Jueves, 29 de enero de 2009 | Hoy
LOS CUATRO DE GLASGOW VUELVEN CON UN DISCO NOTABLE
La banda más arty del nuevo milenio, que llevó a estadios el rock bailable con guitarras filosas, publica Tonight: sintetizadores, postpunk, bajos funky y lejanos tambores tribales también le hacen espacio a algún toque de psicodelia o una balada acústica. Pero el objetivo, otra vez, es “hacer bailar a las chicas”. Y Franz Ferdinand sabe cómo hacerlo.
Por Daniel Jimenez
Desde que los Franz Ferdinand aparecieron pidiendo que los sacaran a pasear, nada fue lo mismo: los escoceses patearon el tablero hace seis años con un hit irresistible para “hacer bailar a las chicas” llamado Take me out. A partir de ese momento, Franz Ferdinand acompañó su rock de guitarras secas y cortantes con un “concepto estético y visual que atraviesa las últimas tres décadas”, como le gusta decir al cantante y guitarrista Alex Kapranos. Aquel bosquejo de tres canciones unidas en una misma pieza frenética sacó definitivamente a los cuatro de Glasgow del circuito under y los proyectó al mundo, sobre el cual hoy hacen equilibrio para no caerse ni perder la cabeza debido a su actual status de “estrellas de rock”. Entre giras interminables, cientos de entrevistas, flashes, aeropuertos, columnas gastronómicas (el vocalista fue colaborador del diario británico The Guardian) y alguna que otra borrachera, el cuarteto lanzó el martes Tonight: Franz Ferdinand, su tercer álbum, luego de cuatro largas temporadas sin novedades en las bateas.
“Uno de los principales objetivos que nos pusimos fue tratar de sonar diferente al disco anterior, que de por sí tenía un sonido marcadamente rockero”, explicó Kapranos en una entrevista reciente. “Uno nunca quiere hacer un álbum que suene como el último que hizo. Nosotros decidimos primero ‘lo que no queríamos hacer’ antes que ‘lo que sí queríamos hacer’. Queríamos llegar a un nivel de inconciencia que no nos permitiera pensar demasiado en todo aquello, porque somos una banda que se basa en la espontaneidad. Así que nos colgamos a zapar para ver qué sucedía. Creo que, como músicos, ahora estamos tocando muy bien y eso nos ayuda a explorar nuevos territorios.”
Si bien FF conquistó el éxito mucho antes de la salida de You Could Have it so much Better with Franz Ferdinand, su segundo trabajo, la fama y la fortuna encontró al bajista Bob Hardy, al violero Nick McCarthy, al baterista Paul Thomson y al propio Alex con 30 y pico, con el background necesario de conciertos en antros de mala muerte. Y aunque uno imagina que no tendrían ganas de volver a esos sitios ni para una visita guiada, ellos pensaron distinto: “En los últimos años, mientras estábamos grabando, decidimos dar shows en muchos lugares pequeños, porque es así como más disfrutamos: tocando en sitios chicos y en sótanos húmedos. Por eso creo que el disco fue hecho para ser escuchado en lugares como Heaven, una hermosa y pequeña discoteca de Londres. Luego, pasar esas canciones a espacios más amplios y de mayor convocatoria, como un festival, se logra a través de una progresión natural. Como instrumentistas somos muy intuitivos y siempre tratamos de tocar de acuerdo con el tamaño del lugar, lo cual se vuelve un desafío cada noche”, confiesa uno de los frontmen del rock anglosajón con los conchabos más diversos.
Sí, porque previo a su debut como rock star Alex estudió teología, manipulación de alimentos, chef, barman y hasta fue promotor de conciertos en Glasgow (fue el primer empresario que logró que Mogwai tocara en esa ciudad). Diferentes disfraces que cayeron cuando Take me out invadió las radios de todo el planeta. “En todo este tiempo ganamos el Mercury Music Prize, tres Brit Awards, llegamos a los estadios y seguimos siendo independientes (FF pertenece al sello Domino), es por eso que creo que significamos el reverso de los ‘90. Entonces se hacía rock con instrumentos electrónicos, algo que siempre me resultó fastidioso. Ahora se apuesta más por hacer electrónica con instrumentos reales, lo cual es mucho más interesante”, aseguró el vocalista de ascendencia griega.
