LA BANDA QUE NUNCA VAS A ESCUCHAR
› Por Javier Aguirre
El fervor rítmico, el discurso más resignado que contestatario, la ropa de colores brillantes, la percusión más insoportable y el gusto por unir adjetivos como “Descerebrados”, “Subalimentados” o “Sobredimensionados” con nombres de barrios del sur de la Ciudad de Buenos Aires como Mataderos, Boedo o Pompeya, han hecho crecer a la escena murguera local hasta límites decididamente inquietantes. Ese crecimiento ha llevado al fenómeno de la murga a trascender su origen popular y a imponerse, también, en zonas más acomodadas. A nadie sorprende ya el éxito que cosechan las compañías murgueras cool, como Los Recién Bañados de Palermo Hollywood, Los CEOs de Puerto Madero, Los Rugbiers de Las Cañitas o Los Evasores de Pilar, que hasta cambiaron los tradicionales pantalones circenses por elegantes trajes de Armani.
El caso más resonante de la “nueva murga” es el de Los Garchagringos de San Telmo, agrupación que hubiera resultado inimaginable sin las ventajas cambiarias que en el último lustro posibilitaron la masiva llegada de turistas extranjeros al casco histórico de la ciudad. “Nuestro proyecto apunta a cuanto mochilero pasa por los hostels de San Telmo”, explica la directora de Los Garchagringos de San Telmo, Cascabel Cherubito. “La idea es exprimir al mochilero no sólo de dinero sino también de fluidos corporales; aunque siempre de onda”, aclara. Por tanto, y en sintonía con los presuntos gustos de los turistas foráneos que pernoctan en albergues juveniles porteños, Los Garchagringos de San Telmo no recurren a ritmos vehementes, ni a estruendosos bombos, sino a la llamada “murga chill out”. Con ella nadie baila, ni salta, sino que todos se arrojan sobre almohadones y se entregan al sopor. “La idea es generar el clima ideal para seducir al gringo aburrido y venderle discos, calcomanías de Maradona, bebidas, merchandising oficial de Los Garchagringos y, de paso, darle masa”, observa Cherubito, mientras le ofrece un CDR con las canciones de Los Garchagringos a Elkjaer, un espigado turista danés que lleva 38 horas consecutivas en estado de ebriedad fernetera.
* Cualquier parecido con la realidad, será etiquetado como “fruto de un malentendido”.
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