EL ROCKABILLY CRECE EN LA ARGENTINA
› Por Mario Yannoulas
“No todo es retro rock. La gente tiene que entender que la música viene de otro lado, de los ‘50, de los ‘60, y que no todo son los Strokes, y que había un montón de bandas antes.” Detrás de la frase de Nico Valle (ex Historia del Crimen, hoy Motorama) se abre una escena que perfectamente podría haber sido extraída de Volver al futuro. Las locaciones: Tabaco, Salón Pueyrredón, Niceto, Unione e Benevolenza, el bar Mundo Bizarro, las fiestas itinerantes The Fabulous 50’s & 60’s Party, o algún local de la Bond Street. Todas, al menos en algún momento del año, albergaron recuerdos para la década en la que la adolescencia occidental pasó a ser otra cosa, y los baby boomers tomaron la posta de la cultura joven.
Postales de Memphis, hot rods, chicas con poco más que unas tiras de cuero encima, los dados en llamas, la bola 8, cerveza espumante, pinceladas de cine bizarro y jopos bien trabajados también se cultivan en zonas pampeanas. Se admira a Elvis, a Johnny Cash y a Gene Vincent. La estética yanqui de los ‘50 es carne de argentinización, y se plasma en una escena rockabilly que, aunque no del todo definida, parece tener cada vez más magnetismo. No sólo porque hay mayor cantidad de bandas y la frecuencia del vivo sube, o porque se articule cada vez más con otras escenas afines como las del punk, el garage y el surf –algo que sucede desde hace tiempo– sino, y fundamentalmente, porque las edades de sus adeptos son cada vez más bajas. Eso le da fuerza al fenómeno, que dejó de ser un ghetto de treintañeros nostálgicos de un escenario que no vivieron en tiempo real.
En la Argentina, en 1957, el humorista y trompetista Eddie Pequenino grabó covers de Bill Halley al mando de los Mr. Roll y sus Rocks, transformándose, para muchos, en el primer argentino en tocar rock and roll. Mucho más tarde, en los ‘80, Los Casanovas introdujeron definitivamente el rockabilly en la Argentina de la mano de Flavio Casanova, quien luego, junto a Nico Valle, formaría Historia del Crimen. “Acá cuesta mucho romper con los prejuicios que hay sobre el rockabilly, porque hay una gran cultura del rock nacional”, apunta Luis Domín, cantante y guitarrista de Radio Texas, una de las bandas más cercanas al purismo con pases de country. El imaginario rockero argentino –o al menos su columna vertebral– se apropió más de la vertiente británica y se desentendió de las raíces norteamericanas del rock and roll. “No comprendo por qué no se va un poquito más atrás, apenas diez años antes de los Rolling o los Beatles, que se alimentaron de esas raíces”, destaca Mario, líder de Los Salvajes Rockabilly, que además incurren en el bop, hillbilly (country), psychobilly y boogie woogie, entre otras variantes.
Es cierto que existe un retro antes de lo retro. Y no se trata de una mirada sobre el rock and roll viejo sino sobre los orígenes del rock and roll. La cuestión es explicar cómo cada vez generaciones más jóvenes adoptan ese estilo de música y, en algunos casos, de vida. La irrupción de Internet como medio difusor de música cumple, una vez más, un papel fundamental. MySpace, redes p2p y similares favorecieron la propagación de viejas y nuevas bandas de rockabilly, así como información escrita acerca de la historia del rock and roll y de, por ejemplo, las grabaciones germinales de Elvis para la Sun Records de Memphis, en 1954.
Detrás de la barra del palermitano Mundo Bizarro, sumido en ese ambiente lúgubre, está Piñata, dibujante experto en el género, diseñador gráfico, disc jockey y manager de Los Primitivos. “Antes, en cada show, éramos veinte y nos conocíamos. Ahora siempre aparecen cuarenta personas que no conozco. Internet ayudó mucho: antes, el grueso de la gente no sabía ni qué quería decir rockabilly”, plantea. “Los pibes de 18 conocen mucho más y son más seguidores que yo cuando tenía esa edad. Les hablás de Gene Vincent o de Eddie Cochran, y los conocen”, se apunta Phonzy, contrabajista y cantante del grupo de neo rockabilly.
“Ha aparecido bastante gente interesada en pertenecer, generar una escena y concurrir a todos los shows, sea surf, rockabilly y demás, e incluso a incorporar una estética”, indica Mc Fly (sí, como Marty) de The Broken Toys –grupo rockabillero con aires de swing y punk– sobre el panorama de Rosario, su ciudad de origen. “Hubo un impulso muy grande a través de la moda, que últimamente incorporó elementos vintage, y están apareciendo muchos chicos jóvenes. Ahora, acá y en otros lugares del país aparecen chicos de 16 años que ya están metidos directamente en esto, vieron lo que era el rockabilly y les interesó. Antes no había difusión.” En realidad, dice el rosarino, mucha gente fue evolucionando a través del punk rock, donde conoció bandas que jugaban con el rockabilly, como Social Distortion. “La esencia es la misma: una música básica, rápida, canciones que tienden a durar poco, a ser entretenidas y a reflejar lo salvaje que puede ser una persona. Es algo con lo que te identificás”, asegura.
Ahora bien, ¿existe realmente una escena rockabilly? Mc Fly dice que sí: “Estamos tocando, compartimos shows con otras bandas, tratamos de darnos una mano. Nos anunciamos novedades, compartimos discos. La escena está”. Sin embargo, el rockabilly no camina solo. Le siguen los pasos el surf, el garage y el punk, y por eso The Tormentos, Los Kahunas, Los Peyotes y The Tandooris son nombres que figuran seguido en la marquesina. “No existe una escena rockabilly, yo hablaría de una escena Stomp!”, desmarca Nico Valle (ver recuadro). “Todo el mundo se avivó de que no sirve tocar con otras bandas del género, algo que podés hacer sólo para darte un gusto. El tema es mezclar, siempre va a haber alguno que tenga un oído más fino y se interese por tu estilo”, agrega. Para Phonzy, de Los Primitivos, “hay un punto en común, que son las raíces del rock”. “Se mantiene la unidad, cada uno en su estilo”.
“Si buscás quedarte en ser una banda de género, estás listo: vas a meter cien personas toda la vida”, declara Mc Fly, organizador del festival Rosario Burning, que la semana pasada festejó su quinta edición. A pesar de que algunos casi le pegan en el palo a la formación clásica, que incluye sólo guitarra acústica, guitarra eléctrica y contrabajo (“quizás alguien que haga la percusión en el estuche de la guitarra”, satiriza Domín), nadie parece escapar al procesamiento que les dieron al género los neoyorquinos Stray Cats en los ‘80. Lo más cercano al trío de Brian Setzer lo hacen acá Los Primitivos, que adoptan un sonido algo más sucio que el tradicional. Si bien pertenecen al género, las bandas no se parecen mucho entre sí, y los estilos desfilan desde el psychobilly, el punkabilly hasta el ¡popabilly!, del que está algo más cerca Motorama. Es, dicen, una buena particularidad del medio local. “Escuché bandas de afuera que, disponiendo de toda la tecnología, prefieren tocar con un micrófono de aire. Acá no veo ese estancamiento, se busca la evolución, no quedarse en el tiempo. Lo que se mantiene es la estética: si no hay contrabajo, no es rockabilly”, subraya Domín. Para Piñata, en cambio, cambiaron muchas cosas, menos la música. “El rockabilly se trata de mantener las tradiciones, nuestra evolución es la involución, nos gusta estar siempre mirando un poco más atrás.”
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