En muchos sentidos, Tonight es la continuación casi lógica de You Could Have it so much Better, un disco que se escribió y grabó en poco más de dos semanas. La extensión natural y en partes iguales de ligera oscuridad, pulso bailable y guitarras-guillotina que caracterizó al cuarteto en sus dos primeras expediciones discográficas. A diferencia de sus trabajos anteriores, Franz Ferdinand evidencia aquí una notable maduración en su forma interna de construir canciones, producto de la experiencia acumulada y los años en la ruta, especialmente los últimos cuatro inviernos, cuando el grupo pareció correrse del ojo público e intentar parar un poco la pelota. “Nunca dejamos de trabajar, salvo por unos meses después del tour de nuestro segundo disco”, explicó Thomson. “Necesitábamos un descanso. Algunos de nosotros hemos formado una familia y ¡necesitamos practicar nuestra paternidad! Además, nos pasamos casi dos años en nuestro nuevo estudio en Glasgow, que es un viejo edificio victoriano que encontró Nick. Construimos el estudio, trajimos los aparatos de los Estados Unidos y ahí nos pusimos a escribir las nuevas canciones.”
El descanso primero y el encierro más tarde provocaron que el cuarteto recobrara el interés por meterse de lleno en el proceso de grabación. “Nos sentamos y dijimos: ‘¿Cómo podemos hacer para que tal sonido de guitarra pase volando por arriba de tu cabeza?’. Entonces pusimos los amplificadores detrás de las guitarras y los movimos a través de un largo pasillo. Nick se subió hasta el techo e intentó conseguir un ‘efecto doppler’ similar al de una sirena. Lo probamos durante cinco horas y descubrimos que el ‘doppler’ no aparecía, pero que sí sonaba como una guitarra moviéndose sobre tu cabeza. Cuando finalmente lo definimos, lo usamos en What she Came for”.
Antes de entrar al estudio, la banda intentó contratar a Brian Higgins, de Xenomania, colectivo sónico y musical que escribe y produce para Sugababes y auténtica “máquina de hacer éxitos” de Girls Aloud. Se juntaron, trabajaron, probaron, experimentaron, consensuaron y, finalmente, cancelaron las sesiones y abandonaron el proyecto. ¿Por qué? “Porque en el fondo eran unos indies”, se lamentó Kapranos. “Lo de Xenomania fue un experimento. Nosotros queríamos trabajar con Brian, y lo hicimos. Lo disfrutamos y la pasamos bárbaro, pero sus métodos no encajaban con los nuestros, así que decidimos no seguir. Xenomania es en realidad Brian Higgins y un grupo de otra gente que escribe canciones... ¡que es justamente lo que hacemos nosotros! Y confieso algo: en mi vida me había puesto a pensar en Britney Spears, y en el momento en que vi que estaba prestando atención a sus discos y a su vida, decidí que aquello iba mal. Nick estudia jazz y graba discos raros... No podía hacerle eso.”
Con esos motivos en mente, el cuarteto cambió de caballo en la orilla del río y apuntó a Dan Carey, el hombre detrás de las perillas de Hot Chip. Y así la fórmula Doble F vuelve a funcionar en Tonight. Porque Paul Thomson es uno de los bateristas más precisos y seguros del rock inglés, porque tanto Hardy como McCarthy juegan para el equipo y porque Alex Kapranos es irreemplazable. Al menos en el universo Franz Ferdinand, su elegancia vocal y su encanto cool y aparentemente despreocupado son el nervio central a través del cual se expanden las vibraciones de los cuatro jinetes de Glasgow. Piezas como Turn it on, Send him away, What she Came for o Live Alone permiten lucir su estilo académico y sobrio de locutor de la BBC, con pronunciación clara y correcta. Una criatura sofisticada concebida de una relación no reconocida entre Bryan Ferry e Iggy Pop, con la suficiente inteligencia para entender el negocio y no marearse ante la inequívoca realidad que lo encuentra como uno de los jóvenes millonarios más grandes de Escocia.
