Mié 18.09.2002
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LA RENGA EN ROSARIO, ANTES DE RIVER

Esto no es verso

POR EDGARDO PEREZ CASTILLO (Desde Rosario)
Aunque todo parezca seguir teñido del color que emana las luces del éxito, algo parece haber cambiado en la paleta artística del mundo rengo. La mutación, sin embargo, no hace pie en su veta musical sino, por el contrario, en una postura ideológica identificable con aquel himno visceral bautizado como “El Revelde”, la cual se ha profundizado de un par de años a esta parte. Ya separado de la multinacional Universal, el grupo ha optado por no ocultar sus convicciones, las que apuntan claramente a la solidaridad –con causas diversas– y se despegan de discursos que bien podrían enmarcarse en el endeble y corrompido terreno político. Sin alusiones explícitas, peroratas ni demagogias, La Renga confirmó la teoría el pasado sábado, cuando frente al desbordado estadio cubierto de Newell’s Old Boys se desangró en dos horas y media de rock furioso, maratónica presentación que sirvió además para demostrar que el trío aún goza de fresca y buena vida.
Una novela de vida que el próximo 30 de noviembre trasladará un nuevo capítulo a River, en un encuentro que servirá además como excusa para el lanzamiento de un flamante EP en donde el grupo incluirá tres nuevas creaciones –”Hielasangre”, “Detonador de sueños” y “Dementes en el espacio”–, según adelantó Gaby, manager y no tan virtual cuarto integrante del grupo. “El disco va a estar para cuando salga la venta de River. El que quiera el disco lo va a poder comprar separado, para no encarecer la entrada. Pero, igual, no va a valer mucho”, detalló.
La función de La Renga en Rosario podría llegar a trasladarse al vasto, y aquí poco explotado, ámbito de la solidaridad. Claro que no hubo beneficencia explícita durante esos 150 minutos de fiesta ritual sino, por el contrario, una entrega física y anímica que se tradujo en un recorrido por los hits más atronadores del grupo, esos que fueran incluidos en el exitoso Insoportablemente vivo. El concierto comenzó con “Panic Show”, “Al que he sangrado” y “En el baldío”, marcando la tendencia de un show que podría haber pecado de reiterativo. Pero no. Suena auténtico lo de La Renga. Porque es cierto que la hiperkinética movilidad de Tete ya es tan clásica como arengadora, hecho que no implica una deliberada intención de espectáculo. De ser así, quizás el bajista no hubiera detenido su profesional raid para compartir un enfrentamiento intimista junto a su pequeño hijo quien, guitarrita en mano, se mezclaba en escena para hacer su aporte imaginario.
Con “Veneno” y “El rito de los corazones sangrando”, el grupo daría pie para un nuevo valor agregado: la aparición en zancos de un miembro de la troupe renga que, devenido actor, hizo su libre interpretación de “El rey de la triste felicidad”. En un gesto de complicidad evidente y compartida, “Somos los mismos de siempre” y “El viento que todo lo empuja” se anunciaron como la despedida de un show con obvia continuación. Imposible de olvidar en el repertorio, la “Balada del diablo y la muerte” sirvió como antesala para la explosividad del clímax, plasmado con “El final es en donde partí” y “Hablando de la libertad”.
Encaramados en la cornisa del imponente escenario, todos y cada uno de los integrantes del combo despidieron al público con un variado repertorio de ofrendas (vinchas, púas, palos y demás etcéteras), en un único gesto de desprendimiento material. Porque, a esa altura y en su mayor gesto solidario, la entrega físico-artística del power trío había logrado saciar las necesidades populares de vacío espiritual.

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