota de tapa del NO de la semana pasada, que indagaba en (y jugueteaba con) las tipologías de las tribus urbanas del actual milenio, ganó una inesperada significación a partir de la pelea desatada el domingo último entre emos, floggers, cumbio-hip-hoperos en el shopping Abasto, que terminó con una veintena de adolescentes demorados por la policía y derivó en un centenar de debates radiales y televisivos, en su mayoría, de alto nivel de pedorrez. La gresca shoppinguera duró apenas unos minutos: pasadas las cuatro de la tarde, cual Washington Square Garden un sábado a la tarde, dos móviles policiales buscaban agresores (con una buena cantidad de collares, gorras y zapatillas presuntuosas) que pululaban los alrededores del shopping Abasto (ahora lo que está en juego es el espacio de consumo), e intentaban propinar golpizas consistentes a los floggers (emos había muy poquitos, en realidad) que lo único que querían era bailar en el McCafé y sacarse fotos, muchas fotos.
Pero sus repercusiones empacharon noticieros y programas de interés general durante días. Cuando todavía no se había escrito el último post en los fotologs de los floggers, ni se había alisado el último mechón emo, ni se había afilado la última rima cumbio-hip-hopera, los teléfonos de la redacción del NO empezaron a arder: distintos programas de radio buscaban con prisa periodística expertos en emos y floggers (¿emólogos, floggerólogos?) que pudieran explicar el fenómeno a señoras horrorizadas, morbosas, ávidas de condenar adolescentes por sus peinados, sus nicknames y su escasa diplomacia para dirimir diferencias intertribales. Lamentablemente, nadie llegó a atender.
El escenario de la contienda, un centro comercial, hizo aún más atractiva la cobertura: veteranos militantes en la Quinta de San Vicente, veteranos manifestantes en Plaza de Mayo o veteranos barrabravas en la playa de estacionamiento de una cancha; vaya y pase. Pero... ¿adolescentes en un shopping...? Ya no hay respeto ni por la sociedad de consumo.
Qué feo si esta anécdota violenta termina estigmatizando a emos y cumbio–hip-hoperos ante los ojos (siempre firmes junto a la tele) del resto de la sociedad. Porque es como todo: hay emos buenos y emos malos. No hay que meter a todos los flequillos bajo la misma planchita.
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