ENTREVISTA A LOS DIRECTORES DE INCOMODOS Y LOS PARANOICOS
Gabriel Medina y Esteban Menis filmaron sus aldeas para hablar de una generación cargada de miedos y amistad, con la música como motor vital para sus personajes, para ellos mismos y para el cine con el que sueñan.
› Por Federico Lisica
“¿Y vos cuántos años tenés?”, le pregunta Abril a Nicolás. “Siempre siento que me querés decir una cosa que no me terminás de decir”, rezonga Lucía frente a Gauna. Aunque no lo expliciten, todos los implicados apenas pasaron la barrera de los 30 y la manera en que se relacionan con el otro distan de lo supuesto para los de esa franja. Lo mismo sucede en su presente: para la mayoría sólo hay empleos inocuos, ilusiones personales truncas, amores que no cuajan y un aislamiento a punto de estallar. Si entre los personajes que pueblan Incómodos y Los paranoicos existen menos de seis grados de separación, entre sus creadores la distancia es aún menor. Esteban Menis y Gabriel Medina se conocen de sus años de cursada en la Universidad del Cine. Al reencontrarse para la entrevista se dan un fuerte abrazo, cruzan palabras sobre los amigos en común, y se disponen a hablar de lo que los motivó a contar historias muy cercanas. Tan próximas que Menis juega a ser Luciano en un cameo de su debut (o casi, ya que El transcurso de las cosas se mantiene inédita), y Medina no duda en declarar sobre su ópera prima: “La película soy yo”.
Gabriel Medina: –Mi película surge como una pulsión interna, muy fuerte, que es hacer cine. Más que de una idea, nace de un mundo y unos personajes que casi no estaban contados en el cine argentino. Quería retratar y angular un espejo apuntando a la gente que conozco, a los amigos de amigos y a mí mismo.
Esteban Menis: –Es cierto lo que decís, no hay algo tan puntual que te lleva a crear, aunque Incómodos se gestó a partir de un recuerdo. De chico iba a Miramar con mi familia y siempre me llevaban a una pista de karting. Dejé de ir por unos veranos y cuando volví le digo a mi vieja: “Llevame de nuevo al karting”. Pero ya no entraba en los autitos. Me di cuenta de que algo malo había ocurrido, era el principio del fin. De ahí viene lo de estar incómodo, como un niño en un cuerpo de adulto.
G.M.: –En realidad traté de pintar mi aldea, como en el famoso dicho. Si logré eso, no lo sé. Pero puse personajes que, por ejemplo, escuchan la misma música que yo. Intenté encuadrar a partir de cómo veo las cosas y cómo las ve otra gente. A partir de ahí trasciende el mote de película generacional. No partí de ninguna premisa, excepto por el título. Nicolás Gueilburt, el otro guionista, y yo somos muy paranoicos; siempre estamos pensando conspiraciones y nos cagamos de risa de eso. Lo de paranoico, más que con una patología, tiene que ver con una forma equivocada de ver el mundo, en el que tu mirada pesa muy poquito y toda tu vida se pone en función de los demás, con un gran ojo por detrás... George Orwell, 1984. Este mundo es opresivo y es prioritario construir tu propia realidad. Aunque a veces está bueno ser paranoico, porque descreés de todos. Perdón, me fui al carajo (risas)...
Los paranoicos es la historia de Gauna, un guionista (encarnado por Daniel Hendler) que trabaja disfrazándose en fiestas infantiles, síntoma de su fracaso, mientras que su nombre y figura son sinónimo de éxito para un amigo que los usa en una serie televisiva. Para Gauna será momento de tomar las riendas de su situación, “de no querer ser un frustrado”, movilizado por la novia de su compañero. Incómodos, por su parte, muestra a un vendedor de juguetes negado con su propia adultez. Nicolás, recién abandonado por su novia, viaja a Miramar para tirar las cenizas de su abuelo. Lo acompañan una chica tan naïve como desesperada y Alfred, un repositor de supermercado con ínfulas de Fred Astaire. El tono tierno y melancólico se ve aumentado por la presencia de “ataques ochentosos” (Juan Gujis, Ricardo Bauleo, Scalectrics y la ilusión de ser Marty McFly) con una estética muy afín a los dibujos de Liniers, encargado de las gráficas de la película. Las road movies, en un caso urbana y en otra bucólica, varían de registros, de la comedia negra al thriller individual, del humor estático al drama, con el romance proponiendo “finales felices” enrarecidos.
