Jue 22.01.2009
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FRANCO FONTANARROSA, HIJO DEL NEGRO, PRESENTA A SU BANDA

Monstruos carmesíes y freaks de circo

Como unos King Crimson cebados y atmosféricos, los cuatro integrantes de La Mujer Barbuda intentan desencajar a sus oyentes todo el tiempo. “Esta es una música destinada a perturbar la mente de la gente”, define el bajista. Y algo de eso hay.

› Por Cristian Vitale

“¡Qué enfermos!”, grita uno. Se nota que es fan de la primera hora. Acá no hay ningún Juan Manuel Cunnilingus capusottesco pidiendo temas sino tipos y tipas –al menos un centenar– absolutamente abrumados por la música. A excepción del que suelta el grito, están todos callados. El escenario de Plus Ultra presenta una pantalla de fondo con la figura fija de un icono eclesiástico y dos ojos de caricatura que observan, desviados, desde la pared. Detalle que sirve de presagio: la única remera que se ve, entre la masa difusa, es una de Red, viejo disco de King Crimson. “A todos nos gusta Crimson, es una influencia muy fuerte. También Primus y, en lo personal, el cine y la animación”, dirá Franco Fontanarrosa, pequeño hijo del gran historietista Roberto, una vez consumado el show. La presentación de su banda, La Mujer Barbuda, conlleva el fin de mostrar lo que Música para cuando aparece un monstruo, su disco debut, dice en estudio: doce temas instrumentales raros, expresionistas y demasiado personales para la media del rock argentino. El sonido es primal, contundente, pero las atmósferas cambian siempre. Son como Heráclitos del rock: “Me gustan esas bandas que, una vez que empezaron, es imposible seguir hablando. Pueden armar un clima primero, pero cuando el batero contó cuatro y se arrancó... no hay retroceso”, es otra parte del diagnóstico, esta vez en boca del propio protagonista.

Comprobado: el set dura lo que el disco, no más de una hora. Y, excepto el epíteto del principio o algún murmullo de acotación, nadie habla. Martín Pantyrer, saxo y clarinete; Sergio Alvarez, guitarra; Lulo Isod, batería; y Franco en bajo, entretejen un cosmos sonoro que apabulla, agrede y despista. Los temas te pegan piñas desde arriba y hay que saber esquivarlas, o ahí quedás. Además, nadie sabe dónde aplaudir, porque nadie sabe –tampoco– dónde y cuándo termina cada pieza. Franco da en el clavo en una de las pocas intervenciones ante el micrófono: “Esta es una música destinada a perturbar la mente de la gente”. Después se explayará tranquilo: “Lo que hacemos tiene algo de desencajar todo el tiempo al oyente. No sé si puntualmente es una búsqueda, o el concepto fundamental, pero es el patrón que se transmite en toda nuestra música; esa cosa bastante infructuosa, que todo el tiempo te está desencajando, cuando empezás a meterte en una atmósfera te saca y se va para otro lado. Por eso, quizá tenga algo que ver con la idea de música para cuando aparece un monstruo”.

Los nombres de los temas acompañan el código. Algunos son cosas de la imaginación: Hipopótamo amarillo, Técnico superior en plásticos y elastómeros, Enano de jardín, Cóccix, Montaña que revienta, Píxel, Axel el axolote, Hombre gangoso. Otros parecen secuelas familiares: La Rana, por caso. “Mi viejo había comprado un Citroën 2CV 0 kilómetro con el que una vez se fue hasta Brasil”, recuerda Franco. “Era verde loro y tenía muchísimo rock encima, era bárbaro. Y viste... como lo prendés con una moneda, unos pibes nos lo robaron y nos lo estrellaron contra una muralla que hay en Rosario. Lo hicieron mierda... Se bajaron y lo empujaron por una caída. Después el auto lo reparó un amigo y lo tiene él. Era un bollo de metal y se me ocurrió homenajearlo así.” Otros, como La venganza del plomero líquido, anidan en otra de las plataformas conceptuales desde donde Franco lanza su música: la historieta, claro. “El plomero siempre me pareció un nombre de héroe malo de historieta. Son interludios que aparecen cortitos a lo largo del disco... Aparece tres veces. Empieza con la venganza y eso quiere decir que perdió”, se ríe. “Saco mucho de las películas y del comic para componer. El cine tiene un poco eso que intentamos nosotros: estar cambiándote de situación, trasladarte a una distinta”.

Franco tiene 25 años y toca desde los 10. Estudió y escuchó mucho jazz, pero también absorbe el lado salvaje de la música electrónica. Está parado en los confines del rock. Toca el bajo en Mañana vemos, el magazine diario que conducen Mex Urtizberea y Carla Czudnowsky por Canal 7, y no para de bailar en escena, pese a una estética que permite poca expresión corporal. Casi ninguna: “Me sirve bailar la música... Es una sensación extraña, te subís al ritmo y estás ahí. Bailar es estar ahí. Sergio, el guitarrista, es una estatua: a mí me resulta increíble que por adentro le esté pasando todo lo que le pasa. El es un capo. A mí me gustan esos músicos de rock en los que se nota que han absorbido información de un montón de lados. Hay tipos que son medio inclasificables, por ejemplo los de Crimson. Se nota que han escuchado jazz, clásica, contemporánea, por más que esencialmente sean de rock. O puede ser Vernon Reid... Me parece interesante y colorida la propuesta de esa gente, porque tiene muchas herramientas. Fue así que encontré a los músicos de la banda”, asocia.

La Mujer Barbuda va por los tres años de existencia y hace foco en Buenos Aires. Llegó, por tiempo, a recibir el veredicto de Fontanarrosa padre, muerto por una insuficiencia respiratoria en julio del año pasado. “Papá siempre tuvo apreciaciones inteligentes sobre la banda. El escuchaba otro tipo de música y quizás el concepto que tiene como artista es distinto, tal vez lo nuestro le parecía demasiado enroscado, pero obviamente sabía distinguir todos los colores. Observaba cuestiones de actitud o de escena”, evoca Franco y baja la mirada. La remera que tiene puesta es roja y negra a bastones horizontales. ¡Los colores de la contra, pibe! El se ríe, menea la cabeza y se desmarca: “No sé, me la prestaron”. Lo que hubiera dicho el Negro...

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