El hecho de que Massacre haya llegado a Obras tras dos décadas de carrera pateando las alcantarillas del under tiene muchas lecturas posibles, entre las cuales se cuentan varios motivos para celebrar. La banda, pese a la ironía que disparó desde las pantallas durante ese show consagratorio, jamás “se vendió”, pese a que a algún fundamentalista le moleste que ahora salga por radio o que PopArt la haya programado en cuanto festival tuvo a mano. Walas y los suyos hicieron un gran disco, El mamut (álbum del año en la encuesta ‘07 del NO), ciertamente más accesible al oído rockero promedio, y el apoyo de la compañía discográfica los puso en otro sitio. ¿Eso significa “transar” o entregarle el alma al diablo? En absoluto. Que los ejecutivos vendan discos, Massacre los hace. Y adentro del estudio no hay concesiones. El beso que Walas tira desde el escenario ahora tiene más destinatarios, más chicos que ven a ese barbudo panzón hablar del rock and roll de otra época con nostalgia: aunque ahora sea “la octava maravilla” para patrocinadores y creativos publicitarios, esa música todavía tiene adentro el germen del cambio individual. Entonces, a rockear se ha dicho.

En el frente interno, la llegada de Massacre a Obras significó otro motivo de celebración: Fico, el guitarrista que había quedado en coma a principios de año (fue embestido por un auto fuera de control; su novia falleció en el accidente), no sólo estuvo sobre el escenario sino que tocó todo el show. Una razón más para que el concierto haya sido inolvidable, incluso si algún viejo fan atesora más el recuerdo de la banda en un sótano mal iluminado. Por eso no es de extrañar que la llegada de Massacre a Obras haya sido el show nacional del año para 9 músicos. Con 6 quedaron los “hermanitos mayores” de Walas y compañía, los retornados Fabulosos Cadillacs. Y más atrás, con tres votos, Andrés Calamaro, Babasónicos, La Renga, Kapanga y el Indio Solari.