E.M.: –En Incómodos ves gente inmadura o huérfana emocionalmente, que no puede resolver sus conflictos. Suceden cosas para que trastruequen el microcosmos que propone la ficción. Dan un pequeño salto, pero bueno, creen que su destino está en la astrología del chicle Bazooka.
G.M.: –No estoy de acuerdo en que no haya resoluciones. Los paranoicos es justamente sobre el cambio. Para mí es muy importante el cambio pequeñito. Gauna está en esa búsqueda. Idealizó demasiado y eso es como la paja: imaginás cómo es coger. Pero ahora quiere coger, romper con todo. Asocio la película con el punk, porque es destruir para construir.
E.M.: –En Incómodos hay un monstruo de tres cabezas y yo tengo cosas de los tres. Pero necesitaba a Nicolás porque, dentro del absurdo, es el testigo privilegiado de lo que pasa a su alrededor. Le decía al actor (Santiago Altaraz) que no ponga caras y además es el que menos texto tiene.
G.M: –Gauna es un alter ego, sin dudas. Me gustan las narraciones en primera persona, Bukowski o John Fante. Eso es poner la firma y saber que hay alguien que está contando algo que le fue muy propio. Puede ser narcisismo, si se quiere. Pero en un momento me chupó un huevo y me dije a mí mismo: “Que se vayan todos a cagar”. Me hago cargo de todo. Creo tanto en lo que cuento, en ese mundo, y creo tanto en el cambio, que tuve que filmarlo y construir un alter ego. Necesitaba exponerme y exorcizarlo.
Incómodos y Los paranoicos poseen su epifanía, y el quiebre lo ofrecen sendos bailes. “Me gusta bailar y creo que lo hago bien”, dice Menis, que filmó una escena que puede recordar a Napoleon Dynamite, aunque el director perjura no haberla visto. Dentro del cine local hay que rastrear bastante para encontrar una película con una presencia tan visceral y representativa del indie local como se da en Los paranoicos (El Mató A Un Policía Motorizado, Hamacas al Río, Lobo, Siga la Flecha y Doris, entre otros). Ya no es la aparición sorpresiva de un grupo, como la de El Otro Yo en Silvia Prieto, ni la topología indie utilizada en el cine de Ezequiel Acuña: acá Gauna baila solo El féretro, de Todos Tus Muertos, y luego Nada de nada, de Farmacia. Entre esos dos temas, el protagonista cambia.
G.M.: –El féretro me encanta. Era imprescindible que estuviese, igual que el tema de Farmacia en la escena final con la banda tocando en vivo. Hay un grito primario, dadaísta y de regeneración. No es sólo que baila sino qué baila... Y baila Todos Tus Muertos. El productor entendió lo importante de esa escena.
G.M.: –O Terror al cambio: “Voy a cambiar, quiero cambiar, ya cambié de vida”. ¡Qué lucidez la de esa frase! La música es todo. Tiene un poder tremendo en su manifestación. Para mí, John Lennon fue uno de los políticos más completos del siglo pasado.
E.M.: –Me encanta que los pibes les pongan tanto huevo a sus movidas. Los tiempos del rock son mucho más saludables que los del cine. Hubiese querido poner en la película a Yo La Tengo y Supergrass, pero no se puede; y estaría bueno que se revea ese tema.
E.M.: –Tengo unas pocas líneas sobre un tipo que va a una fiesta empresarial, se gana un premio para viajar y a partir de ahí cambia todo.
G.M.: –Lo que no tengo es miedo. Eso es no poder encontrar la energía para buscar una verdad. Me encantaría filmar la naturaleza inexplorada por el hombre. Como en Honor de caballería, de Albert Serra, o Last Days, de Gus van Sant. Ese fluir...
E.M.: –O Cuenta conmigo...
G.M.: –¡Qué buena película! Los mejores momentos son los que mezclan amistad y aventuras. Hay que vivir aventuras.
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