Postpunk, disco, funk, lejanos tambores tribales y cierto aire de suspenso de film policial en blanco y negro rodado en Europa del Este envuelven a Tonight, que entre tanta burbuja bailable tiene lugar para la psicodelia en Dream Again y baja la persiana con la acústica y somnolienta Katherine Kiss me, plegaria intimista que se esfuma entre una guitarra con olor a madera y un piano distante. Elementos que, esparcidos en tres producciones, no son ajenos a la atmósfera de los escoceses, pero que aquí asoman en menor medida que en You Could Have it so much Better y el posterior EP Eleanor Put your Boots on (que incluía una versión desenchufada de ese tema).
“El otro día, durante una entrevista radial, hablábamos sobre Ulysses, el primer corte de Tonight, y el tipo nos decía: ‘Realmente me gusta la canción, pero es un poco rara’. Buenísimo, porque debería ser así, no debería sonar como las otras canciones que pasan en esa radio. ‘Sí, es verdad, esto no suena como sus otras canciones’, dijo el tipo. Claro, está en lo cierto, no suena igual”, planta bandera Kapranos. De todos modos, reconoce no tener una manera especial de encarar cada álbum sino que la música de Franz Ferdinand es producto de lo que les resulta más atractivo en el momento de concebirla. Según sus palabras, la gente piensa que ellos trabajan “de acuerdo con una especie de manifiesto o con una agenda, como en teoría deberían hacer todos los artistas. La gente tiene esa idea del arte y de que las canciones provienen sólo de un recurso intelectual, lo cual no es cierto”.
El cantante asegura que no tiene una fórmula para escribir un hit: “Nosotros experimentamos un montón y nos pasamos muchos años recolectando todas esas formas distintas de hacer sonidos, de los cuales muchos están en el sonido de Tonight. Desde una vieja mesa de mezcla hasta un sintetizador Polybox, pasando por un compresor Red Stripe; cosas que no encontrarías en un disco contemporáneo”. Su explicación es más que acertada. Porque Tonight es atravesado por aisladas experimentaciones sonoras e impulsos electrónicos, que en ningún momento desvían el clásico concepto de rock garagero de Franz Ferdinand, pero que suman un nuevo color a la paleta de grises que de por sí maneja el cuarteto.
El guitarrista Nick McCarthy asume la responsabilidad de la llegada de chiches tecno y se mantiene alerta sobre los aparatos más novedosos. De hecho, fue él quien sugirió el final roto y electroclash de Lucid Dreams e introdujo el ritmo tribal de tambores inspirado en los Konono Nº 1 –un colectivo congoleño que vale la pena conocer– en Can’t Stop Feeling. Su obsesión, está claro, son los teclados de la línea Moog; instrumentos que gozaron de buena reputación en los ‘70, cuando eran los fetiches predilectos de Keith Emerson y Rick Wakeman, glorias jurásicas de Emerson, Lake & Palmer y Yes, respectivamente. “Nos ponemos muy calientes con los sintetizadores”, bromea Nick. “Las diferentes influencias que tenemos y todo lo que cada uno escucha hacen más fuerte a la banda y nos acercan más, porque todo lo que viene del exterior siempre aporta nuevas visiones”, reconoce el guitarrista.
Kapranos, quien pasó gran parte de 2007 en Vancouver trabajando como productor de Men’s Needs, Women’s Needs, Whatever, tercer álbum de los ingleses de The Cribs, entiende la importancia de abrir el juego y contagiarse de nuevas ideas: “Sé que el tiempo que pasé en Canadá junto a The Cribs fue muy vigorizante para mí y también para mis compañeros, porque después de estar unas cuantas semanas con otra gente, volvés a tu propia banda y estás abierto a trabajar con ellos otra vez. Estás inspirado y tenés conceptos frescos”.
Aunque parezca difícil de creer, el baterista Paul Thomson asegura que el plan maestro de Franz Ferdinand es, justamente, carecer de uno. “Nos pasamos muchos años tratando de olvidarnos de nuestro sonido para hacer este nuevo disco. Y creo que pudimos lograrlo.” Y en esa falta de objetivos a largo plazo y diseño de estrategias, Kapranos sostiene que el rock ha encontrado formas modernas de provocar, que no necesariamente vienen de la mano de la salida de un álbum: “Me pareció una idea genial escribir columnas y un libro sobre gastronomía sin ser un crítico gastronómico. Siento que en el fondo hay más transgresión en eso que en tirar un televisor por la ventana”.
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